Érase una vez… un país cuya economía trotaba (ahora ya no)

Érase una vez… un país cuya economía trotaba (ahora ya no)

Como cada año, Sitges acogió la reunión anual del Círculo de
Economía, con el trasfondo político catalán… Momentos
delicados porque desde el frente empresarial se reclama a la
Generalitat que abandone la vía unilateral para que retornen a
Cataluña las sedes de las 5.000 empresas trasladadas. Trance
complicado porque desde el prisma fiscal, los empresarios andan
cariacontecidos ante los amenazantes tics de subidas de
impuestos. E inquietud palpable entre el empresariado catalán
que detecta la pérdida de poder económico de Barcelona. Y en
Sitges, como es tradicional, estuvo el presidente del Gobierno de
turno, quien regó los oídos de los empresarios con el
compromiso del Corredor Mediterráneo, crucial no solo para la
economía catalana, valenciana, aragonesa, murciana, andaluza
sino para la economía española en su conjunto al vertebrarse
como el eje de conexión con Europa tanto para mercancías como
para ciudadanos. Hoy, viajar entre Barcelona y Valencia
constituye una aventura más propia de los albores del siglo XIX
que no de los tiempos que corren. Y aprovecho, también, para
reivindicar las conexiones ferroviarias de la querida Extremadura,
tan descolgada por culpa de la falta de adecuadas infraestructuras.

Pero hablemos de lo esencial: los impuestos. Los empresarios
temen una política fiscal bajo la influencia de Podemos. Y tal vez
por eso, el presidente del Gobierno suavizó el asunto hablando
de una fiscalidad alineada con el crecimiento económico, para
calmar algo la ansiedad empresarial e insuflar optimismo con el
papel que España debe jugar en Europa a raíz del Brexit y de la
pérdida de fuelle de Italia. Sin embargo, por más que el
presidente lo afirme, la competitividad de nuestra economía
flojea, la coyuntura del entorno no ayuda y no solo se trata de apoyar el crecimiento y la productividad sino de ponerse manos a la obra.

Porque de España podría contarse aquello de que érase una
vez…, un país cuya economía trotaba. Corrían el segundo lustro
de la década de los 90 y los primeros años 2000. España, en 2003
y 2004, se aupó a la octava posición del ranking mundial,
superada solo por el respectivo PIB de un elenco de lujo: Estados
Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, China e Italia y,
después, nosotros. Ese posicionamiento económico de España en
cierto modo respondió a que el contexto político se movía entre
la seriedad y el rigor, sin fantochadas ni populismos
demagógicos. Y el país tenía ganas de echar adelante. Entrar en
Europa suponía un fuerte estímulo. Nuestro nivel económico
progresaba. Nuestra economía se adentraba en cauces de
prosperidad. Las cuentas públicas estaban ordenadas. Las
formalidades de lo que sería la Zona Euro, la Unión Económica y
Monetaria, se imponían y la moneda única nos estimulaba. La
compostura europea, nos obligaba. Y todos remábamos en la
misma dirección, buscando consensos y transformando el país,
sumando y no restando.

Pasaron los años y las movidas políticas, de un lado, más el azote
de la crisis, del otro, nos fueron minando. Lo del milagro
económico español se tornó en drama a la vez que en sainete de
toda guisa. Y España –ésta la realidad- ha ido cayendo en
picado. Sin eufemismos que sirvan a modo de excusa. Confiamos
nuestra suerte económica al arrollador fenómeno del turismo
para ganar la primera pela, a la sazón euro, sin importarnos en
exceso la calidad de los visitantes y nos embelesamos con los
pelotazos inmobiliarios y el dinero fácil, jugando con el crédito y
olvidándonos de que el mundo existe más allá de nuestras
fronteras. Por suerte, la crisis aleccionó al tejido empresarial que se enfrascó en buscar nuevos horizontes, consiguiendo una
cierta competitividad exterior.

No obstante, hoy nadamos a contracorriente y España se halla en
la decimocuarta posición del hit parade económico mundial.
Además de los países antes mencionados, por delante nuestro
están también India, Brasil, Canadá, Rusia, Corea del Sur y
Australia. Y en 2030, dicen las previsiones, que España, en
función del PIB en paridad de poder adquisitivo caerá al puesto
decimoséptimo, superándonos Indonesia, México e Irán. Y en
2050, siguiendo con los vaticinios que se manejan,
naufragaremos como la vigesimosexta economía del mundo y,
entre otros, nos avanzarán Vietnam, Bangladesh, Tailandia,
Filipinas, Pakistán, Irán, Turquía, Malasia… ¡Vivir para ver!,
soltaremos entonces o, mejor dicho, bramarán quienes se
encuentren por acá y rememoren épocas pretéritas.

Es consecuente, pues, que ante tan “favorables” perspectivas,
alguna formación política con ansias de gobernar exija una
semana laboral de 34 horas; se propugne, so pretexto de que
estamos lejos de la presión fiscal media europea –la de la
Europa de los que sí son ricos-, maltratar con latigazos
impositivos a todo bicho viviente que curre; se ose apuñalar a la
banca, que se debate en disyuntivas peliagudas y que asegura
que fluya el dinero hacia la actividad económica; se predique
flagelar sin piedad a nuestras empresas y, entre otras lindezas de
país comodón y de finanzas públicas holgadas, se prometa al
prójimo -inocente y cándido votante- asegurar una renta
mínima para todo quisque… Fórmulas, sin duda, magistrales para
que nuestra economía vaya al degüello y así en una década
España se quede en fuera de juego del ranking económico
mundial o, peor aún, que no compita en la primera división de la
economía internacional.

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