Día del periodista 2018

Opinión: un vicio imprescindible del periodismo

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La sección de Opinión de un periódico es como el portero del Real Madrid: siempre está cuestionada, escrutada hasta los huesos, con la necesidad de señalarse el dorsal con cada ripio malabar y en cada frase con ritmo. De ahí que, si se trata de elegir licencia, yo escoja la políticamente incorrecta. Esa que me permite aprovechar el Día del Periodista para defender el trabajo de opinadores, opinantes y opinólogos —que parecen iguales, pero no son lo mismo—. Un vicio imprescindible del periodismo, una disciplina perseguida por la Inquisición de los dogmas periodísticos. Alto Tribunal que erradicaría la reflexión de las páginas informativas de papel —erradicadas ya por sí mismas— y también de Internet. Hoy en día, la prisa es una obligación y la buena escritura, una sospecha de ardil. Escribir y pensar e interpretar no está bien visto. Y puede que sea razonable. Los hay que lo hacen tan bien y con tan poco esfuerzo que tienen sobre ellos una nube de permanente sospecha. Los hay también que lo hacen tan mal y tan rápido que banalizan la composición artesana de los que todavía se toman en serio esas frivolidades de la reflexión y la filosofía.

Frivolidad sobre frivolidad en los tiempos del vértigo. Por eso aprovecho esta efeméride —que como todas no es más que un día cualquiera entre la marea de los días— para reivindicar aquellas firmas que me inocularon el virus incurable de este oficio. La manera más bonita de joderte la vida, que dice una amiga que escribe letras como puñales. Para ser honestos —postureo temido hasta por Corleone– jamás me compré un periódico que no llevara buenos opinadores, así me contara en sus páginas informativas la ubicación exacta del Santo Grial. Mi álbum de cromos tiene, sin duda, una página para las letras hipocondríacas de Juan José Millás en ElPaís. El otro día lo vi en el Café Comercial y dude si darle un abrazo por la admiración o un pañuelo y una aspirina por lo que pudiera pasar. A través de las páginas de Abc conocí a dos maestros severos que me enseñaron latín en castellano a través de sus columnas: Jaime Campmany y Manuel Martín Ferrand. Bailé sobre el folio al ritmo que marcaba el lirismo empedernido de Francisco Umbral en ElMundo. “Los jóvenes son el futuro y ya está”, solía decir don Paco, que convencía a todo el mundo, incluido él mismo, de que la juventud —y es cierto— es el parnaso de la inmortalidad.

Don Francisco, como buen Peterpan, corría siempre hacia atrás en sus escritos para que así la vida no alcanzara el final de los placeres y los días. He admirado a pocas personas en este oficio, y casi todos han sido siempre periodistas que jamás han dado una noticia. Cuestión de perspectiva. Es el caso de Pedro García Cuartango, un Papa para los becarios de mi generación. Cuando lo veíamos caminar por la redacción de ElMundo, teníamos la sensación de estar ante un monumento vivo del oficio. Entonces, el periodismo aún era una profesión salvaje, ajena al yugo del clic. Una patria ingrata la mayoría de las veces, es cierto. Pero una patria donde merecía la pena sufrir como perros y emplear el tiempo que no teníamos. Desde nuestras sillas de novatos aprendimos más que en cualquier posgrado observando aquella jungla donde no hubieran desentonado las pipas humeantes ni las máquinas de escribir. Una realidad de otro tiempo que para un chico de pueblo como yo, con tan solo tres años de vida en Madrid, era como trabajar con los personajes de su propia mitología. Aquellos tipos bordes y malhumorados me contagiaron las ganas de beberme los libros y masticar las letras. Leía todo lo que caía en mis manos y cada dos semanas me obligaba a llevar un autor nuevo en la mochila.

En 2004, mis dos libros de referencia fueron ‘El lobo estepario’, de Hermann Hesse, y ‘Trópico de Cáncer’, de Henry Miller. El recuerdo de aquellos primeros años del siglo XXI tiene el aroma de la calle Pradillo 42 y de un periódico que era información, pero también literatura y escritura y opinión. Y por eso fue tan buen periódico e hizo que muchos nos enamoramos de la profesión y que aún hoy sigamos en la brecha como auténticos kamikazes a pesar del escepticismo de ciencia ficción que trajeron de la mano, y con el tiempo, palabras como SEO o HTLM. Defiendo la Opinión —esa frivolidad tan seria— porque aprendí el oficio corrigiendo con boli rojo las erratas de los columnistas, porque es un vicio imprescindible en el periodismo, aunque sea para denostarlo. Porque la realidad la cuenta casi cualquiera, pero la explican muy pocos. Porque existen Antonio Muñoz Molina, Arturo Pérez-Reverte, Enrique Vila-Matas o Raúl del Pozo. Porque tras ellos, y tras tantos más que no caben aquí a pesar del espacio infinito, habita una voluntad de que la realidad adquiera un estrato diferente a la pandemia de lugares comunes, tópicos y clichés que alfombran nuestro día a día. Pueden seguir cuestionando la sección de Opinión de un periódico como pueden seguir cuestionando al portero del Real Madrid, pero no descarten que en el momento más inesperado lo necesiten para que pare un penalti en la final de Champions… y lo haga. Feliz día del periodista, lectores de OKDIARIO.

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