Querella criminal contra el felón
Quien no lo quiera ver es un invidente político. Como suena y se lee: Sánchez se está aprovechando de la cobardía creciente de la sociedad española para perpetrar, como indica al cronista un autor prominente de la Constitución: un “golpe de Estado permanente”. Gota a gota, partido a partido, este sujeto indeseable está destrozando aquel dificultoso y después feliz mecanismo que hizo posible la Transición. Todas las fechorías que ejecutó la pasada semana, las que está realizando en ésta, y las que tiene pensadas y articuladas para antes de fin de año suponen un destrozo institucional probablemente irreversible. Él es un peligro cierto mientras prosiga al frente del Gobierno. Sólo queda en este panorama sombrío la resistencia del Poder Judicial que menos mal que Feijóo se apartó del cepo de reformarlo. Sólo nos queda ese Consejo que en estos días está sufriendo la brutal embestida, la villana “okupación” de las hordas de Sánchez.
Porque, díganme: ¿dónde están, dónde se encuentran las demás instituciones de la democracia? Empezando por nosotros mismos, los periodistas. Contemplen ustedes los telediarios del fin de semana y se asombraran, estupefactos, que el bochorno totalitario de Sánchez únicamente tiene cabida en los minutos finales del programa; puede ser que a los espectadores, nosotros, nos interese mucho más, la inesperada actuación de los marroquíes en el Mundial de Qatar. No digo yo que no. En todo caso, no se fustiguen con la lectura del denominado “periódico global”, una suerte de panfleto sanchista que pondría la cara roja a sus fundadores, de hecho Juan Luis Cebrián ya se ha manifestado así. Existe medios casi heroicos (aquí tienen la referencia concreta) que a cambio de independencia e información reciben presiones de todo tipo para alertarles de que “¡ojo, que os estamos vigilando!”, y hay también medios tenues y morigerados en su pusilanimidad que se limitan a sobrevivir en el lodazal que ha regado La Moncloa, “no vaya a ser -se temen- de que la ‘cosa’ vaya a peor”. Así, castizamente reconocido.
Pero, ¿y de las demás instituciones sociales, qué es de ellas? ¿Qué sucede con las entidades financieras que están siendo ordeñadas por el Ejecutivo? ¿Se sabe algo concreto de las conferencias religiosas que se han tragado la eutanasia como derecho, el aborto al aire libre o la depauperación de las familias? ¿Y el Ejército que, cito literalmente: “tiene como misión defender la integridad territorial y el ordenamiento constitucional”? ¿no debe expresarse al respecto? ¿Y las grandes Academias, la de Ciencias Morales, la de Jurisprudencia, incluso la RAE, por qué permanecen silentes ante los exabruptos ilegales, y hasta lingüísticos de este individuo? Y a los socialistas de toda la vida, salvo los pocos que han firmado un inútil manifiesto, los artífices también de la Transición como Solana, Solchaga, Almunia… ¿No se les ocurre nada para parar la conducta golpista de Sánchez? ¿Y la Asociación Profesional de la Magistratura y la Francisco de Vitoria, que representan exactamente todo lo contrario que la leninista Jueces para la Democracia, no pueden plantearse una querella criminal contra el traidor? ¿Y los colegios profesionales como el de Médicos al que están violentado el Juramento de Hipócrates, o el de Abogados al que están dejando sin efecto el Código Penal, por qué no asumen su indudable protagonismo comunitario denunciando al sujeto y a sus corifeos?
Así podríamos continuar en esta relación de silencios culpables o por lo menos cómplices. Acudo un ápice a lo folclórico: afortunadamente nuestra juvenil selección de fútbol fue apeada rápidamente del Campeonato Mundial, porque si no hubiéramos visto a Sánchez apropiarse de sus presuntos éxitos. ¿Alguien se ha preguntado quién tuvo la culpa de que , tras su presencia afortunada en el partido con Costa Rica, Felipe VI no acudiera a la cita definitiva con Marruecos? Los dedos pueden hacérsenos huéspedes, pero ¿no es lógico pensar que la sola presidencia de nuestro Rey podía molestar la sumisión del Gobierno de España al Reino alauíta? ¿O es que la Moncloa no quiso que la Zarzuela le madrugara el posible y luego negado triunfo de España sobre el peculiar combinado rifeño plagado por otro lado de jugadores que se han alimentado en nuestro país?
A esta sociedad alarmada pero atenazada por un proceso que cada día cumple su acertada definición de golpe de Estado permanente, no se la levanta desde ingenuas apelaciones a mociones de censuras más perdidas de antemano que nuestra citada selección de Luis Enrique, ni tampoco con manifestaciones que el Gobierno transforma con sus voceros en concentraciones de fascistas; no; el plebiscito contra Sánchez está como primer episodio en las urnas abiertas del 28 de mayo. Hasta entonces el proceso sanchista se va a cumplimentar sin escrúpulos: indultos, sedición, malversación, referendos, ataque final a la Corona, y pasta a mogollón para comprar votos, todos son hitos que sin la réplica imprescindible de esta sociedad narcotizada, está ejecutando el felón más grande de la Historia de España desde los tiempos de hace más de dos siglos, ¡fíjense! de Fernando VII.
Es un golpe permanente que sólo tiene una terapia, una receta: responder con armas parecidas -las nuestras legales- a las que Sánchez está usando para completar, con nuestros dineros además, el golpe de Estado que el idiota de Tejero, al revés, no pudo dar. ¿Cómo hacerlo? Pues la única iniciativa coherente, atrevida, pero quizá eficaz puede ser la opción mantenida por un par de penalistas acreditados ante este cronista: el estudio de una querella bien fundada ante el Supremo, una querella que, en opinión de estos expertos, puede tener mucha mayor vocación de éxito que, desde luego, la pueril pero aprovechona censura que, de nuevo, quiere promover Abascal para colocar al PP en la tesitura de decirle que no, que ese no es el camino. La querella ni siquiera es tan apropiada como unas elecciones anticipadas para colocar a este individuo fuera del ruedo ibérico, pero esta opción está descartada: ¿o es que alguien piensa que Sánchez no se va a dar el gustazo de permanecer hasta el día final en el Palacio de Invierno que él, y su congéneres, ¡qué decir de los infumables perjuros nacionalistas del PNV! asaltaron va a hacer ahora cuatro años.
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