Va a resultar que Rajoy tiene más huevos que nadie
Narices. Redaños. Cojones. Huevos. Bemoles. Testículos. Ovarios. Si uno abre el diccionario de sinónimos y teclea la palabra “coraje”, “audacia”, “bravura”, “valentía” u “osadía” se topa con cualquiera de las siete palabras que sirven de presentación a esta columna, que es la suya, querido lector. La Real Academia, que no es sino reflejo de la vida misma, equipara el valor con los órganos sexuales por esos atavismos machistoides que nunca desaparecerán totalmente de nuestro imaginario colectivo. A políticos, futbolistas, pensadores y evidentemente toreros se les cuelga sistemáticamente estos sustantivos que califican y dividen a los seres humanos entre valientes y cobardes. Mariano Rajoy no es la excepción que confirma la regla. Proverbialmente, cual mantra coñazo, se le ha adjudicado el rol de acomplejado, cobarde, melifluo y miedoso. ¡Cómo si la valentía fuera un lugar común en estos asquerosos tiempos de cinismo en forma de buenismo y corrección política!
Las augustas orejas del pontevedrés de Santiago han tenido que escuchar de todo y por su orden, desde antes incluso de su aterrizaje en la Presidencia del Gobierno. Si bien es cierto que la puesta en libertad del etarra Bolinaga, al que Satanás tenga en su gloria, nos decepcionó a todos, no lo es menos que su coraje a la hora de obviar el rescate nos salvó de males mayores o que su contundencia tras el golpe de Estado en Cataluña sería inimaginable si el arrendatario de La Moncloa fuera Zapatero o Aznar. Cuando su vasta mayoría social le echa en cara los pasos atrás o que vaya más lento de la cuenta yo siempre les recuerdo que es imposible dar la vuelta a una realidad social y legal que lleva imponiéndose a machamartillo 38 años. Que, por cierto, son los que han transcurrido desde la primera victoria del delincuente Jordi Pujol i Soley. Más años que los que pasó Francisco Franco confiscando nuestras libertades desde el Palacio de El Pardo. ¡Que se dice pronto!
Su tan maravilloso y legalísimo como tardío órdago en contra de la dictadura lingüística no se habrían atrevido a suscribirlo ni Adolfo Suárez, ni Leopoldo Calvo-Sotelo, ni Felipe, ni Aznar, ni obviamente un José Luis Rodríguez Zapatero que directamente se acostó con los malos en Cataluña en ese tripartito de cuyo historial prefiero no acordarme. El presidente del Gobierno se ha comprometido a que los padres puedan ejercer un derecho tan sagrado, tan elemental, tan perogrullesco e indiscutible, como es elegir en qué idioma se educan principalmente sus hijos. Lo que los expertos bautizaron con un palabro que se las trae: “Lengua vehicular”. Que no es otra cosa que aquélla en la que aprende a pensar un niño.
Los separatistas, que son paletos y fascistas pero no tontos, sabían lo que hacían cuando en los 80 se pusieron manos a la obra. Si un niño aprende a pensar en catalán es mucho más fácil lavarle el cerebro e insuflarle en vena las mentiras catalanistas. El odio a España y la prostitución de la historia son coser y cantar si empleas una lengua ajena a la que parlan en su casa. Ésa, y no otra, es la razón de que 40 años después haya tantos descendientes de emigrantes andaluces, manchegos y extremeños furibundamente independentistas.
El tal Rufián, hijo de la maravillosa emigración que levantó Cataluña, es perfecto paradigma de cuanto digo. La fe del converso, ya se sabe, suele ser más intensa y virulenta que la del cristiano viejo. De ahí sus astracanadas en el Congreso de los Diputados, miércoles sí, miércoles también. Hay que hacerse perdonar los orígenes jienenses, quitarse el sambenito de “charnego” que, lo quiera o no, le acompañará toda su vida en ese mundo nacionalista que mira con superioridad cuasiaria al que no junta ocho apellidos catalanes. En el fondo, Rufián es para el supremacismo catalanista lo mismo que eran los judíos falsamente convertidos: un “marrano”.
