El síndrome del ‘ñordu atonyinat’
Centro de Barcelona. Una tarde cualquiera. Estás en la plaza de San Jaume y se te acerca un tipo con una barretina y una bandera estelada como capa. “Te voy a dar un tortazo”, te asegura. Le miras con escepticismo y le contestas que “no lo harás, eres un catalán con seny, no es tu estilo”. Y va y te clava el puño en la cara. Al día siguiente, en el mismo escenario. El mismo tipo te ve, se pone a tu lado y te espeta: “La hostia de hoy va a ser el doble que la de ayer. Prepárate”. Le dices que “no te creo, los catalanes sois más civilizados que el resto de españoles”. Por supuesto, dos puñetazos en los morros, y una patada en la zona pélvica “por llamarme español”. Veinticuatro horas después, el mismo escenario, y los mismos protagonistas. La misma advertencia por parte del estelat, la misma respuesta apaciguadora, y esta vez la hondonada de hostias es digna de un combate de full contact.
Como ven, la culpa no es del separatista, él hace lo que le permiten. Avisa de que ho tornarà a fer, y cómo no le hacen caso, va y lo hace. Vaya sorpresa. La cuestión es cómo es posible que haya políticos que sigan difundiendo que hay que “conllevarse” con los nacionalistas, y que lo importante es “integrarlos”. No se puede “integrar” al que no sólo no tiene voluntad de hacerlo, sino que además presume que va a incumplir las leyes democráticas de nuestro país, que va a romper la nación y que va a condenar a millones de catalanes no independentistas a ser ciudadanos de tercera. Y es que cuando dicen que no van a cumplir las sentencias judiciales, lo cumplen. Porque llevan más de treinta años actuando así mientras el Gobierno, la Fiscalía, el Tribunal Supremo y el resto de poderes de nuestro país miran hacia otro lado y silban “el chiringuito”, la mítica canción de Georgie Dann.
Los que aún consideran que los nacionalistas catalanes tienen remedio y que hay que ‘tender puentes’ -que viene a ser la política de cesiones que tan lucrativamente comenzó Jordi Pujol, y todavía sigue vigente- deberían ser sometidos a un tratamiento de choque. Durante un mes deberían ver sólo TV3 y escuchar el puta España cada dos por tres y disfrutar de los reportajes sobre las cargas del 1 de octubre, como si fueran una matanza. Escuchar Catalunya Ràdio y RAC-1, con sus mensajes continuos sobre la superioridad moral del poble català frente a la miseria moral de una España franquista y en manos de reaccionarios con mentalidad mesetaria. Y leer la miríada de lo que el ensayista Pau Guix llama «los digitales del odio», medios independentistas subvencionados con el dinero de todos los españoles para vender toneladas de rencor hacia todo lo español. Después de una dieta mediática así sólo hay dos opciones: o estás dispuesto a manifestarte todas las noches con antorchas y uniformes paramilitares por la República Catalana, o te conviertes en un convencido de que el nacionalismo es el mal y que hay que combatirlo por todos los medios.
Cuando los separatistas llaman a los catalanes no independentistas, y a los españoles en general, “ñordos”, que es lo mismo que llamarles “mierdas” o “zurullos” es porque piensan que somos inferiores. Intentar llegar a acuerdos con los secesionistas es eternizar el “síndrome del ñordu atonyinat”. Atonyinar en catalán es “dar una paliza”, y quién padece esta afección gusta de ser humillado y engañado continuamente por unos supremacistas que te desprecian tanto que consideran que por no defender la República catalana sólo eres un detritus que merece ser pisado. Si no me creen, vayan a un buscador y tecleen “ñordo Cataluña independentismo”, “ñordo TV3” ,»puta España TV3″ o expresiones similares. Y luego, sigan pensando en pactar con los independentistas…
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