Salvar al soldado Rajoy

Salvar al soldado Rajoy

Es innecesario a los actuales efectos dilucidar si fue antes el huevo o la gallina. O sea, si es Mariano Rajoy con su estilo cansino y sus tiempos de motor diésel antiguo quien está erosionando de forma alarmante la intención de voto del Partido Popular; o es la organización, con pavorosa falta de iniciativa y energía en la reserva la que está poniendo muy cuesta arriba el camino demoscópico de un presidente falto de brío que, salvo sorpresa mayúscula y para disgusto de sus acérrimos detractores, luchará por una reelección más —¿ésta sí la última?—.

El PP ha perdido punch, está huérfano de ese empuje que permite en el deporte imprimir en un momento determinado del partido una gran fuerza a tus golpes, o a tu lanzamiento, o a tu carrera; y que, ante su desgraciada ausencia, te arrastra hacia resultados mediocres… o hacia la derrota. Y no va a ser fácil ni rápido recuperarlo. Primero, porque está despojado de una porción trascendental del poder institucional territorial que han conquistado a nivel autonómico y en significativas capitales la izquierda y los populistas, al alimón; y no dispone de esa palanca para volver a recuperar el impulso y la agenda. Segundo, porque ante la ausencia de acciones determinantes del ejecutivo central y de un discurso ilusionante, Ciudadanos está llenando el espectro social/económico/ideológico del centro-derecha con sus vigorosas propuestas y su mensaje emocional y, más subrayable, está hallando acomodo en las clases medias, las que hacen ganar elecciones: “Piano piano si arriva lontano”.

Abraham Lincoln defendió hace siglos que “ningún hombre es lo bastante bueno para gobernar a otro sin su consentimiento”. Y, en pura filosofía política, la medida en que el PP sea capaz de interiorizar —o no— este axioma, condicionará su preparación para afrontar con garantías su Operación Rescate. Si no quiere seguir perdiendo a cubos llenos la confianza de los españoles, Moncloa y Génova deberán, por fin, actuar sin complejos, posicionarse de manera compacta y comunicar con criterio —esto ya será más difícil— para renovar y hacer crecer el consentimiento que recibieron de los votantes y que están malbaratando en este primer tramo de atropellada y atormentada legislatura.

Por una vez, el PP haría bien en situarse, con plena humildad y en actitud de activa autocrítica, en los zapatos de los españoles de infantería y preguntarse: ¿Está el país mejor que antes?. Porque eso mide el progreso. ¿Está cumpliendo el presidente con su palabra y nos está defendiendo? Porque eso mide la credibilidad. ¿Está dispensando el Gobierno una atención personalizada y está siendo sensible con los problemas cotidianos de la gente? Porque eso mide la cercanía. Tras este ejercicio puede  que llegue a la conclusión de que gestionar el interés general de las personas en el siglo XXI significa no sólo «hacerlo bien» sino darlo a conocer. Y eso se traduce en que o el PP desarrolla —empieza a ser tarde— y ejecuta una verdadera estrategia integral que aglutine y motorice las relaciones públicas, el marketing y la comunicación social o nada de lo que haga bien lucirá. Si entiende esto, la operación Salvar al soldado Rajoy tendrá alguna posibilidad de culminarse con éxito.

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