Corinna evacuó al Rey herido en su jet ante la pasividad de Zarzuela y Moncloa por miedo al escándalo
Corinna: “Las filtraciones del viaje a Botswana las hicieron ellos, lo sacaron para sujetar a Juan Carlos”
«Tras el viaje a Botswana me convertí en ‘non grata’ en Zarzuela y una amenza para la Familia Real»
Un 12 de abril de 2012 -hace ahora diez años-, el carácter de Juan Carlos I se agriaba conforme avanzaba el día durante la quinta jornada de safari en Botswana. El entonces Rey no ocultaba su malhumor por los acontecimientos que estaban sucediendo en Madrid: su nieto Felipe Juan Froilán, de 13 años, se había pegado un tiro en un pie mientras realizaba prácticas de tiro una escopeta de caza del calibre 36 en su residencia de Soria. Los perdigones le alcanzaron algunos dedos del pie izquierdo.
Mientras se producía el accidente, el jefe del Estado se encontraba perdido en un campamento en el Delta del río Okavango, en Botswana, a casi ocho mil kilómetros de distancia y a diez horas de vuelo en avión. Disfrutaba de una cacería a la que había sido invitado por su amigo Mohamed Eyad Kayali, el empresario sirio y administrador de los bienes en España de la Casa Real saudí. Incluso, un día antes había abatido a un elefante en una jornada memorable para él.
En la comitiva del safari, programado para seis días, también se encontraban Corinna Sayn-Wittgenstein, su ex compañera sentimental (2005-2009), con su hijo Alexander y su ex marido Phillips Adkins. El resto del séquito estaba formado por dos médicos, el jefe de seguridad de Juan Carlos I, Vicente García-Mochales Gutiérrez, y cinco escoltas. Kayali, que tenía una hacienda en Sudáfrica, llegó al campamento por sus propios medios. Después se unieron a la batida otros cazadores de la empresa organizadora.
La irritabilidad del monarca aumentó a medida que le llegaban las noticias de la capital de España. Su esposa, la Reina Sofía, con quien las relaciones matrimoniales no atravesaban por un buen momento -estaban a un hilo de la ruptura- se presentaba en la Clínica Quirón, donde el niño se recuperaba. Doña Sofía además hacía declaraciones a los periodistas, algo que exasperó aún más al Rey. Como él mismo comentó: aquel “paseo ante las cámaras” lo dejaba “con el culo al aire”. Y añadió: “Lo hace para putearme”.
¿Y Juan Carlos I? ¿Dónde está el abuelo del niño? ¿Piensa visitar a su nieto? Se preguntaron los periodistas y los servidores de la propia Casa del Rey. Pero muy pocos conocían el paradero de Su Majestad (SM). Si el retraso de las respuestas a esas preguntas no ayudaba a establecer el orden, mucho menos la causa de su desaparición. El jefe del Estado se hallaba cazando con el empresario sirio-saudí Kayali y con Corinna Sayn-Wittgenstein, la que había sido su pareja sentimental durante cinco años. Se trataba de un viaje privado y secreto que, por no conocer, no lo sabía ni el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Juan Carlos I cuando se enteró de que su esposa se había acercado al hospital y lo había dejado en evidencia bramó contra su pareja real: “Es una especialista en hacerme putadas. Va a la clínica y se exhibe para que la gente se dé cuenta de que yo no estoy. Así fuerza a los periodistas a que hagan preguntas”.
La presión del pasado
Aquella situación le trajo a la memoria dos experiencias de su pasado: la muerte de su hermano pequeño Alfonso en Estoril (Portugal), en marzo de 1956, mientras limpiaba una pistola y el escándalo político provocado por su escapada secreta con Marta Gayá a Suiza en 1992, mientras el Gobierno necesitaba su firma en el BOE tras la dimisión del ministro Fernández Ordóñez.
La mayoría de la veintena de personas que componía el safari, incluida Corinna, desconocía lo que sucedía en aquellos momentos en Madrid. Se hallaba en una zona incomunicada por Internet, sin wifi, y los únicos que disponían de un equipo especial de comunicaciones eran Juan Carlos I y su séquito de seguridad.
Es de sobra conocido por comentarios de sus ex colaboradores que el entonces Rey pierde totalmente el control cuando se enfada. Y eso fue lo que le sucedió al monarca el 12 de abril de 2012. Sus compañeros de excursión no entendían aquel estado de excitación mientras transcurría el día.
Y el desenlace trágico comenzó a gestarse a última hora de la tarde, poco después de la cena, cuando el grupo comenzó a ingerir alcohol más intensamente. Nadie se atrevía a fastidiar a Juan Carlos I la celebración de la caza de un elefante macho un día antes.
Quienes se habían retirado a sus aposentos tras la cena, sobre las 21,30, como Corinna y su hijo Alexander de 10 años, que descansaban en su tienda de campaña -una espesa lona de color verde como la de los militares-, escucharon con nitidez la juerga que había montada en el campamento durante la sobremesa. La fiesta estaba también justificada por la despedida del safari.
Juan Carlos I y sus acompañantes de parranda se retiraron muy de madrugada a sus aposentos pasados de vino y alcohol. Cuando el Rey se dirigía a su cabaña, no sin cierta dificultad para mantenerse en pie por la ingesta de alcohol, tropezó con un pequeño obstáculo y se pegó un batacazo. Dos personas lo recogieron del suelo y lo tuvieron que llevar en volandas a su cama con un intenso dolor en la cadera que, al parecer, se había roto. Corinna, que ya había conciliado el sueño, no se enteró de lo sucedido.
