Obama ante la Asamblea de la ONU: «Nunca el mundo ha sido tan próspero, hagamos que llegue a todos»
El presidente de Estados Unidos ha hecho su último gran discurso ante el planeta. En la jornada inaugural de la 71ª Asamblea de las Naciones Unidas, Barack Obama ha pretendido dejar un legado, un discurso con trazas de histórico que sólo el tiempo y las críticas periodísticas dirán si finalmente lo fue. Pero la intención se le veía de lejos: «Nunca el mundo ha sido un lugar tan próspero como ahora, hagamos que este progreso llegue a todos», ha dicho en el atril ante más de un centenar de mandatarios del planeta entero.
«Se ve en la prensa cada día, en todos los titulares: los refugiados huyen por el mundo entero, cruzando todo Oriente Próximo», ha iniciado Obama. El presidente ya saliente de EEUU ha pronunciado los primeros pasajes de su ‘speech’ dibujando el ‘story board’ de una película de buenos y malos por la vía más sencilla de digerir, poniendo a su auditorio en el lugar de los refugiados, las personas más inocentes y más sufrientes del planeta, las menos culpables, las más mediáticas… y entonces ha cargado duro contra los culpables: «En sus países, en ésos de los que huyen, estén en guerra unos o no lo estén los otros, no hay seguridad ni orden, ni libertad de expresión, ni inversiones en educación».
Aunque, tras afear las políticas de esos gobiernos –algunos de ellos, aliados de Washington, no lo olvidemos–, ha entonado un efectista ‘mea culpa’: «Aquí hay naciones poderosas que no los acogen como deberían, que no cumplen la ley internacional, cuyos líderes alimentan el odio con sus discursos».
El líder del mundo libre, como les gusta llamar a los estadounidenses a su presidente, ha desplegado párrafos de homenaje al capitalismo y a la globalización. Partiendo de la prosperidad económica que «es fruto de la apertura de los mercados y de la sociedad del conocimiento», Obama ha pintado un futuro glorioso: «Hoy el mundo es menos violento que nunca, pero hay quienes siguen alimentando la desconfianza».
Y esos malos, culpables, villanos de la hermosa película que Obama querría haber terminado de rodar cuando entregue el testigo en los fríos primeros días de enero de 2017, han hallado un líder en el candidato del Partido Republicano, Donald Trump, a quien el presidente ha señalado con sibilina diplomacia: «A pesar de esa prosperidad, el Gobierno se torna hoy más difícil, porque hay quien logra que la gente confía menos en las instituciones».
Según Obama, esa desconfianza también es culpa de quienes trabajan por que la prosperidad no se reparta, por que el poder se quede en manos de los de siempre, por que todo cambie con internet pero para que todo siga igual en el parqué de Wall Street y en las altas esferas de los más altos rascacielos. «Creo que en este momento, afrontamos una elección: podemos dejar pasar este mejor modelo de integración y volver al modelo anterior, u optar por avanzar a un mundo mejor relacionado, con más confianza en unos y otros».
Y él lo tiene claro: «Les propongo que avancemos, no retrocedamos».
El fin de las ideologías
Para el presidente de EEUU, las ideologías no cuentan, no son la clave, hay que dejarlas a un lado. El secreto del progreso no es discutible: «está en el capitalismo y en la libertad»; pero lo que sí que es clave para que éste sea sostenible es «que esté repartido», y para ello hacen falta políticos con «coraje».
«Tan imperfecto como es, los principios de derechos humanos, la libertad y la apertura de los mercados, es lo mejor que hemos dado a la humanidad», ha defendido. «Esto no tiene nada que ver con ideologías, sino con los hechos», y lo «más importante es reconocer que integrar la economía global ha mejorado la vida de miles de millones de hombres, mujeres y niños».
Como si fuese un mérito que colgara de su pechera cual medalla, Obama ha presumido de que «la prosperidad de los últimos años, basada en la globalización económica ha permitido que hayamos pasado del 40% al 10% de pobreza extrema en el mundo». Y le ha puesto cara y ojos a ese «enorme salto adelante» para el ser humano: «No es una abstracción, son niños con comida en su plato, son mujeres que no mueren al dar a luz».
Sin llamarla como tal, la sociedad el conocimiento inaugurada por internet ha sido el eje sobre el que ha hecho girar todo el discurso el presidente de Estados Unidos. Es del conocimiento del que nacen las «oportunidades» y es de negar las barreras de donde nace la «tolerancia». A Obama sólo le ha faltado silbar de emoción al pronunciar la siguiente frase: «Internet entrega todo el conocimiento al mundo entero con un solo aparato».
Pero eso es un desafío, porque «si una mujer que nace hoy tiene más opciones de ser saludable y de tener oportunidades que en cualquier momento de la historia humana» es porque existen sociedades avanzadas que han generado conocimiento, una red global que lo expande y unos aparatos de relativamente fácil acceso «que se lo muestran».
Y por eso, según el primer presidente de una minoría racial, el primer inquilino no blanco de la Casa Blanca, ha insistido en que «hay que hacer avanzar las libertades para que esto llegue a más gente cada vez».
