No apto para los prostitutos de la inteligencia
A pesar del titular, si me encuentran hoy demasiado formal, comprendan que este artículo supone mi reestreno. Estoy nerviosa, ando con pies de plomo, no me atrevo casi ni a mirarles a los ojos, casi ni a sonreír. Imagínenme sentada con las piernas cruzadas, las manos sobre mi regazo, muy recta y muy expectante. Nada de maquillaje, la cara lavada; y, como tocado, mi impertinencia congénita, mi imaginación salvaje y mis neuronas extremadamente teatrales, vehementes e intensas.
Algunas infidelidades son tan escandalosas como sanadoras: así ha sido la mía. La inmaculada aristocracia del talento entenderá lo que digo, ya saben, lo del látigo junto al don, las tragedias griegas, la belleza dolorosa de sensibilidad gótica, todo muy barroco, muy dramático, muy onírico. No olviden que soy andaluza, ser sevillana es en sí mismo una idiosincrasia. Mi tendencia natural es a relacionarme con el mundo como si viviera permanentemente en un cocktail para ricos, guapos y famosos con talento, gente muy desbordada consigo misma.
Este lugar, OKDIARIO, desde el que vuelvo a expresarme muy felizmente, está lleno de encanto y descaro. Tiene cierta tendencia a darle a la realidad un sesgo apasionado. Pero lo más importante es que es una bahía de libertad, que me subyugó desde el primer artículo que publiqué en él (La risa de Oriente), hace exactamente cuatro años. Aquí sigo, tratando de demoler injusticias, despertar conciencias y escandalizar un poco a los conservadores del Parnaso. El que siempre obedece no se equivoca. Siguiendo esta máxima, espero seguir metiendo la pata, no dar pie con bola, colarme, errar, patinar e, incluso, extraviarme, si a cambio puedo dar rienda suelta a mi creatividad ilimitada, mi energía incansable y mi atroz espíritu crítico.
Y, por centrar ya un poco el tiro, ahora que he pasado el mal trago de los primeros párrafos, estarán de acuerdo conmigo en que de oportunistas poco dotados y proclives a colarse por encima de los demás estamos ya muy cansados. No descubro nada si digo que la democratización ha permitido que individuos (no uso lenguaje inclusivo) que antes serían vulgo, chusma, morralla o quincalla hayan ascendido a la escala superior del poder. Esto ha sucedido ante la complacencia de una élite indolente y frívola, con unos perniciosos efectos. Retomo este espacio con la ilusión de aportar un granito más de arena para que ésta despierte de su letargo.
Para alcanzar este objetivo, unas primeras normas podrían ser no leer nada que esté escrito en lenguaje vulgar, escuchar con espíritu crítico, analizar si lo dicho y lo hecho concuerdan y, sobre todo, mirar despilfarrando esperanza el purificado celeste de los ojos de Alberto. Formemos parte de ese dandismo sobrio que raspaba la ropa con papel de lija para eliminar cualquier brillo dominical y de estreno, volvamos a la lógica de toda la vida, lo razonable, la tolerancia cuerda, desmontemos los tinglados chabacanos de falsa modernidad. Pero hagámoslo con gracia, con brío, con aplomo. Así, como un chasquido de dedos, sin torpes experimentaciones.
La verdadera inteligencia es silenciosa. Es sobria, es rotunda. Yo la aprecio en ese celeste. Me dará tiempo a explicarles con tranquilidad, aún nos quedan tres semanas para el día del duelo. Comprendan que ahora estoy exhausta, he pasado muchos nervios escribiendo esta primera/nueva columna. Me fumaría encantada ahora mismo un cigarrillo para relajarme, pero nunca he fumado. Quizás se me ocurra ahora otro método, aunque primero tengo que terminar.
Las chispitas doradas del principio se desvanecen, todo se está oscureciendo. Aparece en mi mente aquella idea que dice que «en todo el purgatorio de Dante, no hay castigo como el de escribir para ganar dinero». Yo no estoy de acuerdo, me hace muy feliz escribir para ustedes. Quizás hoy haya estado demasiado formal, prometo corregirlo para la próxima semana. He encargado que me hagan un corsé de vidrio veneciano rojo, para que estalle en cada artículo, y unos guantes de lentejuelas, para que rieguen mi teclado a cada pulsación. No me juzguen, revisen el título de este texto. Hasta la semana que viene.
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