Este tío nos lleva a la ruina
Siempre se dijo que destruir es más fácil y desde luego infinitamente más rápido que construir. Una verdad más allá de toda duda racional. También alguien se inventó esa máxima que sostiene que “lo que funciona, no se toca”. El pueblo más pragmático del mundo, el estadounidense, respeta este último aforismo como si de los mismísimos Mandamientos de la Ley de Dios se tratase. Sobra decir que edificar una casa o un edificio puede llevar no menos de un año y medio y demolerla no más de una semana excavadoras y piqueta mediante. Si la operación se ejecuta con explosivos es cuestión de no más de 20 segundos. Pedro Sánchez, que va a acabar haciendo bueno a ese desastre económico llamado José Luis Rodríguez Zapatero, parece haber olvidado estos dos sabios consejos. O quizá se los pasa por la entrepierna. Porque para chulo, rechulo más bien, él.
Dinamitar la unidad de España, que se forjó hace 500 años de la mano de los Reyes Católicos, es a lo que más pasión le está echando. El socio de Iglesias, Otegi y Junqueras ha subastado la cohesión de la segunda nación más antigua de Europa propiciando que no sepamos cómo terminará exactamente esta carrera suicida pero sí intuyamos las líneas maestras del epílogo: España dejará de ser una realidad tal y como la hemos conocido en menos de lo que un niño tarda en comerse un chupachús. Antes o después, habrá Catexit por obra y gracia de este frivolazo que antepone su permanencia en el poder y el chollo de las mamandurrias presidenciales al bienestar, la estabilidad y la historia del país que preside por obra y gracia de unos pactos tan legales como bastardos.
No es cuestión de hablar hoy de algo que hemos comentado hasta la saciedad. La implosión territorial que Pedro Sánchez está legalizando la dejamos, pues, para otro día tecleando el correspondiente punto y seguido en el Mac. Tanto más grave que hacer saltar por los aires la vertebración de España resulta hacerlo con una economía que, desde que Mariano Rajoy tomase la decisión de rechazar el rescate total, navegaba sostenidamente a velocidad de crucero siendo la envidia de propios y extraños. Éramos los líderes de los cuatro grandes de la zona euro: quintuplicábamos a Italia y doblábamos a Francia y Alemania.
El pontevedrés de Santiago cogió las maletas en junio de 2018 y se largó por donde había venido con un crecimiento del PIB del 2,9%. Su sucesor a título de Frankenstein se ha cargado en 18 meses nueve décimas como mínimo. Las aún no definitivas estimaciones de 2019 sitúan el estiramiento del PIB en un 2% aunque mucho me temo que la cifra definitiva se situará por debajo. Tal vez en el 1,9%, con suerte en el 1,8%. Sea como fuere, constituirá el peor resultado desde 2014. Más claro, agua.
Para que todo el mundo lo entienda: la era Sánchez se resume en 11.000 millones de euros menos de riqueza, que se dice pronto. Peor aún que el dinero en sí es la consiguiente pérdida de miles de puestos de trabajo. Gracias, Pedro. Buena parte de la culpa de esta entrada en barrena reside en el miedo que meten los compañeros de viaje del robatesis. Ni Pablo Iglesias, ni Junqueras, ni mucho menos Otegi inyectan confianza en los mercados. Son como el hombre del saco: es oír su nombre y salir a la carrera. El trío calavera, sin necesidad del concurso de un presidente genéticamente socialdemócrata, es motivo más que suficiente para irse con lo puesto. Otra estadística que asusta al mismísimo misterio: la inversión extranjera neta de enero a septiembre de 2019 fue de 10.000 millones, cifra que contrasta aterradoramente con los 32.000 que entraron en idéntico periodo del ejercicio precedente. El efecto Podemos, con los comunistas bolivarianos en el Gobierno, se notará en los guarismos de este año. Vaya si se notará. Fondos, multinacionales y family office internacionales están malvendiendo lo que poseen por estos pagos porque prefieren perder mucho que todo.
La inversión en general experimenta un retroceso más bestial si cabe: Cuando se produjo el golpe en forma de moción de censura contra Mariano Rajoy subía a un ritmo cuasiasiático: el 7,9% anual. El último trimestre de 2019 echó el telón con crecimientos negativos: un -0,3%. Sánchez y muy especialmente su amiguito del alma de nuevo cuño, Pablo Iglesias, asustan. A los de dentro y a los de fuera. Y el dinero, ya se sabe, es cagueta por naturaleza. No menos acongojantes son, como atestigua el comercio en general y las grandes superficies en particular, los guarismos de consumo: se congeló en noviembre y diciembre (un 0,0% de subida en relación con el año anterior). Dos termómetros de libro, el black friday y la campaña de Navidad, no tiraron para nada del carro. Mejor dicho, tiraron cero patatero. Y ya se sabe lo que hay que hacer en España cuando el consumo sufre un gatillazo: poner tus barbas a remojar porque se avecinan tiempos turbulentos.
