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Con capilla y vale más de 200.000 euros: la impresionante villa de Miguel Bosé en Cuenca

Miguel Bosé vive en México, pero pasa algunas temporadas en España

El artista ha invertido parte de su fortuna en bienes inmuebles

La finca de Bosé en Cuenta se encuentra entre Saelices y Segóbriga

Lejos del bullicio mediático que suele rodearlo, Miguel Bosé guarda un vínculo especial con un rincón de España que muy pocos conocen en profundidad. A medio camino entre los campos de Saelices y las ruinas romanas de Segóbriga, en la provincia de Cuenca, se levanta una finca que ha sido testigo de generaciones, leyendas del toreo, glorias del cine y momentos clave de la vida del artista. Se trata de Villa Paz, una propiedad con historia, carácter y un simbolismo personal incalculable para su dueño. Nosotros sabemos todos los detalles.

Este refugio no es una simple casa de campo ni una segunda residencia más en el entorno rural español. Su historia comienza mucho antes de que el apellido Bosé resonara en escenarios internacionales. En sus orígenes, perteneció a la infanta Paz de Borbón, hija de Isabel II, lo que ya anticipa el aire aristocrático que envuelve la finca. Décadas más tarde, el torero Luis Miguel Dominguín, padre del cantante, la adquirió con una visión clara: convertirla en un lugar de encuentro, arte y crianza de toros bravos.

Así nació Villa Paz

Luis Miguel Dominguín compró esta propiedad en los años 50 por una suma que entonces rondaba los tres millones de pesetas. Traducido al presente, el desembolso habría superado los 200.000 euros, aunque cualquier cifra monetaria queda pequeña si se compara con la carga simbólica que la finca ha ido adquiriendo con el paso de los años. Para el célebre torero, Villa Paz fue más que una inversión rural: fue un proyecto vital.

Allí construyó su propia plaza de toros, no solo como lugar de entrenamiento, sino como escenario para eventos sociales que reunían a lo más granado de la intelectualidad y la cultura de la época. Escritores, cineastas, artistas plásticos, figuras del flamenco y políticos encontraron en esa finca un espacio apartado del foco público, donde podían compartir ideas, arte y amistad. En muchos sentidos, Villa Paz funcionó como una suerte de retiro artístico, al estilo de los antiguos salones ilustrados, pero con sabor a campo manchego.

La capilla de Miguel Bosé en su finca

Uno de los espacios más singulares de la finca es su pequeña capilla, una construcción sobria y encantadora que guarda algunos de los recuerdos más importantes para la familia. Fue allí donde, en octubre de 1955, Dominguín y Lucía Bosé celebraron su enlace católico, meses después de haberse casado en Las Vegas. El gesto no fue casual: respondía a las exigencias sociales de la España franquista, donde la ceremonia civil en el extranjero no era bien vista.

Miguel Bosé en su finca. (Foto: Instagram)

La capilla volvió a abrir sus puertas menos de un año después, esta vez para acoger el bautizo del pequeño Miguel. Aquel día no fue una celebración cualquiera. Entre los asistentes estaban figuras de la talla de Sophia Loren y el cineasta Luchino Visconti, quien además ejerció como padrino. Las crónicas familiares recuerdan la jornada como un festival en el que se mezclaban lo sagrado y lo festivo: misa, música flamenca, vaquillas y una comida memorable.

Así es la casa de Miguel Bosé

La estética de Villa Paz responde fielmente a la arquitectura castellana del siglo pasado. La vivienda principal, de una sola planta, destaca por sus muros encalados, sus techos altos y sus vigas de madera. Nada en ella resulta ostentoso, y sin embargo, cada detalle respira autenticidad. El mobiliario, aún conservado en su mayoría, remite a los años 50 y 60, con piezas robustas, alfombras de lana y cerámicas que recuerdan los días en los que Lucía Bosé recorría la casa con aire elegante y despreocupado.

En sus terrenos también hay caballerizas, corrales, una pequeña granja, zonas de cultivo y senderos que conducen a lugares escondidos que solo la familia conoce. El paso del tiempo ha dejado su huella en algunos rincones, pero eso no parece importar a su actual propietario. Para Miguel Bosé, las imperfecciones no hacen sino reforzar el valor sentimental del lugar.