Historia

Hindenburg: El desastroso final del dirigible

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El final del dirigible

Pocos medios de transporte fueron tan bien recibidos como los dirigibles que recorrieron los cielos durante los primeros años del siglo XX. Pero no fue la primera vez que el hombre colonizó el cielo. Antes de los primeros vuelos comerciales de dirigibles en Europa, muchos intrépidos inventores probaron suerte con algunos aparatos que fueron el germen de las grandes máquinas que después alzaron el vuelo.

Ya en 1782 el fabricante de papel, Joseph Montgolfier tuvo la idea de construir un globo con tela ligera, lo hinchó de aire caliente y lo dejó que volara por el cielo. Ayudado por su hermano, Montgolfier comenzó a trabajar en varios prototipos que lo llevaron a mostrar su globo volador a los reyes franceses, que quedaron realmente fascinados.

Lo emocionante de este vuelo es que los hermanos ataron al globo una barca pequeña que llevaba dentro un ganso, un gallo y una oveja. Un año después, dos hombres se ofrecieron voluntarios para montar en el globo volador de los Montgolfier.

Nace el dirigible

El gran inconveniente de estos globos es que no se podían dirigir, y era el aire el que los movía y los llevaba a cualquier lugar. Para esto, la solución llegaría unos cuantos años después, cuando el también francés, Henri Giffard aplicó una especie de motorcillo de vapor que le daba potencia al globo. Era el año 1852.

Una hélice accionada por el motor, que iba a unos 10 kilómetros por hora, podía ser guiado por una persona. Había nacido el dirigible.

Ya en el año 1884 el primer dirigible completo, el France, recorrió una distancia de siete kilómetros y medio demostrando que las investigaciones al respecto iban en buen camino.

Fue a principios del siglo XX cuando el dirigible vivió su verdadera época de expansión y fama, gracias al perfeccionamiento del constructor alemán Ferdinand von Zeppelin.

Zeppelin consiguió construir grandes dirigibles que se movían por un motor a gasolina y consiguieron transportar personas en viajes de gran calado.

En 1910, con varias pruebas realizadas en los años pasados, el dirigible Deutschland inauguró el primer servicio de pasajeros para dirigibles del mundo. Se trataba de una inmensa aeronave dotadas de muchas comodidades para los pasajeros y que llegaban a alcanzar los 60 kilómetros por hora, velocidad muy recurrente para la fecha. 

Diez años después, el gran Graf von Zeppelin se consagró como el dirigible más famoso del mundo y logró dar la vuelta al mundo en 21 días. Estos dirigibles fueron muy conocidos a lo largo de todo el planeta con vuelos regulares entre países, como el inaugurado un año después que volaba entre Alemania y Brasil.

La tragedia de Hindenburg

El auge del dirigible no quitaba el gran problema de los propios aparatos. De grandes dimensiones, el motor de gasolina era realmente peligroso cuando se producía algún problema y fue la causa de la tragedia que desembocó en el final de estas máquinas voladores.

En 1932 un dirigible sobresalía por encima del resto: el LZ 129 Hindenburg, gemelo del Graf Zeppelin II. Completamente construido de duraluminio -aleación de aluminio cobre, magnesio, manganeso y silicio- y en honor al presidente de Alemania, Paul von Hindenburg, tenía 245 metros de largo y contaba con cuatro motores diesel que alcanzaban una velocidad máxima de 135 kilómetros por hora.

En su primer año de vida, el dirigible Hindenburg llegó a recorrer más de 300.000 kilómetros en vuelos comerciales transportado unos 2.700 pasajeros. Llegó a cruzar, sin problemas, 17 veces el Atlántico para llegar a Estados Unidos, su vuelo más común, consiguiendo en una ocasión hacerlo dos veces en cinco días.

La magnitud de este dirigible fue aprovechada por los nazis para apropiarse de su imagen y poderío, que se vio reflejada en el famoso vuelo del dirigible durante los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 justo cuando Adolf Hitler hizo acto de presencia en el estadio.

Por su magnitud, y sus lujos en cabina para los pasajeros, muchos lo comparaban con el Titanic. Y lo cierto es que su final estuvo también marcado por la tragedia.

El 6 de mayo de 1937, el dirigible Hindenburg comandado por Maz Pruss se disponía al atraque, una de las maniobras más complicadas de estos aparatos del cielo. La tormenta no ayudó, y es que los operarios tenían que lanzar maromas a tierra desde el morro y tenían que ser sujetadas por personal de tierra que a veces sufrían lesiones, e incluso algunos llegaron a morir.

Esa noche, estaban preparados 248 obreros en tierra, cuando uno de ellos observó una chispa que provenía del Hindenburg. Rápidamente el fuego se extendió por toda la máquina y el dirigible se precipitó en llamas hasta el suelo.

De las 97 personas que viajan, murieron 35, la mayoría a consecuencia de las quemaduras o aplastadas por el aparato. Entre las hipótesis de las causas del incendio, la más seguida fue que la tormenta hizo que una chispa de electricidad estática provocada por un relámpago entrara en contacto con el hidrógeno y provocara la fatal explosión.

Aunque muchos piensan que se trató de un suicidio de un pasajero ya que se encontró entre el pasaje una pistola a la que curiosamente le faltaba una bala.

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