Los molinos de Artur Mas
Mis disculpas a su señoría, ingenioso hidalgo Don Quijote, por utilizar su simbólica figura para definir lo ruin y mezquino del comportamiento humano. Si viera usted cómo se presentó Artur Mas ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, percibiría su chulesca actitud llegando tarde, escenificando una comedia burlesca ante un Estado de Derecho pusilánime desde hace más de tres décadas. Contemplaría las mentiras de quien vomitó sus responsabilidades sobre los voluntarios que colaboraron en la necedad del 9N. Permítame, hidalgo Don Quijote, trazar una analogía entre “sus locuras y molinos” y los que presenta el señor Mas. Cuando usted acepta su locura como caballero andante y afronta su lucha contra los molinos, lo hace de forma realista. Su locura fingida es un instrumento movido por el afán de impartir justicia. La ensoñación de Mas parte del resentimiento y la falacia. Su “justicia” manipula, esconde y oculta una realidad histórica. Frente a ella, un Estado timorato que responde como el padre sin autoridad que advierte al niño con no cenar si se porta mal.
Qué gran verdad, hidalgo Don Quijote, cuando aconseja a su fiel escudero Sancho que no se guíe “por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos”. Qué daño para la Justicia el hecho de que “las togas se manchen con los polvos del camino”. El orden y el Estado de Derecho, representado en las leyes que rigen y presiden a una nación seria, sólo pueden mantenerse por la fuerza de la propia ley, solo de la ley, pero de toda la ley. Sin miedos ni temores. De la analogía de sus armas, desde la aplicación de la ley, deberán surgir en un Estado fuerte aquellos que apliquen justicia real sin el más mínimo complejo. Frente a su nobleza, Don Quijote y junto a la fidelidad de Dulcinea, su Dama, asoma la figura del vagabundo. El señorío y el amilanamiento. Tras incesantes promesas de haber realizado su prometida “consulta” y haberse enfrentado al Estado, tras no pocas apariciones vanagloriándose de haberse jugado su vida por Cataluña, Mas ha mostrado su verdadera faz.
Si en algún momento no hemos tenido un Estado fuerte que cercenara las delictivas maniobras secesionistas, un fiscal que no mancha su toga con el polvo del camino ha conseguido que Mas haya negado el referéndum, restando cualquier valor político a la verbena del 9N y desvinculándose de cualquier participación en ella, transfiriendo toda la organización a los voluntarios. Que bien analizó el pulso de una nación Ramiro de Maeztu en su obra ‘Don Quijote, Don Juan y la Celestina’. Ramiro entiende que la decadencia se consigue cuando nos reconocemos vencidos ante un ideal innegociable y cuando nuestros medios aparecen inadecuados para la obtención de nuestros fines. Muchos consideran que el ideal objetivo de una nación unida e indivisible como la española ha sido vencido y que los medios utilizados han sido más que insuficientes para dicho fin.
Hidalgo Don Quijote, convenimos muchos en que es necesario su ideal caballeresco, su espíritu con vocación de conseguir empresas grandes que no frene ante lo “políticamente correcto”. Debemos pregonar que si España puede y debe resistir a las amenazas que se ciernen sobre ella no puede seguir haciéndolo con actitudes temerosas. Mas ha incumplido la ley, violentando el Estado de Derecho de forma consciente, desobedeciendo al Tribunal Constitucional y conociendo las consecuencias de sus actos. El secesionismo ha perpetrado continúas ilegalidades y desafiados tanto a la Justicia como al propio Estado. Señor Quijote, sus molinos representan ese edificio mágico, reflejo de la fuerza que rompe en dos el paisaje y se ofrece como protagonista entre la tierra y el cielo. Los molinos de Mas encarnan el mito de lo falso, la desnutrida imagen de la cobardía. La provocación de quien se cree intocable frente al garante de la ley.
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