Opinión

A la calle para echarle a la calle

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Esta semana se me ha muerto un amigo impresionante. Médico de los buenos y periodista de los buenísimos, era de los tipos más dotados para el análisis; al de la sociedad española me refiero, a la que miraba con enorme escepticismo. O sea, transpiraba una inteligencia patriótica. Nicolás Retana Iza era internista y oncólogo, y por ello conoció muy bien el percal humano cuando este se desvanecía. La última vez que estuvimos juntos, al lado de unos médicos veteranos, saltó —¡cómo no!— la política a la mesa, y él, hombre mesurado de condición, largó una sentencia que se me quedó acumulada en el disco duro de mi cerebro. Dijo: «Yo (tenía 92 años) no voy a presenciar la caída de este psicópata (Sánchez); lo peor es que tú puede ser que tampoco».

La frase me conmovió porque, la verdad, no pronosticaba para mí un recorrido vital amplio. Supo Nicolás Retana que me había quedado trasquilado e intentó tranquilizarme: «…pero no ayudéis a que se quede mucho tiempo». Nicolás era un médico de rebotica, de los que gustaba de tertulias cultas y actuales con otros especímenes de su rango. Creía que Sánchez era el gran pecado de la derecha, «de la derecharra, como tú dices», me decía. No estaba equivocado. Por pocas horas —murió el domingo por la noche— no se ha enterado de la postrera soflama de los supuestos gladiadores en contra de la manifestación que el Partido Popular apoya para este fin de semana. En su línea, estos fenómenos de la pureza racial no solo han decidido no sumarse a la protesta, sino que pretenden boicotearla activamente. Nada mejor para el psicópata de La Moncloa, que se ríe, aún con las mandíbulas encajadas, constatando que una vez más parte de la derecha española trabaja para su beneficio.

Históricamente, pero hace pocos años, la derecha española se empeñó en partirse en tres pedazos: el PP, el más grande; Ciudadanos, el más aparente; y Vox, la voz más tronante. No era una pirueta sin antecedentes. Casi recién estrenada la Transición, la derecha de entonces liquidó el invento genial de la UCD y entregó el poder al PSOE. Es decir, en los ochenta ese fue el embrión de lo que ha ocurrido en el segundo decenio del XXI. Estéticamente, la derecha española es hortera, aunque se crea pija; por eso se atiza a patadas en sus propios cojones o en sus aterciopelados úteros. Ellos y ellas, que proclaman provechosamente los enemigos que rabian en Podemos. La primera vez, la derecha tardó en recomponerse tres años; la segunda, un poco menos, solo un quinquenio; Ahora Sánchez disfruta de un septenio. Los herederos de los llamados «Siete Magníficos», los apéndices del franquismo felizmente fenecido, se tiraron a la carótida de Suárez y se fueron a la oposición cantando gloriosamente, eso sí: «Con flores a María, que Madre nuestra es». Tan contentos, tan hermosos, vestidos de congregantes marianos.

Tiempos más tarde liquidaron a Rajoy por blando e inteligente. Por listo no, porque Rajoy políticamente a veces se comporta como un mendrugo. Si no, díganme: ¿cómo entregó la Hacienda a un tal Montoro, confiscador revanchista, que se dedicó a perseguir obscenamente a los triunfadores de la derecha? Perpetró errores de este jaez, fechorías por mejor decir, se abandonó en brazos de delincuentes como el papá de «Taburete», o el dúo de golfos, González y Granados, que trazaron una línea sobre el mapa triangular de la Comunidad de Madrid y se solazaron de esta guisa: «Lo de arriba para ti, lo de abajo para mí», y se pusieron a la grata actividad de cobrar comisiones. Mientras, a Rajoy le salió un predicador por el centro, Rivera y sus finitos Ciudadanos, y un Cachorro (el héroe de nuestros tebeos) que desde entonces siempre se ha equivocado de enemigo. La derecha —derechorra si se me permite— sigue tan dichosa de haber regalado la primogenitura de la Nación a un desalmado que aún sigue robándonos la Patria.

Y ahí está el sujeto. Mintiendo sin escrúpulos y dándose el morro con la escoria de nuestra sociedad política. Ahora parece asténico, rodeado de corrupción hasta en el catre marital, escondiéndose del medio país que le detesta, y besando al otro medio que un día verá como el baranda ha asesinado a una viejecita y dirá: «Algo habrá hecho esa bruja». Todo con tal de que la abyecta derecha no regrese al poder y haya que aprovechar otra hecatombe como los crímenes de Atocha para robarle los ministerios y la cancha de basket de La Moncloa. Débil como está Sánchez, acosado por un Poder Judicial que se resiste a ser ajusticiado en la Plaza de las Salesas (sede del Supremo), parece que la iniciativa —que no el patrocinio— del PP sobre la manifestación de este domingo ha llegado en el momento exacto, en el día en que, por fin, la sociedad española, hibernada durante siete años como los lagartos, sale a la calle para intentar echar de la misma a este psicópata de libro. Pues bien: ¿pero qué está pasando? Pues que los estetas de la derecha enrabietada hispana ya han anunciado que ellos se van de fin de semana porque ellos ya han cumplido con el enorme designio de cocinar paellas en Ferraz, la casa de aquel tipógrafo, Pablo Iglesias, que amenazaba a don Antonio Maura con ponerle —este sí— una bomba lapa en los bajos de su carruaje casi decimonónico.

O sea, en esos estamos: con una manifestación que ya se encargará Martín, el siniestro delegado del Gobierno en Madrid, de devaluar, y el ánimo de la sociedad civil, todavía en estado de puerilidad, para decidir si ese día cambia el atasco de la carretera de La Coruña por un puestecito al sol en la Plaza de España junto al monumento a Cervantes. Los jueces están haciendo su trabajo; la Guardia Civil, perseguida y vigilada, el suyo; la Policía bastante tiene con alejarse de la contaminación por narcotráfico; los periodistas se dejan las cejas revisando documentos y escuchando cintas, pero… ¿y la mencionada sociedad civil? ¿Qué hace ella? ¿O qué va a hacer? ¿Se va a quedar en casa por la «caló» como los géneros perecederos? Sépanlo: no queda más remedio que el domingo, este domingo, tirarse a la calle para echar a este malnacido de Sánchez precisamente a la calle. Es una obligación histórica, de las que se apuntan como hitos en la trayectoria de un país decente.