Menores con patente de corso
Todavía estoy consternado por lo ocurrido en Barbastro durante el pasado fin semana, donde un guardia civil perdió la vida en un control de tráfico tras ser atropellado por un coche donde iban cuatro menores. Tenemos una Ley del Menor vergonzante. Es prácticamente una ley de impunidad. Nuestra democracia –yo la llamo “memocracia”- se ha dedicado a inculcarnos por activa y pasiva todos los derechos de los que disponemos, pero se ha olvidado de educarnos con el mismo ahínco en nuestras obligaciones. Vivimos en una crisis de valores a nivel mundial, y mucha culpa es por la falta de autoridad y referentes positivos en nuestras casas, colegios, calles y, sobre todo, en la televisión. Un medio donde suele habitar la mediocridad en forma de triunfo fácil —’Hermanos VIP’— o falsos héroes, glorificados por la vulgaridad y la violencia.
Este fatal episodio no es casual ni aislado. Podemos recordar como, por ejemplo, un menor de 13 años mató con una ballesta a su profesor delante de sus compañeros. Pero eso no fue lo peor, el problema es que podría salir impune. La Ley de Responsabilidad Penal de los Menores perteneciente a nuestro ilógico sistema establece que los menores de 14 años son inimputables y que la solución a cualquier delito, por grave que sea, debe estar concentrada en el ámbito familiar o educativo. Después de las pruebas que se le hicieron, se descubrió que su motivo para realizar tal matanza no fue la venganza, ni el bullying, sino un brote psicótico causado por estar expuesto a la violencia constante de videojuegos y series de televisión.
El juez de menores Emilio Calatayud está harto de llamar la atención a los padres para que se ocupen de sus hijos. Muchos de los cuales, fruto de un consentimiento y complacencia continuada desde pequeños, se han convertido en tiranos atrincherados en sus casas, haciendo y deshaciendo a su antojo, disponiendo de los ingresos de sus progenitores. Son los que yo he bautizado como ‘Generación Insert Coin’. En los centros de menores brilla por su ausencia la disciplina y el respeto, por lo que parece todavía peor el remedio que la enfermedad. Hemos pasado de una sociedad autoritaria a una de total permisividad en la que las figuras de los padres y profesores quedan prácticamente desautorizadas. Un contexto donde abunda el poco respeto a los responsables de mantener el orden, llevándose por delante la vida de un guardia civil en acto de servicio y amparándose sin remordimientos en su minoría de edad. Nuestra sociedad está perdida y enferma.
¿Quién tiene la vacuna y el medicamento para prevenir y curar esta lacra que nos afecta a todos? Hay que proteger al inocente, no al culpable. Hace un tiempo leí que un abogado de EEUU, James Glasgow, llevó a cabo una campaña para «concienciar» a los padres de la necesidad de boicotear películas y videojuegos violentos que promueven el placer de matar hasta tal punto que muchos cruzan la línea convirtiendo el asesinato en un deporte. Todo el mundo se preocupa de las drogas, el alcohol, el tabaco, la obesidad, la ansiedad o las depresiones, pero no se dan cuenta de que muchos de estos vicios y enfermedades vienen a través de estos videojuegos.
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