Rafa Nadal, la educación y el dinero
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Un par de días después de que el tenista Rafael Nadal ganase su vigésimo primer Gran Slam, situándose por encima de todos los competidores, su tío Toni, que le ha entrenado durante la mayor parte de su carrera, publicó un majestuoso artículo explicando la clave no sólo del triunfo sino de la excepcionalidad que preside el carácter de su sobrino, y que no es otra que la educación, que corresponde por derecho natural a la familia, pero a la que complementa la escuela a través de la debida instrucción: “¿Por qué actúa así Rafael? Sencillamente, porque aceptó la exigencia. Sería bueno que nos preguntáramos si con el modelo actual estamos formando correctamente a nuestros jóvenes”.
La respuesta a esta cuestión es de una obviedad dramática: no. Todos los proyectos de enseñanza elaborados por el Partido Socialista desde el comienzo de la democracia han estado presididos por la eliminación progresiva de la exigencia en favor del igualitarismo, que ignora la capacidad innata de todas las personas para, bien requeridas y presionadas, superar con creces las expectativas, los prejuicios ideológicos de los políticos y los temores de los propios padres. Estos, seducidos por la degradación del medio ambiente educativo, se han convertido en muchos casos en unos colaboradores necesarios y, peor aún, activos de la corrupción moral de sus hijos. Solo quieren que aprueben a toda costa, sin detenerse a pensar si realmente lo merecen, a fin de que no les den quebraderos de cabeza y puedan disfrutar de su modo de vida ordinario y regularmente de sus vacaciones.
El último proyecto educativo de la ex ministra socialista Celaá, que ahora está apuntalando su sucesora Pilar Alegría, permite pasar de curso con varias asignaturas suspendidas y graduarse en la ESO a pesar de no haber aprobado todas ellas. Como los malos ejemplos tienen un poder de contaminación sin par, algunas comunidades como Cataluña aspiran a ir más allá, y así la Generalitat pretende tolerar que se logre el título sin que los estudiantes hayan aprendido las competencias básicas exigidas, suprimiendo las notas trimestrales en los colegios y destruyendo cualquier atisbo cabal de exigencia. Hace años que la educación en España está en peligro de derrumbe, pero no hay duda de que este se acelera por momentos.
“En muchas ocasiones me he preguntado -escribe Toni Nadal- no tanto por qué Rafael es capaz de comportarse así, si no por qué no lo hace de esta misma manera la mayoría de la gente que desea conseguir algún logro importante en la vida. Yo entiendo que cuando uno toma una decisión de este tipo asume la dificultad y el reto que conlleva, y presupongo, a su vez, que estará interesado en hacer todo lo necesario para alcanzarlo. De ahí mi sorpresa cuando constato que eso no sucede de forma habitual. Y mi creciente desazón cuando comprendo que ese modo de actuar se da en todos los ámbitos y no solo en el tenístico o deportivo”.
“Toda vez que esto es así, a mi modo de ver, sería bueno que nos replanteáramos nuestros principios y que reflexionáramos, como mínimo, si con el modelo actual estamos educando bien a nuestros jóvenes y si les ayudamos a afrontar con garantías su futuro”.
El filósofo y pedagogo José Antonio Marina aporta otra explicación al desastre que padecemos y que constata reiteradamente el informe PISA, que mide los resultados del sistema educativo europeo en términos comparativos, y en el que tan mal parados quedamos de manera regular.
“Se dice que si un niño no está motivado no puede realizar una acción, cuando el progreso de la Humanidad radica en que podemos hacer cosas aunque no estemos motivados, simplemente porque es nuestro deber. Pero el concepto de deber también ha sido expulsado de la escuela. Si no se puede hacer algo sin motivación se eliminan la voluntad, la responsabilidad y la libertad, porque la libertad se consigue obedeciendo primero”.
Según el premio Nobel Mario Vargas Llosa estamos en un mundo donde el primer lugar en la escala de valores vigente lo ocupa el entretenimiento y donde divertirse, escapar del aburrimiento es la pasión universal. Y añade que ese ideal en la vida es perfectamente legítimo, pero advierte, también, de sus inesperadas consecuencias: “De ese modo, no aburrirse, evitar lo que perturba, preocupa y angustia ha pasado a ser para sectores sociales cada vez más amplios de la cúspide a la base de la pirámide social un mandato generacional”.
Para el señor Toni Nadal esto tiene consecuencias contrarias, si no devastadoras para una buena formación del carácter. “En ello ponen mucho empeño dirigentes necesitados del favor popular y respaldados por un grupo creciente de población necesitado de pensar que está contribuyendo a crear un mundo ideal y de alardear de su gran corazón, de su excelsa corrección y de su singular empatía. Y así, paulatinamente, hemos logrado desdeñar todo lo que exige esfuerzo o que nos incomoda mínimamente”.
“En mi amplia experiencia dentro de la formación tenística he ido comprobando cómo se han acentuado en los jóvenes la frustración, el hastío y el abandono enseguida de algo que les turba o no les sale inmediatamente como desean. Las nuevas generaciones necesitan en una medida cada vez más creciente que los entrenamientos sean divertidos, que las recompensas sean inmediatas y que se les aplauda el más mínimo avance. Rafael Nadal aceptó la exigencia absolutamente todos los días de todos los años que entrenó conmigo, de entrar con buena cara en la pista, de no quejarse jamás y de pegarle a la bola, cada vez, lo mejor que pudiera. Pero, sobre todo, de entender y aceptar que, aunque hiciéramos todo esto, no necesariamente las cosas saldrían bien”.
Ninguna de estas soberbias reflexiones tiene cabida en el proyecto educativo socialista y en el experimento de ingeniería humana que el PSOE lleva ensayando con éxito desde que llegó al poder allá por 1982, primero con el ministro Maravall y luego con el gran maestro de la perturbación mental de nuestros jóvenes, el inefable Alfredo Pérez Rubalcaba, cuyos malvados designios han seguido sin solución de continuidad todos los ministros de izquierdas que lo han sucedido.
El problema de acabar con la exigencia de la que habla Toni Nadal, que ahora se quiere extender a todos los niveles, incluso a las oposiciones de los funcionarios de alto nivel, eliminando el peso de los estudios y de la memoria en favor de la actitud, porque en algunos ámbitos de la Administración “falta pluralismo y existe una barrera de clase” tendrá consecuencias onerosas.
Estas inclinaciones sectarias en contra de la exigencia y del esfuerzo acarrean siempre costes y consecuencias. Ahondar en el desprestigio de la excelencia como meta de la enseñanza lastrará todavía más el futuro productivo de los alumnos, los hará menos empleables y los condenará -los está condenando de hecho- a la precariedad laboral permanente cuando no al paro estructural.
Se está enseñando a los jóvenes que el éxito -por ejemplo, el obtenido por este tenista ya legendario- nada tiene que ver con la formación, que los conocimientos no importan, y que la exigencia está fuera de lugar. Esta deformación de las ideas que deberían guiar el sistema educativo serán sobre todo letales para los pobres, para las clases más desfavorecidas, cuyos hijos necesitan más que los de los demás una buena instrucción y una enseñanza basada en el esfuerzo, que son las únicas palancas posibles para abandonar en el futuro su estado inicial de postración.
Rafael Nadal ha demostrado que, aunque como le decía su tío, aceptar la exigencia y el sacrificio no garantiza necesariamente el triunfo -pues a lo largo de su carrera deportiva ha pasado por episodios menos felices- es desde luego el camino insoslayable para conseguir el éxito, detrás del que viene el reconocimiento general y luego el dinero, que no conviene minusvalorar.
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