Qué pavo tenemos
La mayoría, casi siempre, damos por hecho lo que tenemos con la inconsciencia pueril de que podemos perderlo en un segundo: trabajo, casa… Perder las piernas.
Cómo me gustaría que nuestro gobierno, aficionado a juguetear con las leyes, implantara en España, con carácter obligatorio, ¡y en el mundo entero!, una costumbre tan bonita y saludable como Acción de Gracias. Porque, ¿cuántos de nosotros, a pesar de tener nuestras necesidades cubiertas, una economía más o menos saneada, salud, sustento y hasta compañía, nos quejamos? ¿Y cuántas personas conocen instaladas en el discurso cansino de la carencia: “ay, cuánto sufro, me falta esto, lo otro y lo de más allá…”, pero alejadas del sano ejercicio de contemplar la abundancia (inmerecida) en que vivimos. Apenas conseguimos algo comenzamos a echar en falta otra cosa.
Como saben, el último jueves del mes de noviembre se celebra la festividad de Thanksgiving en el país del sueño americano y sus áreas de influencia, una celebración cristiana procedente del siglo XVII que a pesar de haber perdido gran parte de su significado original se ha transformado en tradición (como la Navidad) para que las familias se reúnan en una cena en la que agradecen.
Para muchos americanos de hecho es más importante que las navidades mismas porque su razón verdaderamente es tan potente como el nacimiento de Jesús o incluso más fructífero.
Por supuesto, en un mundo arrogante como el nuestro, a la mayoría de la gente le parecerá una chorrada esto de pararse a dar las gracias, especialmente teniendo en cuenta todas las circunstancias desagradables que hemos de encajar cada día (cada mes, cada año…) y pensando que además nos debemos a muchas actividades urgentes y obligatorias antes (de agradecer) con las que no cumplimos convenientemente; empezando por dormir ocho horas, hacer una hora diaria de ejercicio, leer dos, pasar tres de calidad con nuestros hijos o familias… Tener buen sexo, trabajar (trabajos exitosos o que al menos nos permitan pagar lo que debemos…) y, ah… lo más importante, o al menos lo más irritante… ¡comernos nosecuantas piezas de fruta! Al día…
¡Cómo vamos a ponernos a dar gracias! ¿Y a quién?
Es verdad, hacemos demasiadas cosas, aunque no siempre nuestro esfuerzo apunta hacia la dirección correcta: la felicidad y el bienestar espiritual, dos estados que forzosamente pasan por agradecer, y no lo digo yo, lo dice Psicopartner, el último concepto en psicoterapia: “A mayor gratitud menor riesgo de caer en depresión y ansiedad. La clínica y los estudios demuestran que las personas agradecidas suelen ser más felices porque la costumbre de agradecer libera neurotransmisores como la dopamina y porque en aquellos que agradecen se activa una mayor comprensión de los demás y del entorno, y se reduce el dolor físico y emocional”.
¡A ver! Yo reconozco que cuando veo a las influencers guapísimas con sus estilismos for free marcar en Instagram las stories con eso de #blessed, me produce una cínica reacción, pero lo cierto es que me despierto agradeciendo todo lo que tengo y procuro acostarme de la misma manera. Porque agradecer va más allá de esa emoción elemental y egoísta que experimentamos al recibir un regalo o un bien del tipo que sea. Agradecer es una sabia estrategia de adaptación psicológica por la cual encajamos las vivencias cotidianas, sean las que sean, de manera positiva, inteligente y solidaria, con independencia de los contratiempos.
El no agradecer, en cambio, es como el complejo de hijo único, y ese pensar que uno se lo merece todo, el camino más rectilíneo a la desilusión.
Muchas personas se cuestionan que, de haber un Dios omnipotente y bueno, hubiera creado un mundo perfecto en el que no hubiera destrucción, ni desgracias, y en el que, de paso, todos seríamos amorosos -delgados y guapos- y viviríamos despreocupados y dichosos.
¿De verdad creen que Dios se ha equivocado y que debería habernos creado mejor, una especie de androides sin voluntad a control remoto que sólo pudieran actuar de acuerdo a un programa buenista? Y en tal caso, amigos, ¿qué estaríamos haciendo aquí en la tierra?
No. La posibilidad de la autodeterminación cada día, cada minuto, es fundamental y las contingencias, las pruebas, más grandes o más pequeñas, sean bienvenidas como el único medio posible de aprendizaje y transformación.
La mierda sucede, no hay duda, y es todo lo fastidiosa y poco confortable como cabe esperar y más aún (el sufrimiento del ser humano no conoce límites) pero ese abismo a sólo dos pasos de nuestra nariz, y esa incertidumbre, nos equipan a para un ministerio mucho más elevado que el mundo perfecto e infantilizado con el que soñamos, y, algo más importante: dotan de sentido a nuestra existencia, que es madurez y crecimiento.
Y si no, pónganse a restar; reflexionen sobre cómo serían sus vidas sin ciertas personas, situaciones o bendiciones empezando por el hecho de poder salir de casa sin que caigan explosivos por la calle. De la subsistencia a la destrucción sólo hay un instante de diferencia
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