Viajes

Estremecedor relato del accidente del Chapecoense de uno de sus supervivientes

El pasado 29 de noviembre un accidente sacudió el mundo. El avión LaMia que transportaba a 77 pasajeros hacia Medellín (Colombia) sufrió un accidente en el Cerro Gordo que se cobró 71 víctimas, la mayoría futbolistas del Chapecoense, que viajaba para disputar el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana frente al Atlético Nacional. Únicamente seis personas sobrevivieron al fatal accidente. Uno de ellos es Rafael Henzel, periodista de Radio Oeste Capital de la ciudad de Chapecó, que ha contado en el diario Marca cómo vivió el accidente y el posterior rescate. Este es su estremecedor relato:

Me llamo Rafael Henzel y quiero contar mi experiencia tras haber sobrevivido a la tragedia del avión en el que iba la plantilla del Chapecoense. Aquella noche fallecieron 71 personas y sobrevivieron sólo seis, uno de ellos soy yo. La aventura de aquel viaje la comenzamos en Sao Paulo y tras poco más de una hora llegamos a Santa Cruz de la Sierra. Allí nos estaba esperando el avión de LaMia para trasladarnos a Medellín. El ambiente que había en la delegación era de felicidad. Todo el mundo estaba alegre por el acontecimiento al que íbamos. En ese vuelo 2933 convivíamos la plantilla, los entrenadores, la prensa, empresarios. Todo era en el marco de un clima festivo.

El vuelo desde Bolivia transcurría con normalidad hasta que cogimos una turbulencia y saltó una alarma, que a la postre, sería la única que hicieron sonar los comisarios de abordo. El vuelo se estaba extendiendo más tiempo de lo normal. Comenzamos a preguntar si no era ya hora de aterrizar. «Faltan 10 minutos para llegar», nos dijeron algunos miembros de la tripulación. A cada consulta que hacíamos, teníamos la misma respuesta. «Diez minutos». De un momento a otro, las luces del avión se apagaron sin que nadie nos informase de alguna anomalía que estuviese ocurriendo. Desmiento totalmente que la tripulación nos previniese en algún instante sobre la falta de combustible y de que podíamos realizar un aterrizaje de emergencia. Esa información nunca, insisto nunca, nos la proporcionaron.

No recuerdo cuánto tiempo pasó desde que se apagaron las luces y el avión se estrelló. Sólo me acuerdo que miré hacia mi izquierda, ya que estaba en la penúltima fila del avión en el lado derecho, y vi a un comisario de abordo que tenía el cinturón de seguridad bien extendido. Por esa imagen, imagino que ni esa persona sabía exactamente lo que estaba ocurriendo.

Cuando el avión quedó a oscuras, hubo un silencio sepulcral. Aterrador. Todos los motores dejaron de funcionar. Después de ese silencio tan atroz, el avión se estrelló. Tuve la suerte de despertarme cuando un grupo de rescate pasaba cerca de donde había caído y comencé a gritarles para llamarles la atención y que me atendieran. Fui el penúltimo en ser rescatado. Mi asiento había quedado atrapado entre dos árboles y mis piernas estaban aprisionadas entre las ramas. Cuando desperté vi a mis dos colegas, Renan Agnolin y Djalma Neto, con los que iba sentados en la misma fila, junto a mí. Se habían despegado los tres asientos a la vez. Yo iba en medio de ambos. Fui más afortunado. Ellos dos fallecieron.

A partir de ese momento comenzó un problema muy serio y demasiado complicado para que pudieran sacarme y ponerme a salvo. Ellos andaban sin camillas, en el suelo había muchas piedras y no estaba firme por el agua que había. Todo estaba enfangado. Además, para completar ese momento de angustia, mi cuerpo estaba en la parte alta y para bajarme y ponerme a salvo era demasiado empinado. El esfuerzo que hizo el equipo de rescate para sacarme de allí sin que se agravase lesión alguna fue tremendo. Después de varias peripecias lograron llevarme a una zona en la que había ambulancias. El tiempo se consumía lentísimo. Pasaron 40 minutos hasta que llegué al hospital.

Desde que desperté quedé lúcido y recuerdo todo. Tanto es así que al llegar al hospital pedí hablar con mi familia en Chapecó para informarles de que había sobrevivido. Esa llamada fue un alivio para mi familia. Las primeras informaciones que les habían llegado eran que había dos pasajeros con el nombre de Rafael y que uno de ellos había fallecido. Nadie podía precisar a qué Rafael mencionaban. Me marcó mucho durante esa llamada cuando mi hijo (tiene 11 años) me dijo que él sabía que yo no había muerto porque me sentía vivo dentro suyo. Que mi respiración estaba presente en su corazón. Esas palabras fueron una inyección de vida en mi cuerpo.

Por un milagro de Dios ahora mismo estoy relatando esta tragedia tan dolorosa. Ahora lo que quiero es regresar a Chapecó para continuar con mi recuperación y poder retomar mi vida cotidiana y profesional. Si Dios quiere, espero que 2017 sea un mejor año, aunque personalmente no me quejo por cómo me fue en 2016 y tampoco maldigo este terrible accidente del avión que llevaba al Chapecoense porque estoy con vida y con mi familia. Lo único doloroso es que ya no tendremos a nuestro lado a los chicos del equipo y tampoco a mis compañeros de trabajo que fallecieron. Estas pérdidas son lo que más me apenan si tengo que dar una opinión sobre el accidente.

Lo que sí quiero decir en voz muy alta es que esta tragedia que unió para siempre a Colombia y a Brasil y que ha unido al mundo entero debe penetrar en el corazón de todos los aficionados para recordar que el fútbol es eso: hermandad entre todos y bajo ningún concepto tiene que haber peleas, violencia o muertes. No. Este acontecimiento tiene que quedar como un legado de toda esa unión mundial que hubo alrededor del Chapecoense en estas dos semanas. En la cabeza de los hinchas tiene que entrar que el fútbol es todo lo bonito que pueda ocurrir dentro del campo de juego. Y al pueblo colombiano le agradezco enormemente lo que hicieron por todos nosotros».