EEUU y Venezuela: excepcionalidad exceptuada
La excepcionalidad en las relaciones entre Estados no viene recogida en el derecho internacional, ni en los tratados. Se trata más bien de una atribución que se auto-conceden ciertos Estados para campar a sus anchas en el mundo. El caso bien conocido es el de los EEUU que desde que el presidente James Monroe dictase aquello de “América para los americanos” hace casi dos siglos ha permanecido prácticamente inalterable hasta hoy. La excepcionalidad americana es la que le dio licencia a EEUU para inventarse el hundimiento del Maine y declararle la guerra a España a finales del siglo XIX o la que en el último medio siglo le valió para, en el contexto de la guerra fría, invadir Vietnam, derrocar gobiernos comunistas en Latinoamérica y en otros países en desarrollo. La excepcionalidad americana bien sirvió para liderar la expulsión de las tropas de Sadam Hussein en Kuwait o para impulsar los bombardeos en la antigua Yugoslavia. Sin embargo, desde comienzos de este siglo, la excepcionalidad ya no encuentra ni contexto, ni terreno propicio para seguir siendo exhibida.
El último episodio de la excepcionalidad americana lo hemos visto en la crisis de Venezuela. EEUU ha estado muchos años entretenido en Oriente Medio y en Afganistán, pero se le resiste Venezuela, como en décadas pasadas Cuba hizo también. Las experiencias de Oriente Medio han sido verdaderos desastres para las tropas norteamericanas con cientos sino miles de pérdidas humanas. Por ello, los estrategas del Pentágono saben que, para contener a Irán, lo mejor aparte de las sanciones, es a través de otro gobierno teocrático como el saudí, o a través de Israel. Sin embargo, apoyando a Brasil o Colombia es insuficiente para contener a Nicolás Maduro en Venezuela. La hoja de ruta iniciada hace un mes con el reconocimiento por parte de los norteamericanos de Juan Guaidó como presidente legítimo venezolano no ha debilitado al régimen actual de Maduro porque, entre otras cosas, en un mundo poliédrico, multipolar, como el actual, no basta con el aislamiento por parte de un Estado o un grupo de ellos, para hacer caer a un gobierno.
La intervención militar en Venezuela para sacar del poder a Maduro cobra cada día más probabilidades pese a la oposición de la práctica totalidad de la UE. El problema que se plantea es el de siempre. La UE se sube al carro de la defensa de la democracia, pero sin reparar que no puede haber elecciones presidenciales convocadas por Maduro porque su autoridad no es reconocida y porque tampoco tiene intención de anunciarlas. La habilidad para salir del atolladero no es una de las virtudes del club comunitario, por lo que habitualmente se suele delegar la resolución de los entuertos a los EEUU, a discreción de la excepcionalidad americana, que según sople el viento de la opinión pública se decanta por actuar más o menos unilateralmente.
Pero la excepcionalidad está condenada a ser, precisamente, cada día más excepcional. Y tres son las razones para ello. En primer lugar, porque no vivimos en un mundo de dos bloques de poder como el iniciado a los pocos años de la II Guerra Mundial, un bloque de supuestos buenos y malos, donde los buenos podían hacer lo que quisieran apoyados por sus aliados. En segundo lugar, porque como ya he dicho en ocasiones anteriores, EEUU necesita ser más persuasivo, y no tener que recurrir al uso de la fuerza como antaño, si quiere tener países aliados o no verse abandonado por ellos. En último lugar, porque el conjunto de instituciones nacidas hace 75 años a imagen y semejanza de occidente atraviesan crisis profundas que les imposibilitan justificar una excepcionalidad que, por el bien de todos, se merece tener los días contados.
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