El progreso es liberal-conservador
El problema de la libertad surge cuando tenemos a más personas que la nombran y no tantas que la defienden. Desde que Burke enunció cierta filosofía liberal-conservadora hasta hoy, ni Murray Rothbard por un lado, ni Russell Kirk o Michael Oakeshott por otro, constituyeron un corpus de pensamiento liberal-conservador que permita ejercer de manifiesto fundacional -o fundamental- sobre las ideas a proteger y conservar. Todo ha sido un intento por explicar que el ser humano ha progresado cuando ha mantenido, en permanente conexión con la creación, aquellos factores que nos enraízan con lo que somos y nos define: la libertad, la propiedad y la tradición.
Los valores que caracterizaron al conservadurismo, como al pensamiento liberal, se definen por su toma de posición respecto a los problemas sociales y su capacidad para responderlos en el contexto político en que se sitúan y desarrollan. Bajo una formulación moral propia e irrenunciable, sin admitir el sometimiento a las ideas socialistas o colectivistas, les diferencia, bajo un necesario maridaje, la moderación en la defensa de los valores que admiten más o menos polaridad ante asuntos trascendentales: la vida, el ámbito de aplicación de esa libertad en términos privados, la posición ante la ley y frente a cuestiones morales trascendentales relacionadas con todo lo anterior. Pero en ese respeto irrestricto a la forma de vida del prójimo se encuadra una manera de resumir los principales avances de la humanidad con base en unos valores que han definido la civilización occidental hasta hoy.
El progreso no vino de manos de la izquierda, esto es, el socialismo, sino de las ideas liberales y conservadoras, unas abiertas al progreso, otras, a conservar lo que permite que ese progreso llegue y se desarrolle en las mejores condiciones. Desde la democracia hasta los avances sociales más monopolizados hoy por la izquierda, como la abolición de la esclavitud o el sufragio femenino, por ejemplo, fueron conquistas impulsadas y conseguidas desde posiciones que fabricaron una entente cordiale exitosa, donde el individuo como agente sujeto de derechos y la comunidad como ente educativo y socializador fueron más determinantes que la masa fabricada desde estructuras y organismos de control.
Toda opción política que pase por la defensa de la familia como eje de tradición inmutable que genera confianza, tranquilidad y progreso, supone el regreso a un sentido común que la izquierda, a través de esa filosofía woke -que tenía de despertar lo mismo que de fomento de la libertad ajena, o sea, nada- ha intentado extirpar del corazón y alma de las personas, imponiendo a cambio un negocio mundial basado en la defensa y protección de minorías victimizadas y causitas fragmentarias que sólo dividen a las sociedades según el estereotipo que la dictadura woke creara.
Las victorias de Milei y Trump vienen a demostrar que no se puede gobernar sólo en base a razonamientos económicos o jurídicos. Cuando dejas toda tu fuerza moral en la percepción de una eficiencia económica en la gestión, dimites de lo que de verdad mueve al ciudadano: las ideas, los valores, unos principios comunes y la defensa de pilares básicos: para la izquierda, la tribu y la masa imponiendo cómo debe ser y actuar la humanidad; para la derecha liberal y conservadora, la libertad, la vida, la propiedad privada y el respeto al imperio de la ley, entendiendo al ser humano como es y dejando que se desarrolle según su criterio autónomo y particular. Todo lo que ha hecho que avancemos como especie se debe al impulso y protección de lo que nos ha civilizado, educado y mantenido.
Cuando gobierna la izquierda, todo lo que está mal en el mundo aumenta: el hambre, el desempleo, la miseria y la división social basado en una convivencia más próxima al fratricidio que a la concordia. Ese epítome es el antiprogreso que hoy, gran parte del mundo está empezando a descubrir, notar y, por tanto, a rebelarse contra ello.
La dimensión y escenificación pública de los mensajes que defienden las ideas de la libertad requieren ampliar los márgenes de acción individual, incorporando a su tradicional apego a la razón y la gestión, elementos de ataque retórico y persuasivo. Si algo ha demostrado Milei desde que derrotó al peronismo siniestro que arruinó Argentina durante décadas, es que a los ciudadanos se les debe hablar como adultos, contarles la verdad y explicarles la dureza de ciertas medidas cuando toquen, sin estar pendiente del plácet del adversario o del devenir de unas encuestas que, por lo general, nunca dicen lo que pasa en la calle, sino que se cocinan como quiere el cliente político que esté el plato cuando llegue a la mesa.
Asumir que la mejor forma de derrotar a tu adversario es pedirle permiso para cruzar a campo contrario bajo la promesa de que no le atacarás y mantener así un utópico empate, sólo aboca al fracaso a quienes, ingenuos, siguen pensando que existe un socialismo bueno que puede ser domesticado e incorporado a la democracia. Todo aquel que lo intentó, acabó devorado por sus fauces liberticidas. Hay una derecha en España que prefiere ser devorada antes que defender a su camada. Y esto ya no se trataría de complejos, sino de simple insuficiencia política, intelectual y moral.
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