Al día siguiente, sobre las 8 de la mañana, Vicente García-Mochales pidió permiso y entró en la tienda de campaña de Corinna y su hijo para transmitirles un mensaje del Rey: “No puede desayunar con ustedes. Está indispuesto”. Su ex compañera sentimental no se alarmó porque, por la mala salud del monarca -lucía en su cuerpo las cicatrices de una docena de operaciones-, no era la primera vez que le sucedía algo similar. Y, sobre todo, después de la juerga de la noche anterior.
Miedo al escándalo
Tras el desayuno, Corinna y su hijo se acercaron a ver a Juan Carlos I y no percibieron un estado de preocupación entre sus cuidadores, entre quienes se encontraban dos médicos. Parecía que todo estaba bajo control, hasta el punto de que el monarca animó a la princesa alemana a que hiciera una excursión en helicóptero con su hijo. Sin embargo, unos veinte minutos después saltó la alarma: Juan Carlos podía tener una hemorragia interna. Y surgía una pregunta ¿Qué ha podido cambiar en menos de media hora?
Poco después, Corinna se enteró del accidente de la noche anterior y del golpe en la cadera, que podía estar rota. Además, notó en su ex una cierta preocupación por algo que podía estar sucediendo en España. Fue cuando se enteró del incidente de Froilán con la escopeta.
Corinna quiso saber qué había sucedido la noche anterior y el monarca le contestó: “No me acuerdo de nada”.
También preguntó si alguien había llamado a Madrid para dar cuenta del tortazo de SM y, si lo había hecho, por qué ni la Casa del Rey ni el Gobierno habían reaccionado con diligencia. Se percató de que el miedo a un escándalo había primado por encima de la seguridad del propio jefe del Estado. Había transcurrido el tiempo suficiente para que el avión real hubiera aterrizado en Maun para evacuar al jefe del Estado de España.
Pero la realidad era que en el aeropuerto más próximo al Delta del Okavango no se esperaba ningún vuelo procedente de España, ni fletado por La Zarzuela ni por La Moncloa. El equipo de seguridad de Juan Carlos I tampoco había pedido ayuda a las delegaciones diplomáticas de España en Gaborone (Bostwana) y Johannesburgo (Sudáfrica).
La capital sudafricana se encuentra a tan sólo 40 minutos en avión de Maun y el Ministerio de Asuntos Exteriores había tenido tiempo suficiente para organizar desde allí la evacuación del monarca con un avión medicalizado. Alguien pensó que esa opción dejaba abierta la puerta del escándalo.
En las condiciones en las que se encontraba Juan Carlos I, el viaje en jet privado era todo un riesgo. Si durante las casi diez horas de vuelo se presentaba una urgencia, por ejemplo, mientras se sobrevolaba el Congo, resultaba difícil encontrar un lugar seguro de aterrizaje. Pero Corinna decidió evacuar en su jet privado a un Rey fracturado ante la pasividad de La Zarzuela y Moncloa, que pretendían evitar el escándalo.
En aquellos momentos de crisis y tensión ni el director del CNI, el general Félix Sanz Roldán, ni el anfitrión del safari, el empresario Kayali, ambos considerados amigos de Juan Carlos I, participaron en buscar soluciones a la crisis.
El estado del Rey
Ya era media mañana y, viendo el estado en el que se encontraba el Rey, Corinna propuso una evacuación inmediata. Ofreció el jet que ella había contratado con la empresa austriaca Vista Jet y, por tanto, a ella le competía gestionar el cambio de horario y el cambio de destino. Y así lo hizo.
El vuelo de regreso no pudo programarse hasta las 14 horas, el mismo huso horario para Botswana que para España. Antes había que levantar el campamento, desplazarse desde el Delta hasta el aeropuerto de Maun en los dos helicópteros que Kayali había facilitado para el safari, que la tripulación del jet privado, capitaneada por el piloto Stefan Schneider, viajara desde Johannesburgo, donde estaba hospedada, y que el jet fuera revisado técnicamente.
Cuando el avión de Vista Jet aterrizó en la pista del aeropuerto de Torrejón, quienes no habían reaccionado tras el accidente desplegaron todo un operativo más propio de una escena de película: francotiradores apostados en los tejados, ambulancias, fuerzas de seguridad militares y civiles…. El jefe del Estado ya estaba a buen recaudo y era trasladado directamente al hospital.
Corinna, su hijo Alexander y su ex marido se trasladaron desde Torrejón al hotel Villamagna de Madrid, donde pernoctaron la noche del 13 al 14 de abril. Estaban tan agotados que no abandonaron el establecimiento hotelero ni para dar un paseo. Al día siguiente, desayunaron en el hotel y Valbuena, el chófer de La Zarzuela, los trasladó al aeropuerto de Torrejón.
El mismo jet que los trajo de Botswana trasladó a la princesa alemana y a su hijo a Ginebra, donde se hospedaron en el hotel La Reserva un establecimiento de lujo ubicado junto al lago Leman.
Corinna jamás recibió unas palabras de agradecimiento ni por parte del Rey ni de La Zarzuela. El tiempo que ganó, al activar la repatriación de manera urgente sirvió para garantizar la seguridad de Juan Carlos I. Como premio recibió una operación secreta del CNI y del responsable de Prensa de La Zarzuela para minar su imagen. Los servicios de información, además, pusieron en marcha un plan para sustraerle documentos en sus oficinas de Mónaco. Incluso, el director del CNI, Félix Sanz Roldán, se desplazó a Londres, el 5 de mayo, para amenazarla, según denunció la princesa alemana.
Transcurrido un tiempo, incluso tras su abdicación, Juan Carlos I jamás contó a Corinna lo que había sucedido aquella noche de parranda. Sigue siendo un secreto que sólo conocen los médicos y los escoltas.
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