Opinión

El enfado del rey de Marruecos

Ha sido particularmente notable y llamativa la entrada de inmigrantes que han cruzado en pateras o han saltado la valla para llegar a territorio español en el últimos mes y medio. Igualmente, llamativo ha sido que el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no mantuviera su primera reunión oficial con el rey marroquí, Mohammed VI, como ha sido tradición en nuestra democracia, ni haya fecha prevista para tal encuentro. No menos sorprendente es que después de la entrada masiva de subsaharianos la semana pasada a Ceuta no haya contado con una respuesta diplomática por parte de España. En el mes y medio la relación entre España y Marruecos pasa realmente por su momento más bajo de los últimos diez años y conviene preguntarse el porqué. Realmente no ha existido un estallido de violencia en los últimos meses en el continente africano que justifique el salto de tantos inmigrantes a territorio español. Ni siquiera durante la Primavera Árabe, que supuso una guerra civil en Libia o la caída de los regímenes de Túnez y Egipto, hubo tal avalancha de movimiento migratorio hacia nuestro país.

Hay quien ha tratado de encontrar explicaciones en los anuncios de sanidad universal o la de limitar las concertinas que separan las ciudades españolas de Ceuta y Melilla del territorio marroquí. Otros aseguran que la falta de apoyo logístico y financiero por parte de la Unión Europea estarían detrás de esa relajación de las fronteras por parte de las autoridades marroquíes. Sin embargo, en las relaciones entre España y Marruecos, siempre ha habido una constante: según como vayan las relaciones, el monarca alauita afloja más o menos el control de las fronteras. La llegada de Pedro Sánchez ha marcado un punto de inflexión en las relaciones con el reino de Marruecos. El presidente del Gobierno español no es un desconocido para las autoridades marroquíes y ha estado en numerosas ocasiones en el país vecino. Las circunstancias en las que se produjeron dichas visitas parecen haber condicionado las relaciones de la actualidad.

En octubre de 2011, Pedro Sánchez viajó a Marruecos como observador electoral con el National Democratic Institute (NDI) un lobby de los demócratas de EEUU, según la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, para cubrir las elecciones parlamentarias marroquíes. La labor de un observador electoral pasa por comprobar que los procesos electorales que vive un país se ajusta a una serie de patrones internacionales. Salvo que la entidad que envía observadores sea intergubernamental se corre el riesgo de caer en un sesgo que reste credibilidad real a los informes, aunque no se evita sus repercusiones mediáticas. Las recomendaciones finales del informe que firmó Pedro Sánchez y otros cuatro observadores que no eran parlamentarios no sentaron bien, según algún diplomático con el que he tenido oportunidad de hablar en el gobierno marroquí.

Algunas de esas recomendaciones sugerían que el gobierno marroquí permitía la quema de los votos recogidos en las urnas tras la votación; le recriminaban su inmovilismo frente a la compra de votos, o la ausencia de mecanismos de control de la financiación en la campaña electoral. El informe de la misión preelectoral también pedía a las autoridades marroquíes una mayor implicación de la sociedad civil en la vida política del país y una reforma de su sistema electoral. Posiblemente algunas de esas recomendaciones no fueran desencaminadas, pero trasluce un problema que se repite constantemente desde los 90. Primeramente, a casi ningún estado le gusta que le vengan de fuera diciendo cómo tiene que hacer las cosas porque al final acaba haciendo todo lo contrario. Además, en diplomacia, las relaciones interpersonales son fundamentales y en el caso actual, a la vista de los acontecimientos, o se produce alguna mediación o las relaciones con Marruecos podrían deteriorarse más.