Opinión

Begoña, la esfinge maragata

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

El miércoles, atado a la televisión con la comparecencia de Begoña de Sánchez en la Asamblea de Madrid, este cronista recordó por un momento una novela de años muy atrás, de Concha Espina, puede ser que fuera la primera obra con la que estrenó su carrera literaria. El libro, La esfinge maragata, es casi un drama rural en el que Mariflor, enamorada de un poeta malo llamado Rogelio, termina, por orden materna superior, huyendo de su lírico y cae en los brazos -es un decir- de un pariente de nombre Antonio con el que no le une el menor amor. La novela se llevó al cine y en los años sesenta se proyectó la correspondiente película en cines de doble sesión. Mariflor, la pobre protagonista, estaba representada por una actriz alargada, de segunda que, no obstante, en diversos momentos de filme denunció con su cara imperturbable, áspera, la poca devoción que le tenía al primo. Era una faz inexpresiva pero retante y serena que parecía decir: «Me caso con este pero no es mi tipo».

Esta que retratamos, la de Mariflor, es la misma jeta que llevó Begoña Gómez de Sánchez al Parlamento de Madrid. No sufría con las invectivas que le lanzaron las portavoces del PP y de Vox; no, parecía desafiarlas: «Largad, largad que yo sigo aquí y os fastidiáis». Una esfinge maragata era lo que era en la imaginación de Doña Concha, lo he dicho, pero en la antigüedad los griegos guardaban al monstruo todavía menos cariño, al punto de identificarle con un ser aleonado que proporcionaba una rotunda mala suerte a todo aquel que osaba arrimarse a él… O sea, un cielo de criatura. En las Cortes de Vallecas,  Begoña se comportó, en opinión de una de las presentes,  como un clon de su marido, pero con una diferencia: «Ella se empeñó en parecer aún peor». Subrayo las comillas porque la definición no pertenece al magín del cronista. Del marido, Pedro Sánchez, ha imitado su señora la capacidad rocosa para no reflejar sentimiento alguno en los momentos más duros de su peripecia política. Sánchez, en pleno ataque de nervios, procede a reírse destempladamente (actitud muy bien definida en la psiquiatría) con sus congéneres cercanas, la vicepresidenta Yolanda, que tiene un rictus más artificial que la leche en polvo, o Teresa Ribera que, cada vez que abre destempladamente la boca se teme que se haya tragado un Duralex.

La emulación de Begoña acumula también otras actitudes de su esposo, por ejemplo, la repetición, modo loro, de los mensajes que le redactan los casi mil asesores que tiene Sánchez reclutados en la Moncloa para parir fechorías. O lugares comunes en la más pura tradición del comunismo viejuno y fracasado. Sin ir más lejos este de «estamos sufriendo una persecución política sin precedentes». ¿Sin precedentes? ¿Es que no recuerda la señora de Sánchez las que organizó en su día el ahora excesivamente llorado Alfredo Pérez Rubalcaba? Al vicepresidente fallecido tampoco le importaba -al fin y al cabo era socialista- la verdad; es más, le traían por una higa que las imprecaciones que ordenaba fueran ciertas, el fin justificaba, y justifica, los medios, aunque estos fueran y son  francamente repugnantes. Persecución puede encontrarse también en los embates que está padeciendo en estos días el presidente de la Generalidad Valenciana, Carlos Mazón, por lo menos tan ineficaz como Sánchez en la gobernación de la trágica DANA que estamos sufriendo.

Ahora la pregunta es: ¿qué se inventará el abogado Camacho (el inventor del «Faisan»)  de aquí al 20 de diciembre para impedir que su patrocinada se presente ante el juez, muy juicioso, Peinado? Esta vez sería decente -algo impensable en la arquitectura del matrimonio citado- que Begoña, señora de Sánchez, publicara, ya que ella presume de su impecable transparencia, los muchos quehaceres, la agenda de actos que le han preparado la semana venidera para lucir su palmito en Brasil junto con la sindicalista señora de Lula. No lo va a hacer, por tanto, ¿para qué establecer más cuestiones?… aunque solo una más: ¿quién está pagando las minutas de su letrado Camacho? ¿Ella? ¿El presidente? ¿Todos nosotros? Parece saberse que cada hora de un abogado, por muy discreto que sea en sus exigencias, alcanza no menos de cuatrocientos euros. ¿Los estamos sufragando nosotros, los contribuyentes a los que la confiscatora Montero nos tiene asfixiados? Pregunta -ya les digo- inútil: el matrimonio vive de patilla.

Falta un mes para que la señora de Sánchez realice un nuevo paseillo rodeada de gorilas en la Asamblea de Madrid y, o de aquí a los mediados de diciembre se conoce otra irregularidad cometida por la compareciente de esta semana, o también en este caso, la imitación de la efigie será idéntica: «Pregunten, pregunten, que a mí me trae al pairo». Son tan desaprensivos estos socialistas que aún seguirán expandiendo la especie falsa de su amor por la claridad y la transparencia. Asaltan las instituciones y las que todavía no han  podido colonizar simplemente las desprecian, se ciscan en ellas. Apresuradamente, se suele comparar a la coyunda Sánchez-Gómez con la de los asesinos Ceausescu. Puede ser: al cronista le recuerdan más apropiadamente a Stalin y a su mujer Nadezhda que, harta de su pareja, terminó pegándose un tiro en su propia habitación. Durante toda su vida había sido la fiel esposa que incluso emulaba la voz y las palabras de su marido. Todo hasta que se cansó. No digo yo que en este caso la cosa finalice así pero, por si acaso, Begoña no debe seguir convirtiéndose en un clon de su marido. No hay nadie que dude en España de que, si el caso lo requiere, Sánchez se desprende sin despeinarse de quien le haga falta. ¿Verdad que sí, Ábalos? Tu amigo, tu confidente, tu costalero, tu chófer, tu cómplice. O sea, lo mismo que Begoña, la esfinge de doña Concha Espina.