Balance de un psicópata (según los especialistas)
Díganme si les recuerda a algo o a alguien: «Psicosis (pérdida de contacto con la realidad), percepciones falsas, creencias falsas, intervalos de emociones restringidos, defectos cognitivos, razonamiento y solución de problemas alterados, disfunción social…», en fin. ¿Les suena a alguien? ¿Podría aplicarse todo esto a alguien que ustedes conozcan? Bien: el pasado miércoles, apenas terminada la intervención de Pedro Sánchez para cantar su propio y desmedido ego (que esa es otra), el cronista habló con dos personas, una de ellas médico, la otra igualmente universitaria. A ambos les sometí las definiciones concretas que encabezan la crónica. «¿A quién te recuerda?», les pregunté. El primero no dudó: «Pedro Sánchez». El segundo dudó y me interpeló: «Dame más pistas, pero tratándose de ti -me dijo- es alguien de la política». Le cité tres nombres, el presidente incluido, claro, y ya lo dejó claro: «Sánchez». Podría ser este un juego de verano, pero lo peor viaja por otro camino: la actitud nerviosa, chulesca, airada a veces, concesiva siempre de su última aparición pública bien concuerda con la personalidad de un individuo que, por lo menos, está fuera de sí, que incluso se permite el lujo cutre y curil de gastar bromas aldeanas y tildar, como dejó bien recogido este periódico, de hermanos/as a todos los españoles que le estamos sufriendo.
Se me olvidaba: los conceptos arriba expresados no me corresponden; pertenecen a lo escrito en el conocido por los profesionales como el «Manual Merck» que es el gran compendio de la Medicina, la enciclopedia de todos los conocimientos de la entera patología. Vale la pena releerlo para reverdecer antiguos saberes pero, sobre todo, para comprobar cómo en este largo catón se pueden encontrar contestaciones a casi todos los comportamientos humanos.
Que es el caso. Sólo, como se suele decir ahora, los «muy cafeteros», es decir los entregados/as sin filtro alguno a las falacias que transmite Sánchez, compran en estos momentos una sola de las propuestas, promesas o asertos que, durante el ancho espacio de televisión que ocupó, deslizó el tipo para, a continuación, irse de vacaciones con esta doble certeza: me voy habiendo cantado la palinodia a propios y ajenos, y me fugo de vacaciones en la seguridad de que el mes de agosto es la Nivea de todas las encendidas crisis.
Los demás, la clase de tropa hispana, concluimos el exordio del que hablamos con esta sentencia: todo esto no puede salir más que mal. Un periodista de los que siguen la estela de esta pesadilla nacional que sufrimos, me decía: «Es como si nada fuera con él, y se enfrentara a un país que realmente no le merece». Es así. Durante pocos pero obscenos minutos se ocupó Sánchez de desgranar sus éxitos económicos, lo hizo con la autosatisfacción de que él, y no los demás, es el que ha conseguido la medalla de oro. Sobre el gran drama de la secesión, vía soberanía fiscal de Cataluña, sólo una ufanía sin fundamento: «Esto es bueno para Cataluña y para España entera». Con un par.
También a los pocos minutos de concluir la homilía (hermanos y hermanas) de Sánchez, el cronista pudo hablar con el más fundado de los economistas y fiscalistas que rodean (a veces con poca presencia exterior) a Feijóo. Me formuló Juan Bravo en doce puntos una crítica severa al proyecto de entrega soberana que, presuntamente, los franquiciados catalanes de Sánchez han firmado con los independentistas. Quédense con el retrato que apunta directamente a lo que muchos nos estamos oliendo: esto no va a ninguna parte, esto no tiene aplicación.
Primer punto: el plan no es solidario, es independencia fiscal; dos, el PP debe comprometerse a revertir el plan apenas llegado al poder; tres, el plan supone crear españoles de primera y segunda; cuatro, el PSOE sólo gana investiduras si rompe la igualdad entre territorios; cinco, quiebra los principios de igualdad, equidad y solidaridad; seis, es un ataque directo a todas las autonomías españolas; siete, es corrupción política y económica; ocho, es contraria a todas las declaraciones anteriores (por ejemplo, ministra de Hacienda) es inconstitucional y, por tanto, ilegal; nueve, es mentira que Cataluña esté infrafinanciada; diez, supone un gasto singular para pagar caprichos separatistas; once, significa con toda certeza la instalación de una Agencia Tributaria propia, o sea, la que posee todos los secretos de los contribuyentes; y doce, ha contado con el rechazo frontal de los inspectores, los técnicos de Hacienda, y de popes socialistas como Page y Lambán. Todos estos mandamientos, que bien recoge Juan Bravo, pueden sintetizarse en uno solo: Sánchez gana, los españoles pagan.
Hay que detenerse en uno de los puntos cruciales de este prontuario, el de la corrupción política y económica. Piensen sus respuestas a estas cuatro preguntas: ¿Cómo debemos llamar al uso del dinero del conjunto de los españoles que aportan vía impuestos para comprar la investidura de Illa? ¿Es justo que se perjudique a todos los españoles para beneficiar únicamente a una persona, Pedro Sánchez? ¿Cuándo y cuánto deberemos soportar y aguantar para que Sánchez siga siendo presidente? ¿Todo vale?
Pues sí, todo vale. Tengan en cuenta este siniestro detalle: aunque en público manifiesten lo contrario, en privado y casi de rondón, los principales dirigentes de la oposición, reconocen textualmente que «lo de Sánchez va para largo», que está dedicado solamente ahora a conseguir la aprobación de los Presupuestos de 2025 porque ello supondría que hasta el segundo semestre del año siguiente no se verá en la obligación de convocar elecciones generales y entonces el que venga detrás que arree.
Desengáñense: no estamos ante un ser normal que sienta y padezca como los demás mortales; es un tipo (lo describe así el Manual Merck) que ha perdido el sentido de la realidad y que, en consecuencia desprecia a todos los demás (el más cercano Page) porque circulan en dirección contraria a su persona. Por eso, perded toda esperanza. Como aquel pobre y ridículo argentino que todas las semanas nos anunciaba en televisión que «Yo sigo». Él sigue, sobre todo, por una trágica y persistente constancia: nada de lo que suceda le afecta. Los demás son los malos; él, un visionario infame que está aquí para federalizar España (su última ocurrencia) o más genéricamente para barrenar un país con el que hasta ahora nadie había podido. Lo dijo Bismarck. Estaba equivocado: no pudo prever la existencia de este sujeto psicópata. Lo dicen los especialistas.
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