#SomosComunistas, o sea
Ya lo ven. No se vivían hechos de semejante trascendencia en eso de la revolución proletaria desde el alumbramiento del mismísimo Carlos Marx, comunista recién convertido en socialdemócrata por Pablo Iglesias en otro de sus gatillazos en pleno ejercicio onanista. Ni desde los tiempos de la hiperactividad igualitarista de la guillotina de Robespierre, pionero mucho antes que Pablo y Alberto en reivindicar comités de salvación pública. Garzón es ahora vasallo del líder podemita en las lides electorales. Y tan diligentemente desempeña su papel de fiel Sancho, que de acuerdo con las exigencias de la escolástica colectivista, está más que dispuesto a compartirlo todo. Absolutamente todo. Desde abrazos y vídeos rodados en Sol impostando a Labordeta, hasta el propio ridículo de las poluciones ideológicas de su socio con su conjura a Marx como si éste fuera Matteo Renzi o François Hollande. De modo que Garzón se prodigó hace dos días en el programa matutino de Carlos Herrera defendiendo a Iglesias y avalando su tesis de que el comunismo, que mató a 100 millones de personas alrededor del mundo y que nunca sacó a ningún país de la pobreza, es en realidad la añeja y bucólica socialdemocracia en bruto.
Y, ¿cómo no? Habló del pernicioso capitalismo de amiguetes y reivindicó a su sociedad mercantil, Unidos Podemos, como catarsis para una España golpeada por la emergencia social. Reivindicó a una clase proletaria que, tras firmarles un contrato de representación, espera su llegada al poder para ser rescatada, o más bien embalsamada, porque sorprende y mucho la estupidez que Garzón nos atribuye a los españoles, al obviar que somos nosotros quienes, en nuestro enésimo ejercicio de esa extraña “solidaridad” coactiva, rescatamos a los vagos impenitentes de Izquierda Unida de las filas del paro cuando estos habían quebrado hasta su propia formación y las cajas públicas con su trasero sentado en los consejos de administración. Fuimos la clase proletaria quienes observamos impotentes como Garzón, con quirúrgica habilidad y acuciado por las deudas contraídas, participaba del capitalismo de amiguetes de proetarras y exterralliures cuando, previo al 20D, intentó formar grupo propio para saquear 2 millones de euros a la clase trabajadora para proceder a disolverlo 48 horas más tarde. Por tanto, llama poderosamente la atención que ahora Garzón escupa en el plato en el que siempre comió.
A las obtusas respuestas de la entrevista radiofónica de Garzón, les siguió una profusa conjura tuitera de los comuneros 2.0 de Unidos Podemos con el fin de sacudirse orgullosamente la rancia vitola socialdemócrata recién afanada por Iglesias a los de Ferraz. Éstos, tan marxistas como Bob Esponja o Peppa Pig, coparon Twitter con el hashtag #SomosComunistas. Eso sí, bien alejados de la carne de perro con doenjang y del bloqueo del gordito simpático de Pionyang. Disfrutando del libre mercado y el libre albedrío desde alguna soleada terracita con unas bravas y una birrita con su chorrito de limón. Lo hubieran bordado, en realidad, con un «#SomosComunistas, o sea.»
Quizás la evocación a Marx y Engels por parte de Iglesias representa, en realidad, su interés en aclarar el rol activo&pasivo que ambos juegan en esta terna del pijocomunismo. Alberto Garzón recuerda a aquel Carlos Marx revolucionario de salón que jamás pisó una fábrica ni supo de la realidad proletaria. E Iglesias, como Engels, recuerda a aquel magnate que rescató a Marx tras fundirse éste sus rentas y terminar de desvalijar a sus amigos y la ubre familiar. Ambos fueron como Iglesias y Garzón, dos rentistas consumados. Los de ahora son dos precursores de la lucha de clases a razón de 100.000 euros anuales, y nosotros queremos demasiadas promesas. Su fortaleza no es su discurso, sino su consciencia de que la libertad requiere de un coraje que se encuentra ausente en demasiada gente. En nosotros. Otra vez.
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