Opinión

Respeto para los fallecidos

El manejo del luto en Pedro Sánchez es una cuestión compleja envuelta siempre en desorientación, falta de criterio, torpeza y algunas miserias. Tras el fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba, el ya presidente del Gobierno decretó un luto oficial exprés para que la ciudadanía pudiera contemplar su figura doliente ante el féretro de quien había sido su mayor crítico y con el que no mantenía contacto alguno. Meses antes, la imagen del secretario general del PSOE con un jersey granate y sin corbata en la capilla ardiente del ex presidente del Congreso de los Diputados Manuel Marín corrió como la pólvora y levantó ampollas entre los asistentes que vieron en el gesto una falta de respeto al que había sido una de las máximas autoridades del Estado. Así es Pedro Sánchez.

En España, el Covid-19 ha segado la vida de 24.543 compatriotas (según los datos incompletos aportados por el Ministerio de Sanidad) y resulta desalentador ver a las máximas instituciones del Estado comparecer en público, como sí han hecho otros líderes mundiales, sin un gesto formal de empatía ante el tremendo dolor que desgarra a España. Se da la circunstancia de que algunas comunidades autónomas han decretado el luto oficial y, sin embargo, en los edificios de la Administración Central la bandera sigue ondeando ajena a esta tragedia. El Rey Felipe VI ha optado por corbatas oscuras como una fórmula intermedia, un muestra más de la preocupante anormalidad institucional y política en la que está sumido nuestro país. En España, ¡hasta la compasión estamos perdiendo!

Desde el año 1974, el Gobierno de España ha decretado el luto oficial en diez ocasiones. La oposición ha instado al presidente del Gobierno a que rinda un homenaje a todos los que han fallecido en esta pandemia y, pese a las constantes llamadas públicas al consenso del jefe del Ejecutivo, éste no parece tener ninguna intención de recoger el testigo. La actitud de Sánchez sólo se explica en el contexto de una estrategia defensiva que trata de alejar cualquier simbolismo que vincule su ‘superyóyyoyyo’ a esta catástrofe. Una circunstancia que se enmarca en la infinita soberbia y ambición del personaje. Es normal que un gobierno que acoge como vicepresidente a un sujeto, Pablo Iglesias, que en el pasado proclamaba que “hay que politizar el dolor” se muestre temeroso ante los ecos de su falta de escrúpulos. Qué capítulo más vergonzoso para el autoproclamado progresismo español.