Colau quiere destrozar Cataluña
Tras haber dejado Barcelona como un solar, convirtiendo a una de las ciudades más visitadas y admiradas de Europa en un estercolero en la que los delincuentes campan a sus anchas, Ada Colau tiene una nueva misión. Ahora quiere destrozar Cataluña y asegurarse que su labor destructora consigue nuevos hitos. Quiere formar parte del gobierno de la Generalitat, en el hipotético caso que Salvador Illa consiga atar el apoyo de ERC y necesite los votos de los seis diputados de los Comunes. Colau exigirá ser consejera de Vivienda y así poder extender su nociva política y la okupación ilegal por toda Cataluña.
Desde luego, tiene el terreno abonado. Cataluña se ha convertido en una comunidad sin ley fruto de la acción liberticida del separatismo. Colau fue una de las grandes defensoras, desde el despacho y el coche oficial, de la desobediencia selectiva, que consiste en que tú, ciudadano pringado, le obedeces y le pagas los impuestos con los que te sangra, mientras ella incumple las leyes que no le gustan. Esta desobediencia selectiva es la misma que han seguido Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Quim Torra, Pere Aragonès y un sinfín de políticos separatistas muy amantes de la ley del embudo.
Gracias a la continua violación de las leyes, comenzando por la Constitución, por parte de los golpistas del procés y sus aliados, Cataluña se ha convertido en el paraíso de los malhechores. Pero hay que reconocer que, aunque en esta comunidad autónoma los niveles de inseguridad son altos, no llegaron a la degradación de Barcelona durante el mandato de Ada Colau. Hay okupas en toda Cataluña, pero sin llegar a los niveles de complicidad institucional de la que disfrutaron en la capital catalana. Y por eso Colau quiere ser consejera de Vivienda, para rematar la faena. Es una antisistema de ciento veinte mil euros al año, despacho, escolta y coche oficial, pero realmente odia que haya gente que no piense como ella, y el degradar a la sociedad catalana, el «cuánto peor, mejor», es la táctica para conseguir dominar a las almas que aún se le resisten.
Y los Comunes estarían encantados de que su todavía lideresa se fuera a amargar la vida a Salvador Illa. Hay una legión de militantes de esta formación ávidos de ascender, o colocarse, en el Ayuntamiento de Barcelona y, mientras Ada Colau no encuentre acomodo y siga de regidora en el consistorio de la capital catalana, el pacto con Jaume Collboni es imposible. Este ayuntamiento garantiza mejores sueldos, y más estables, que una consejería de la Generalitat, y los comunes que esperan destino saben que la única manera de volver a pisar moqueta es que Colau acepte una patada hacia arriba.
Illa podría gestionar que Colau fuera consejera. A fin de cuentas, aunque es molesta y desagradable por su arrogancia y fanatismo, sólo sería una entre una docena, y con una cartera con unas competencias de segundo orden. Collboni se quitaría una pesadilla de encima y podría intentar cerrar su gran objetivo, un tripartito para Barcelona que garantizara a los socialistas la alcaldía durante más de una década. Colau podría presumir de que va a arreglar el problema de la Vivienda que ella ha contribuido a crear y los periodistas nos pondríamos las botas con todos los desaguisados que haría a diario desde su consejería. Todos contentos, menos los catalanes, que sufrirían cómo la política catalana aún se degradaría más.
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