«Maricón con tetas»
Así calificó una supuesta mujer cis (la mujer hetero de toda la vida) a una mujer trans (varón que se autopercibe como mujer, esté operado, hormonado o nada de eso), lo que le ha valido seis meses de prisión y 3.850 euros de indemnización. Pena que celebró en las redes sociales otro MTF (male to female, o sea, de hombre a mujer), Carla Antonelli, diputada por el PSOE en la Asamblea de Madrid. Antonelli, que si ha tomado este apellido artístico de la diosa Laura Antonelli, actriz italiana ya fallecida, no la recuerda en absoluto, atribuyó a «transfobia» un comentario que sin lugar a dudas es humillante y con afán de ridiculizar. Al ser la primera vez que se condenaban expresiones supuestamente «tránsfobas», esta sentencia se declaró pionera por conocidos personajes y entidades afines al movimiento LGTBI, que corrieron a festejarlo. Y más cuando se dijo que la condenada era votante de Vox.
Iba a ser una victoria contra el feminismo terf. Sin embargo, el asunto ha dado un giro inesperado y curioso: se ha sabido que la agresora no era una mujer cis particularmente faltona, sino de que en realidad también era una mujer trans que conocía a la víctima (según Newtral, que publica incluso su nombre, un «exprostituto y transactivista»). Los ataques estaban motivados por su indignación con los trans que no se han operado, como en su caso, los genitales. Eso la convierte a ella, al parecer, en una «auténtica mujer», cosa que la insultada no es.
Si traigo aquí esta historia es como una muestra más de esa locura que nos invade. Naturalmente, ni la primera es una mujer ni lo es la segunda. Sean o no sean de Vox. Que la más osada y temeraria se haya extirpado el llamado «miembro viril» no la hace merecedora de calificarse como «mujer». Pero ahora tenemos a los jueces lidiando también con estas cuestiones disparatadas como si no tuvieran ya bastante trabajo acumulado.
La cuestión de las «identidades sexuales» se ha ido transformando en un concepto más propio de un culto o de una secta que en algo real. Los debates e ideas sobre el número de sexos o géneros y las identidades asociadas tienen todos los ingredientes de un delirio de masas (y de oportunismo político). El feminismo radical no pudo prever las derivadas de una filosofía que predicaba que la violencia, la opresión y la desigualdad que al parecer surgía del sistema sexo-género sólo tendrá fin si se «deconstruía» la dicotomía hombre-mujer. Esta corriente del movimiento feminista clamaba que el sistema sexo-género (aquel que según ellos asigna a las personas un rol y un paquete de características naturales sólo por haber nacido con pene o vagina) produce relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. De esto surge un transfeminismo y un movimiento queer que acabó subsumiendo el sexo a algo tan vago como el género. Pero la causa feminista se viene abajo si las personas subordinan el sexo al género y pueden andar moviéndose en lo que ahora es un simple espectro. Las feministas que han jugado al juego cada vez más extremo de la fluidez del género son acusadas de terfas por negar la doctrina trans en las escuelas, por escandalizarse por la presencia de hombres trans (MTF) en el deporte o porque sus niñas tengan que ir a un vestuario donde puede entrar una mujer trans intacta.
Un disparate total que sólo se explica por fraguarse en ámbitos intelectuales totalmente alejados de la ciencia, especialmente de la biología. Todo apoyado en pura especulación, sin basarse en nada en lo que intervengan los datos objetivos como tuve ocasión de explicar este martes 20 en la librería Byron. Fue una charla muy agradable con primeras figuras como Iñaki Ellakuría y Juan Soto Ivars. Si tienen un momento para verlo, creo que les va a gustar. Sólo debatiendo desde la razón y la ciencia podremos frenar ese delirio.
Sacarnos a la izquierda radical de encima también ayudaría.
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