Más vale honra sin partido, que partido sin honra
Pedro Sánchez ha laminado a dos socialistas históricos como Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros por expresar sus discrepancias con el rumbo del partido y mostrar su apoyo a la candidata del PP a las elecciones de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, algo que, por cierto, han hecho miles de ex votantes socialistas que han decidido apostar por la presidenta madrileña. Se conoce que para Pedro Sánchez discrepar es un delito mucho más grave que el de corrupción, porque mantiene en el partido a personas investigadas. La alcaldesa de Alcorcón, el subdelegado del Gobierno de la Comunidad Valenciana o el líder de los socialistas murcianos, entre otros políticos socialistas, están bajo la lupa de la justicia y, sin embargo, Sánchez ha optado por mantenerles en sus puestos. A Leguina y Redondo, con una trayectoria impecable, los ha purgado miserablemente por no rendirse a su figura. Entre el socialismo que encarnan Leguina y Redondo y el socialismo que encarna Pedro Sánchez hay un tramo muy largo: el que va de la decencia y la dignidad a la indecencia más palmaria.
Alguien podrá pensar que la purga a dos históricos dirigentes socialistas como los citados es una demostración de fortaleza de Sánchez. Nada más lejos de la realidad: los mediocres suelen practicar el totalitarismo, precisamente, para lograr por la fuerza bruta lo que no son capaces de lograr con la inteligencia. Sánchez no se ha ganado el respeto de los suyos por su valía y de ahí que recurra al ordeno y mando como única fórmula efectiva para reafirmar su poder. Ni Leguina ni Redondo han pasado por el aro del sanchismo, precisamente porque no son rehenes de Sánchez ni de un partido que ya no les representa. Son mucho más del PSOE que cualquiera de los nuevos siervos del César, genuflexos ante este emperador de pega, y mucho más que todos esos investigados por corrupción que presumen de socialistas.
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