Steven Pinker quiere que le saquéis de ahí

Steven Pinker quiere que le saquéis de ahí

Quiere que le saquéis de esta “Petición pública en favor de una negociación política sobre Cataluña”, manifiesto firmado por 236 intelectuales de diferentes nacionalidades pidiendo que “se abandone la estrategia de judicializar un conflicto de clara naturaleza política». Clarísima, claro. Nada que no hayamos visto antes, pero redoblando la matraca y aprovechándose que muchos de estos intelectuales desconocen en realidad qué sucede en Cataluña. Para bien o para mal.

Ese ínfimo e infame manifiesto no me hubiera despertado el más mínimo interés de no haber visto a mi admirado Steven Pinker como firmante. ¿Cómo le han enredado, siendo él un reconocido antinacionalista, que vio los estragos que causó en su Quebec natal, haciendo que al final él -y gran parte de la comunidad judía, que tiene un olfato especial para estas exaltaciones- pusiera tierra de por medio?

Le escribí un mail el día 15 de noviembre en el que le mostraba mi desánimo viéndolo en tan mala compañía y propósito.  Le dije lo que sigue: que ese “dialogo” es una estrategia de los separatistas para hacer avanzar su agenda de ruptura eludiendo la Constitución -por cierto, ampliamente votada en su día en Cataluña-. Que era irónico que los partidos que se unieron en un golpe de estado (postmoderno, pero muy sincero) pidan dialogo después de años de coaccionar a los no independentistas de Cataluña (un lugar donde ni siquiera uno puede elegir que la enseñanza de sus hijos sea en la lengua del país). Que la izquierda, por pura oposición a la derecha, ha elegido durante años ser cómplice de los nacionalistas y que no caiga en la trampa de ver firmas de distintos intelectuales o rectores de universidad (¡los rectores que no han hecho nada para que los alumnos puedan ejercer su derecho a asistir a clases) en el texto.

Que él ya conoce la falta de pluralidad ideológica de las universidades, de los medios y del mundo de la cultura en general (un fenómeno muy extendido en nuestra parte del planeta y que tan bien analiza Jonathan Haidt, a quien él conoce y aprecia). Que observe cómo vuelven a presentar la cuestión de la manera torticera de siempre señalando un “conflicto” entre España y Cataluña, cuando el conflicto es entre los catalanes independentistas (el establishment y el poder) y los catalanes no nacionalistas, victimas preferentes del intento de golpe de estado. Que las protestas vandálicas de estos días son ordenadas por el propio gobierno catalán que juega a dos bandas enviando seguidamente a las fuerzas del orden. Que cualquier concesión a los no nacionalistas (que es lo que piden este tipo de manifiestos) redundará en hacer más difícil y humillante la vida de los catalanes que no desean dejar de ser españoles.

No tardó en llegar su respuesta. Me dijo que tenía en mucho respeto mi opinión y que le había pedido al organizador que sacase su nombre de la versión on line y de todas las impresiones futuras. Que había firmado, no porque tuviera la menor simpatía por los independentistas catalanes, más bien al contrario, porque interpretó la solicitud de buscar “una solución política al conflicto” como algo relacionado con la situación de alborotos y protestas y no con el asunto concreto de la secesión. Que le pareció que cualquier dialogo que ayudase a bajar la tensión podría llevar a que el nacionalismo y el afán de separación perdieran fuerza y se convirtiesen en nada, como ha acabado sucediendo en Quebec.

Como catalana le agradezco a Steven Pinker su buena voluntad, pero esa petición no tenía precisamente como objetivo que la tensión y el afán de separación se fueran diluyendo. Más bien seguir “apretando” (Torra dixit). Y esta última anécdota del manifiesto de los 236 (espero que ya pronto sean 235) es un recordatorio más de que esta gente fanática va a seguir a lo suyo y que tenemos la obligación de mantenernos alerta y de no bajar la guardia.

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