«Unión europea» versus Europa
Nos encontramos ante el intrincado camino de lo políticamente correcto, de la compra de una mercadería controlada por unos pocos, con poderosos intereses y junto a ellos, aquéllos que la adquieren sin el más mínimo ápice de reflexión. Política mercenaria bajo la batuta de los ‘Soros’ y su orquesta, mostrándonos las bondades del eje “del bien”, Macron-Merkel, frente al eje diabólico y siniestro que representan Orban-Salvini. Se llega incluso, desde las instituciones europeas supranacionales, a pretender dejar a Hungría fuera de las decisiones del Consejo sin tener en cuenta que las políticas impulsadas por el primer ministro húngaro son decisiones soberanas que afectan a cuestiones como la negativa a aceptar los cupos de inmigrantes a los que la UE obliga. Los “consejos vendo que para mí no tengo” de una Europa que desconoce formular soluciones ante los problemas reales de sus ciudadanos, que no vela por sus intereses, intereses de unos ciudadanos que se preguntan para qué sirven los 751 diputados del Parlamento Europeo. Europa murió al finalizar la II Guerra Mundial y desde entonces no ha levantado cabeza. Creada para competir con EEUU cuando, y ante la más mínima dificultad, acudimos a los norteamericanos para que resuelvan nuestros males.
Frente a ello, una nueva derecha, sin complejos, ni nazi ni fascista, contrapeso ante la previsible caída de Occidente, consolidada en Francia, Austria, Italia, Hungría y Polonia. Que crece en los países nórdicos, cuna del “bienestar” y sume a la decrépita Europa de los mercaderes, como últimamente hizo Suecia, en espasmos y angustias. Los argumentos de la nueva derecha ya penetran en las conciencias de muchos europeos. Son indudables los beneficios del euro, pero el “individuo de a pie” percibe que la moneda única produce réditos solo a partidos, bancos, intermediarios y a una clase política despegada de los problemas reales de nuestra vieja Europa. Porque la UE decepciona a sus ciudadanos y éstos comienzan a rebelarse contra la corrupción, la inseguridad, su decadencia y la desaparición de su identidad. La Europa histórica es la esencia de sus naciones y por ello, la UE no podrá construirse contra el Estado nación. Europa no es una nación, por mucho que nos lo quieran vender así. No existe un “pueblo europeo” porque las verdaderas naciones requieren continuar su historia, sin perder su identidad y sin renunciar a su soberanía. Una Europa nihilista, que ha dejado de creer en sí misma si es que alguna vez creyó. La falta de compromiso y de valores y negacionista de su pasado. El problema surge cuando la clase política se muestra incapaz de defender una cultura, valores y modo de vida y termina seducida por formas de vida que niegan su existencia. La ciudadanía en esta “Europa de los mercaderes” percibe que las élites gobernantes han olvidado a la nación, muestran su desidia ante la inmigración ilegal y la burla del Estado de Derecho en nombre del multiculturalismo. Observan cómo en nombre de la tolerancia se ataca a la Europa de las catedrales mientras muestra indiferencia ante el surgimiento de las mezquitas.
Las naciones europeas son gobernadas por tecnocracias indulgentes vendidas a la falsa globalización y apoyadas por una caduca derecha liberal y una vacía izquierda socialdemócrata, coincidentes en su exaltación del mercado mundial. Europa anda como un boxeador noqueado. No tiene una percepción común de las amenazas islamistas, de la seguridad de nuestras fronteras donde un cobarde pacifismo paraliza la defensa y una vejada diplomacia se basa en un vacío diálogo. No existe identidad y frente a Macron-Merkel, sólo el eje Orban-Salvini nos pueden salvar del desastre. Ya no es tiempo de promesas. Porque como afirmó Giuseppe Mazzini, político italiano, «las promesas son olvidadas por los príncipes, nunca por el pueblo».
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