El canguelo se instaló para mucho tiempo en la sociedad española hace cinco días cuando se conoció la Encuesta de Población Activa (EPA) de los tres últimos meses de 2019. Aunque es cierto que se crearon 402.000 puestos de trabajo no lo es menos que es la cifra más baja desde el tercer peor año de la crisis, 2013. El milagro de Fátima (Báñez), la reforma laboral, ha provocado la generación de 3 millones de empleos desde ese 2012 de infausto recuerdo. La media superaba el medio millón pero con las medicinas de Sánchez la gripe ha degenerado en pulmonía y, visto lo visto, nadie puede descartar que termine en enfermedad terminal. La bajada del paro, 102.000 personas, es la menor también desde ese 2013 que sólo de recordarlo a uno le entra el tembleque.
Las cifras de la última EPA demuestran que las recetas liberales de Madrid (bajos impuestos y facilidades y agilidad administrativa para la creación de empresas) son la infalible panacea por muchos rollos que nos suelte esa izquierdona tonta, vaga, embustera, sectaria y revanchista. La Comunidad que preside la cada vez más sólida Isabel Díaz Ayuso —se nota la mano de Miguel Ángel Rodríguez— generó el 35% de los nuevos empleos de toda España el año que terminó hace 33 días: 140.000 de los 402.000 totales. Una bendita salvajada teniendo en cuenta que Madrid representa el 18% del PIB nacional. Si hablamos de empleo neto es la responsable del 85% del conjunto nacional de octubre a diciembre. A ver qué pasa cuando esa infalible máquina de mandar gente al paro que es el PSOE resucita el impuesto a los muertos en Madrid, el de Donaciones y el de Patrimonio. Ya se lo avanzo yo: que el milagro económico madrileño se irá a tomar viento.
Cosas también de esa exponencial subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) que, si bien es necesaria para combatir la desigualdad (con 700 euros no se vive), tal vez hubiera sido imprescindible implementarla de forma gradual de manera que los empresarios se hubieran hecho a la idea progresivamente y no de sopetón. El cabreo de Guillermo Fernández Vara es de los que hacen época: el último trimestre concluyó con 18.000 parados más en Extremadura por culpa de la demagogia de ese dúo Pedro-Pablo que amenaza con devolvernos a la era de los Picapiedra. Los números no salen en el campo cuando ingresas mucho menos por tus productos y encima tienes que pagar más al personal. Solución: los echas. Con todo el dolor de tu corazón, pero los echas.
Más datos para el pesimismo: el consumo de energía eléctrica, síntoma inequívoco de la salud de las empresas específicamente y de la riqueza nacional genéricamente, se desplomó un 2,3% de enero a diciembre de 2018. Las matriculaciones de vehículos en un país que es el segundo fabricante europeo tras Alemania han tomado el mismo sentido que el camino del cangrejo: casi un 5% menor que en un 2018 en el que se incrementaron un nada despreciable 7%. Lo de la construcción de viviendas, antaño el gran motor económico patrio hasta que fue sustituido por Rajoy por la mucho más estable exportación, es el acabose: el ejercicio anterior se finiquitó con un desplome del 25%. Sí, han leído bien, un 25%.
Lo del déficit es también para mear y no echar gota. Todos los sabios coinciden en que quedó fijado en el 2,4% pese a que Hacienda rogó y logró que Bruselas lo flexibilizase dejándolo en un 2% que hemos incumplido flagrantemente quedando como Cagancho en Almagro. A años luz del 1,3% que el Ejecutivo de Mariano Rajoy comunicó a la Unión Europea poco antes de ser desalojado a las bravas de Moncloa. Por cierto: el 2,4% es prácticamente idéntico a ese 2,5% con el que llegamos a la Nochevieja de 2018. Vamos, que tenemos menos credibilidad ante el Banco Central Europeo y demás autoridades económicas de la UE que un político en campaña… y nunca mejor dicho.
Siempre se dijo que la destrucción de la unidad de España era más grave que la de la economía porque la primera no tiene vuelta atrás y la segunda, sí. Pero yo me pregunto si nuestro país aguantará otra pedazo de crisis cuando apenas hace tres años que salimos de la anterior que, no lo olviden, fue la mayor de la historia. Lo peor de todo no son los empresarios, que más-menos se las apañarán y no pasarán hambre, sino esos millones de familias a las que volverá a visitar ese hijo de Satanás que es el paro. Y paro significa ruina económica pero también moral y emocional, hogares destrozados, niños sumidos en la tristeza, crisis familiares y un tan largo como angustioso etcétera. Es lo que pasa en este país cuando mandan los socialistas que, dicho sea de paso, protagonizan los gobiernos más antisociales que uno pueda imaginar. ¿Acaso hay mejor política social que crear empleo y riqueza? Pues eso. Agárrense los machos, que vienen curvas.
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