La situación en las aulas catalanas es antagónicamente igual que con el dictador. O tal vez peor: porque, tal y como rememoraba hará un par de años la maravillosa publicación Dolça Catalunya, en 1967, con Franco aún en plenitud represora, se permitieron cinco horas semanales de catalán en la escuela. Mientras que ahora, con práctica democracia en el resto de España y teórica en Cataluña, sólo se imparten dos horas de español frente a las 20 que se dan en catalán y las tres de inglés. Como ven, es más cooficial la lengua de Shakespeare que la de Cervantes, hablada por 500 millones de almas y que avanza cual tsunami en la primera potencia mundial. Hoy día es perfectamente posible moverte por Nueva York, Los Ángeles y, está de más decirlo, Miami sin tener pajolera idea de inglés.
Espero que esta vez el Gobierno vaya a por todas. Que no meta sólo la puntita como hizo con la extensión temporal de un 155 que debería haber durado un año como mínimo para meter mano a esa cúpula de los Mossos que participó en el golpe de Estado y espiaba a los rivales políticos, para democratizar la fachosa TV3 y para que los futuros catalanes se eduquen en la verdad y no en esa mentira que les repiten goebbelsianamente mil veces en las clases hasta convertirla en dogma de fe. Es una cuestión de justicia moral, ética y democrática. Privar a los padres del sacrosanto derecho a decidir en qué lengua aprende a pensar su progenie supone tanto como secuestrársela. Algo similar a lo que ocurre en Cuba, en Venezuela y en tantas y tantas satrapías. La manera más efectiva de arrebatar a un niño a su familia pasa por lavarle convenientemente el cerebro en el cole. Visto lo visto, es un método infalible.
Y ni 25% en castellano, ni mandangas. Si el idioma de García Márquez, Cela, Vargas Llosa, Calderón, Quevedo, Machado, García Lorca, El Quijote y tantas otras celebridades ficticias o reales es cooficial, ¿me puede explicar alguien por qué diantres ha de ocupar una cuarta parte del horario lectivo? Y que no me vengan con el cuento chino de que lo ha dictaminado un juez porque la Constitución y el Estatut están por encima de los tribunales, los políticos y los ciudadanos. Ambas normas son de obligado cumplimiento y, cosas de la vida, coinciden en que español y catalán son oficiales. Y, como mucho, que implanten el trilingüismo, que provocará que los muchachos acaben su periodo escolar dominando español, catalán e inglés, que no está nada, nada mal. No es de recibo la imposición educativa que hace que los adolescentes le metan unas patadas de campeonato al diccionario cada vez que escriben en nuestro idioma, convirtiéndoles de facto en analfabetos funcionales e impidiéndoles cursar estudios más allá de su comunidad autónoma o en las colonizadas Baleares y Comunidad Valenciana.
No nos falles, Mariano. Por mucho que Puigdemont haya decidido tirar la toalla entre otras cosas para impedir que antes del 30 de marzo resucitéis la tercera lengua más hablada del mundo, por mucho que os pongan a parir los medios podemitas, la oposición, Lucía Caram o el obispo golpistilla de turno, no saques la bandera blanca. Se lo debes a España en general y a Cataluña en particular. Y no olvides que, además del rescate, este gesto que es una gesta sí te hará pasar a la historia. Más que nada, porque darás un paso que nadie antes se atrevió con las consecuencias por todos conocidas. Donde antes había un 20% de separatismo ahora estamos en el 42% por culpa de un secuestro educativo e informativo que ni los peores tiranos hubieran suscrito. De vuestra necesidad de alejar a Ciudadanos, hará la mayoría silenciosa de Cataluña virtud. Bendita necesidad.
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