Nuevo milagro de Fernando Alonso con Hamilton de Rey
Alonso quiere mojarse: “Si llueve tenemos que aprovechar la oportunidad”
Ricciardo hace magia; Sainz, a lo suyo y Alonso, en el límite
Las nubes monegascas escucharon las plegarias de Fernando Alonso y se pusieron manos a la obra. Descargaron con furia sobre el lujoso circuito para dibujar un escenario distinto, con sabor a Toleman y Ayrton Senna. Una carrera especial en condiciones complicadas para destapar caretas. Era un día gris, ideal para las reivindicaciones.
El desfile comenzó con el safety car dirigiendo los pasos de los monoplazas. El circuito estaba empapado y allí que marchaban ellos como aspiradoras para tener un circuito más practicable. En la vuelta 8, tras los protocolarios lloros por la radio, se relanzó la carrera. Era un inicio agrio, sin la adrenalina que levanta la salida de Mónaco.
Cuando Hamilton comenzaba a enseñarle el morro a Rosberg, Palmer y su Renault se equivocaron para acabar en Santa Devota: virtual safety car. Los operarios actuaron con astucia para liberar de piezas la recta de entrada a meta. Vuelta a empezar… y Kimi también enamorado de los muros. Se montó en su alerón delantero y aparcó en una escapatoria. Otro menos.
Las visitas a boxes empezaban a sucederse buscando los intermedios. Carlos Sainz volaba con el de lluvia extrema, y Lewis Hamilton adelantaba muy fácil a Nico Rosberg. Sufría el alemán con algún tipo de problema, y Sainz se acercaba amenazando con situarse, como en Barcelona, en tierras de podio virtual. Entró en boxes, tras la cacicada de Kvyat con Magnussen, y salió séptimo, con Fernando amenazando por detrás, como un dandy de discoteca.
La luz se iba apoderando del conglomerado urbano, convirtiendo la trazada en una línea seca. La carrera parecía que estaba en su término, pero sólo se llevaban completados 25 giros. Lewis Hamilton se marcaba un all in con los de lluvia extrema cuando todos tenían intermedios. Ricciardo estaba pegado a su difusor sin poder pasarle. Y entre tanto, Pérez, Button y Ericsson poniendo slicks.
Lewis no aguantaba más y en la 32 también puso el ultrablando. La locura se apoderó de la calle de boxes y el festival se trasladaba allí. Casi todos entraron a poner neumáticos de seco. Alonso no se volvía loco y seguía con el intermedio: tercero. Ricciardo paraba y Red Bull no se enteraba que tenía que parar. Los neumáticos no estaban, como sus esperanzas de ganar la carrera.
La jugada maestra de Fernando Alonso
La jugada de Fernando Alonso era de genio de la ruleta: su estrategia le dejaba en una inhóspita quinta plaza, por delante de Nico Rosberg. Mónaco tienes estas cosas. Era un territorio desconocido desde que viste de nuevo los colores de McLaren. Una puerta por el que entra un fino hilo de luz hacia una falsa alegría.
Ricciardo volvía a apretarse cerquita de Lewis Hamilton, como la distancia máxima en un concierto. Max Verstappen se quemaba, otra vez, en Mónaco y acababa estrellando su Red Bull contra el muro. La contienda no cesaba entre Daniel y Lewis, una pareja condenada a un incómodo baile hasta la 78. Le cerró bruscamente el de Mercedes en la chicane del puerto provocando la ira de Ricciardo.
En medio de todo este lío, Fernando rodaba 2-3 segundos más rápido que todos. En un giro logró meterle 5 segundos a Sebastian Vettel, su potencial víctima. Lo dicho, Mónaco y un par de gotas: caretas fuera. Pasarán los años, con o sin monoplaza ganador, ganando o sin saborear la victoria, se retirará, pero todos sabrán la verdad: no hay unas manos como las de Fernando.
Volvía a colocar un monoplaza en un lugar no merecido. Porque este piloto sigue estando, en ocasiones, por encima de instituciones. Mientras se lían en McLaren y en Honda con humo barato, Fernando Alonso deshace el nudo, descifra el enigma, resuelve la ecuación a base de actuaciones estelares, no tan sonadas. Mantenía la quinta plaza, con un trenecito de probables verdugos detrás, esperando su error en algún cálculo.
Así las cosas, Ricciardo lo intentaba pero no encontraba ni un solo hueco para pasar a Lewis Hamilton. El británico resistía los ataques del Red Bull con relativa calma. La calma se alertaba cuando a Button le decían por radio una probabilidad de lluvia en las últimas 8 vueltas de carrera. Antes, Rosberg había pasado a Fernando Alonso, atravesando la chicane, por lo que tuvo que devolverle la plaza. Resistencia máxima.
Se caía una lona en la entrada de meta para un fugaz virtual safety car. Ricciardo no podía con Lewis Hamilton como Rosberg no acertaba en pasar a Alonso. Sainz, octavo, se acercaba a Hulkenberg, pero era imposible pensar en una potencial pasada. Pérez, tercero, aguantaba a Vettel desde la lejanía. Mónaco parecía visto para sentencia.
«It´s raining», cantaba Fernando por radio, provocando más entusiasmo que Geri Halliwell y su lluvia de hombres. Las gotas eran demasiado tímidas todavía para un posible caos final. Quedaban cinco vueltas. Demasiado poco para desatar una tempestad. Hamilton desfilaba hacia la victoria, con Ricciardo y Pérez en el podio. Rosberg se alejaba de Fernando Alonso que iba a firmar su mejor posición con el McLaren-Honda: quinto.
Hubo tensión a falta de dos vueltas, llovía mucho y Rosberg vio como Hulkenberg le pasaba en sus últimas curvas. A Hamilton no le temblaron las manos y certificó su espectacular victoria: Ricciardo no pudo con el tricampeón. Y Fernando Alonso cruzaba la línea de meta en una posición ordinaria para él, pero un milagro con el carruaje que lleva. Sainz, octavo, pudo haber logrado más de no ser por la estrategia.
Es complicado seguir jugándote la vida, encendiendo cerillas en los muros monegascos, con un monoplaza que no te da la confianza ni la potencia para alzarte hasta lo más alto del podio. Tiene que ser muy difícil saber que eres el mejor y tener que sobrevivir a base de posiciones vulgares. De constatar actuaciones sobrenaturales que se quedarán en el olvido, como un amor de discoteca. En el limbo de un agujero negro llamado McLaren-Honda donde no parece haber escapatoria. A Fernando Alonso le toca seguir jugando a ser Matthew McConaughey en Interstellar y resolver la ecuación que colapse el teseracto de vuelta a las victorias. Un trabajo de becario que le convierta, para siempre, en un campeón indefinido.
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