La derecha española ya está aquí: ¿cuál es el problema?
Es una evidencia que el socialismo primero no quiere ver y después no quiere asumir: y es que, en cuanto gobiernan, las sociedades democráticas, en sobrecompensación, optan por opciones más conservadoras; y, más aún, si el socialismo se enfatiza se incrementan los apoyos a la derecha más radical. Ésta es la realidad de lo que significan los resultados del domingo, los ciudadanos europeos solamente están dando una respuesta a las políticas inadecuadas y a los acercamientos buenistas con que el progresismo woke aborda sus problemas.
Quizá estos autoagrandados políticos e intelectuales de la izquierda europea, que se creen que huelen a colonia, ya no miren con tanta superioridad a los incultos y zafios norteamericanos que llevan una década votando al troglodita Trump. Lo que pasa es que, como es habitual, allí ocurrió anticipadamente lo que ha terminado por acontecer aquí. No, no somos mejores en Europa, somos iguales, pero vamos con retraso.
Otra paradoja es la impertinente estigmatización de la derecha por parte de la corrección política. Un herraje en el que no sólo participan los progresistas, lo cual puede ser comprensible, sino los políticos y los opinadores que quieren que se les reconozca como liberales, y que, sin embargo, sólo lo son nominalmente.
Porque frente a esa descalificación la principal contestación es la democracia y el Estado de Derecho. Cualquier persona que quiera abrazar con rigor los principios democráticos debe sentirse obligada a aceptar la participación de cualquier opción libremente elegida y no puede deslegitimar en origen ninguna posición política que no infrinja el ordenamiento jurídico. Es, por tanto, la ley el único límite y todo lo demás es artificio y superioridad moral.
Una enmienda más a la censura que sobre la derecha ejerce la corrección liberal (que en poco se diferencia de la progresista en intolerancia y prohibicionismo) viene de la constatación de cuáles son las opciones políticas que más fácilmente derivan en regímenes autocráticos. Y no es necesario recordar lo que frecuentemente ocurre con los socialismos hispanoamericanos o africanos. No se puede decir que en el otro lado no se cometan excesos, pero, como podemos ver en estos días, los que haya podido cometer Trump u otros líderes se denuncian libremente por los medios, se juzgan por jueces y tribunales independientes y son corregidos por las propias instituciones. Otros son los que con más eficacia retiran los contrapesos democráticos y consiguen la impunidad para sus inaceptables comportamientos.
Pero hay además una evidencia que es más histórica que historiográfica: han sido los regímenes conservadores, o incluso reaccionarios, los que han propiciado los periodos de mayor desarrollo social, económico o político. Pero resulta que desde que desapareció Dante Alighieri en el siglo XIV parece que los fachas no se quitan el complejo. Y eso a pesar de estadistas como Churchill, Adenauer, Reagan o Thatcher.
Al contrario, y tal y como relataba Fernando Pessoa en el cuento El Banquero Anarquista, las revoluciones, acompañando a los grandes crímenes e injusticias con que se manifiestan, normalmente terminan por ser la antesala de dictaduras civiles, militares o religiosas que siempre tienen el vicio de intentar perpetuarse. Ya dijo Edmund Burke, filósofo y político inglés contemporáneo de la Revolución Francesa, que «los jacobinos sólo han traído una revolución que ha terminado en muerte y en pobreza». Cuba, Corea, Nicaragua, Irán o la URSS son ejemplos del siglo XX y Venezuela o la Rusia de Putin lo son del XXI.
En España, la desconsideración comunistoide hacia la derecha y la ultraderecha, que es el sintagma de moda del progresismo, es si cabe más injusta e impropia. Los partidos que encuadran en esa definición, PP y VOX, no son ilegales o ilegítimos, ni en los fines ni en los medios, y aún menos son antisistema. No se puede decir lo mismo de varios de los partidos que componen el sanchismo, y de ahí que la deriva radical de éste sea el mejor incentivo para el crecimiento de los partidos ultraconservadores. Y por eso, si hay algún progre bienintencionado al que le molesta la extrema derecha (y no por lo que es, sino por lo que le dicen que es), la solución para él no puede ser seguir votando socialismo, porque sería como intentar apagar un fuego echando gasolina.
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