¿Plan? No hay plan

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En los últimos días asistimos a un inquietante cambio de discurso en algunos responsables públicos que se asienta sobre una nueva premisa: tendremos que aprender a convivir con la enfermedad. En realidad se trata de una reedición del famoso “esto es una gripe más”, eslogan que nos condujo a la mayor catástrofe sanitaria del ultimo siglo. Su extraordinaria contagiosidad, su letalidad y la ausencia de instrumentos farmacológicos definitivos para hacerle frente, convierten a este patógeno en el gran enemigo público. El COVID19 es un virus incompatible con nuestro modo de vida, nuestro modelo y estructuras económicas, como también con los actuales códigos de valores.

El COVID19 ha maniatado a la sanidad. El virus no sólo hace que miles de personas enfermen y mueran, sino que ha bloqueado el sistema sanitario hasta transformarlo en un ejército de hombres y mujeres dedicados en exclusiva a combatirlo. Mientras se prolonga esta guerra, el resto de patologías prácticamente han desaparecido de los hospitales por el miedo de los ciudadanos a acudir a ellos y contagiarse. A las consecuencias sanitarias directas derivadas de las secuelas que deja en los pacientes más afectados la enfermedad, habrá que sumar el coste del parón en la detección y tratamiento del resto de patologías. La poscrisis puede ser aún peor que la crisis; menos espectacular, pero más crítica.

En el ámbito económico, la situación es parecida. Todas las previsiones de expertos y organismos nacionales e internacionales se basan en datos asépticos que no cuantifican los efectos del gran intangible: el miedo. Hacer previsiones, presupuestos o adoptar medidas en estas circunstancias es operar a ciegas. Tras la segunda guerra mundial, la humanidad ha disfrutado del mayor periodo de tranquilidad, prosperidad, paz y bienestar de su historia. Actuar bajo la premisa de que, de la noche a la mañana, nuestras sociedades podrán convivir con una amenaza de estas características es aventurado y puede dinamitar el crecimiento de la próxima década. Tratar de sostener la oferta en el convencimiento que la demanda, con el coronavirus todavía acechando, rebrotará ágil y milagrosamente, no es realista.

El único objetivo que debe guiar la acción de nuestros responsables públicos es la aniquilación completa del COVID19. Por eso, estos días observo preocupada el plan del gobierno o, mejor dicho, la ausencia de plan. Se implementan desconfinamientos a ciegas a la espera de que una mezcla de providencia divina y responsabilidad individual logre controlar la situación. No es descartable que el virus disminuya su incidencia como consecuencia del calor y el confinamiento e, incluso, que desaparezca en los próximos meses. Esperemos que así sea porque el frente de la nave no hay nadie, solo un grupo de incompetentes y sectarios a partes iguales (con alguna honrosa y admirada excepción).

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