Opinión

Puigdemont quiere ser Le Pen

Carles Puigdemont no sólo quiere destruir España, también pretende hacerlo con la Unión Europea. La deriva del expresident huido ha dado un giro hasta la radicalidad más extrema. Ahora se mira en el espejo de Marine Le Pen y Nigel Farage con discursos que firmarían cualquiera de los dos. No sabemos quién será su asesor —o asesores— en este particular, pero entre todos no juntan ni media idea buena. Cataluña ha perdido 2.773 empresas desde los días previos al referéndum ilegal del 1 de octubre. Ir contra la Unión Europea (UE) sería un suicido económico, político y social para cualquier país, más aún si encima se trata de una república que nació al margen de la ley y que, a día de hoy, está desintegrada por la justicia española. A la espera, únicamente, de que el Gobierno belga opte por la lógica diligencia y mande de una vez por todas al golpista Puigdemont de vuelta a España para que así pueda rendir cuentas ante el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena. 

Los catalanes congruentes —la gran mayoría— se debatirán entre la vergüenza ajena y el estupor tras las últimas declaraciones de Puigdemont. Ni siquiera los más nacionalistas pueden estar de acuerdo con un órdago a la UE: «Un club de países decadentes, obsoletos, en el que mandan unos pocos, ligados a intereses económicos cada vez más discutibles». Estas palabras contradicen las que pronunció su mentor político, Artur Mas, en 2013 cuando aseguró que una «Cataluña soberana seguirá en el euro». Además, emparentan casi hasta la hermandad con las de la ultraderechista Marine Le Pen, quien dijo que «Europa es un club decadente». También con el eurófobo Nigel Farage, el hombre que propicio el Brexit con mentiras y propaganda cuasi goebbeliana para inmediatamente después dar la espantada ante el caos que había creado: «El proyecto europeo está en decadencia. La UE actúa como una mafia», aseguró. Todas las declaraciones podrían atribuirse a una sola voz y, de hecho, lo son: la voz del populismo y de la mentira. De la demagogia y la falacia como armas políticas. 

Una voz a la que Puigdemont ha recurrido desde hace mucho tiempo, pero que ahora ha sonado alta y clara, muestra de que su estancia en Bélgica es sólo una huida hacia delante y que carece de proyecto e ideas para Cataluña. Su único fin es el poder aunque ello conlleve la ruina más absoluta para los catalanes. Acorralado por la justicia española, con la única connivencia de los magistrados belgas, —que terminará antes que después—, el expresident huido ha decidido lanzarse por el precipicio. Una temeridad que debe ser tomada muy en cuenta por los ciudadanos de cara al próximo 21 de diciembre. Sus propios votantes deben considerar muy seriamente hasta dónde los puede llevar esta locura. Los electores constitucionalistas, por su parte, han de ser conscientes de que sólo votando en masa darán la suficiente mayoría a las formaciones unionistas para que puedan salvar la viabilidad de Cataluña. Dejar la comunidad autónoma en manos de Puigdemont y sus acólitos sería el fin para una tierra que siempre ha sido una referencia para España, Europa y el mundo.