Inmigración: ni buenismo populista ni radicalismo xenófobo
Hace unos días que Pablo Casado, el líder del Partido Popular, visitaba Algeciras y Ceuta entrevistándose con las Fuerzas de Seguridad que vigilan la valla y protegen nuestras fronteras, que son las de Europa. El desafío que hay detrás de los vaivenes políticos, de las declaraciones y los golpes de efecto es formidable. Y debe afrontarse pensando en las generaciones presentes pero, más si cabe, en las venideras. Es necesaria la solidaridad, el sentido común, pero también la eficacia y la altura de miras en cualquier medida que se planifique, ejecute y controle.
Algunos defienden la llegada masiva e incontrolada de aquella migración proveniente desde África, sin embargo este planteamiento buenista, provocaría desórdenes de distinto signo: por un lado, tendríamos una migración carente de papeles y, por lo, tanto sin posibilidad de trabajar o de cotizar a la seguridad social, abocada a trabajar en B, en negro, en lo que es una nueva forma de esclavitud del siglo XXI, por culpa de una clase política incapaz de buscar soluciones de fondo a esta crisis humanitaria; la segunda cuestión, sería plantearse: ¿quién sufragará los costes de sanidad, educación y servicios básicos ante una llegada descontrolada? Y, lo peor, que esta situación sin soluciones de fondo, es el mejor caldo de cultivo para el brote de la xenofobia. Un sentimiento ajeno para una ciudadanía que ante la falta de propuestas, y cansada de discursos populistas, siente una profunda desafección ante la deshonra y humillación de nuestros Guardias Civiles en defender la valla y hacer su trabajo.
¿Cuáles son las posibles soluciones ante esta situación? Algunos defienden quitar la valla y dejar allanado el paso hacia España, sin medida alguna de seguridad evitando así enfrentamientos violentos. Sin embargo, las consecuencias no parecen ni reales ni adecuadas. La otra opción podría ser cuidar las fronteras, por su innegable razón de ser, y ayudar de manera real el problema en origen. No es tolerable, en el debate de la inmigración, la falsa moral con tintes electorales. África no puede seguir siendo el continente olvidado y, al mismo tiempo, esquilmado. No puede ser un terreno abonado a la corrupción interna de cada Estado.
Occidente debe pelear por el porvenir de esas personas que viven en condiciones infrahumanas. Y ahí está el sentido del planteamiento de Pablo Casado: ayudar en origen, y no a la espera de recibir ayudas simbólicas como los 3 millones que acaba de entregar la UE a España ante un problema descomunal y como única acción política, la de recibir a los migrantes en nuestras fronteras, que además no soluciona el problema. Europa debe de trabajar con un planteamiento global, con fondos auditados, sin trabas burocráticas, sin latrocinio. Al igual que tras la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos entregó 13.000 millones de dólares de la época para reconstruir Europa, ya es hora de que Europa comience a actuar. No podemos mirar hacia otro lado. Pero tampoco transportarnos hacia una forma de pensamiento, crecientemente instalada en nuestra política, y que sólo alienta el buenismo populista o la xenofobia más radical.
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