Las pantallas como ventanas al mundo
Las palabras de Obama han resonado como aldabonazos en el salón plenario de la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Los párrafos desgranados de su discurso no sólo trataban de pasar a la historia, sino que bebían de otros discursos históricos, como el que pronunció en El Cairo, recién llegado a la Presidencia, mostrando sus credenciales al mundo y apostando por la apertura de los regímenes de Oriente Próximo a las libertades al tiempo que comprometía una «nueva mirada» a sus sociedades. «Los hechos demuestran que el número de democracias se ha duplicado en los últimos 25 años. Se respeta más la dignidad de las personas en más países, sin importar la raza, la religión, el género…»
Y es la oportunidad del internet móvil la que da conocimiento y poder a la gente: «La explosión de los medios sociales da la oportunidad a la gente de expresarse por sí mismos, y eso nos compromete como dirigentes», ha dicho Obama. «Ese gran poder se nos ha dado y ya no habrá una tercera guerra mundial, tras la guerra fría. Ni en Europa, ni en China, ni en India, que ya están creciendo cada vez más».
Pero que esos desafíos hayan desaparecido no significa que la historia se haya acabado: «Al contrario, lo que tenemos que hacer es afrontarlos para de verdad amplificar el progreso para todos». Y es que el presidente de EEUU, el país que fue gendarme del mundo, quiere que trate ahora de ser una especie de flautista de Hamellin para que los pueblos del mundo obliguen a sus sátrapas a caminar hacia la libertad o ser arrasados por el poder de las masas.
«Es el camino correcto, y debemos saberlo. No podemos ignorar los beneficios de la globalización», ha apuntado. «El mundo es demasiado pequeño para levantar muros, y además desde el móvil cualquier puede acceder al saber… y a ver las riquezas que algunos otros gozan en otros lugares».
Para Obama, «un planeta donde el 1% de la población controla más bienes que el 99% restante nunca será estable», y esos desequilibrios más visibles que nunca gracias a internet, son caldo de cultivo para «fundamentalistas religiosos, políticos sectarios, los nacionalistas agresivos, y los burdos populistas a veces de la izquierda extrema pero más habitualmente de la extrema derecha»… y es ahí, en esa analogía del ISIS con Donald Trump, cuando Obama ha guiñado un ojo en sus adentros a su ‘heredera’ y ex secretaria de Estado, Hillary Clinton. «Esos negacionistas del progreso son poderosos. No podemos ignorarlos. Y se reflejan y alimentan en la insatisfacción de muchos de nuestros conciudadanos».
Porque los desequilibrios que provoca una revolución tecnológica como fue la industrial del siglo XIX generan, innegablemente, «pérdida de empleos en el sector de las manufacturas, abaratamiento de los sueldos en el sector servicios…» Y Obama sabe que si no se abordan estos problemas «con justicia», ganarán los ‘malos’.
«Una ciudad amurallada sólo se aprisiona a sí misma», ha dicho gráficamente el presidente Obama, señalando de nuevo al candidato republicano. «Pero la respuesta es no sólo rechazarlo, sino tratar de expandir los beneficios de este progreso. No es un problema de un mal sistema, sino un problema de aplicarlo mal».
Y finalmente, claro, los malos
Obama ha cerrado su discurso con referencias ya sí explícitas a los buenos y los malos del mundo actual. En un bando están EEUU y sus aliados, en el otro los terroristas y sus aliados, y los demás los situó en un limbo crítico, al que señalaba con diplomacia como oportunistas y aprovechados.
Entre los malos, claro, el autodenominado Estado Islámico, «negación de todo el bien del mundo y de la humanidad». Pero el otro grupo, ese club de aquellos a los que Obama no pone el sello de buenos de verdad, recibieron nombres también, y levantarán ampollas. «Vemos como Rusia quiere retomar su posición por la fuerza, y otros países suyos gobiernos imponen sus ideas contra la voluntad de sus ciudadanos».
Y en su habilidad para la equidistancia jesuítica que deja pocas puertas abiertas al rival dialéctico, el hombre fuerte de Washington, al menos hasta el ya muy cercano 8 de noviembre, ha admitido que en su país puede ganar un tal Trump pero que «para que el mundo sea próspero, debemos integrarnos los humanos lo más posible y no podemos permitir que haya quienes en nuestras sociedades trate de decir que los que llegan de fuera nos desnaturalizan».
Así que para «ser ejemplares aquí, en nuestras propias sociedades» debemos admitir, ha dicho Obama, que «lo que es verdad en Oriente Próximo es verdad para nosotros. Y ni las religiones ni la etnia, ni las creencias, ni ningún motivo de discriminación pueden hacernos crecer en intolerancia».
Y si la verdad es la verdad en cualquier lugar del mundo, «lo que vale en Myanmar, o en Burundi, debe valer también en EEUU. Y si las mujeres deben tener sus oportunidades, su derecho a la educación, y debemos asegurar la igualdad de derechos y de trato a toda minoría, lo mismo vale para los negros de Estados Unidos que para los palestinos en Oriente Próximo».
El dedo señalador ha ido dirigido entonces hacia Jerusalén, capital del Estado de Israel, ciudad origen de las religiones monoteístas que dominan el mundo y polo de todos los conflictos en Oriente Próximo. «Los israelíes deben aceptar que no pueden ocupar la tierra palestina», ha soltado como una bomba atómica en el ánimo de su archirrival y archialiado primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Y en un nuevo ejercicio de coger su propio rebote, el presidente Obama ha cerrado: «Debemos hacerlo mejor todos como líderes, no enfadarnos unos con otros, sino entendernos y liderar a nuestros pueblos».
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