PP y Junts más cerca que nunca
Probablemente en el amor veinte años no sean nada, que diría el inigualable francoargentino Carlos Gardel en su no menos superlativo Volver. No se puede decir lo mismo en una política en la que cuatro años son una eternidad. Por eso lo de Alberto Núñez Feijóo, y con él lo de los demócratas españoles a corto plazo, es un one shot, un solo disparo, un «¡ahora o nunca!». O el sanchismo se finiquita más pronto que tarde o dudo muy mucho que el de Los Peares repita como foto del cartel electoral popular en 2027, cuando andará camino de los 66 años. En Estados Unidos se ha puesto de moda ejercer la Presidencia con 81 y medio demenciado pero en España 66 se antojan muchos tacos por muy bien que esté el candidato, que lo está e intuyo que lo estará. El más veterano en llegar al poder fue Mariano Rajoy con 56, casi ex aequo con un Calvo-Sotelo que juró el cargo con 55, ambos a años luz de los 43 de Adolfo Suárez, los 40 de Felipe González, los 42 de Aznar, los 44 de Zapatero o los 46 del propio Sánchez.
Todos los españoles de bien tenemos meridianamente claro que la patológica obsesión de Sánchez por el poder es tal que no dudará en dar lo que haga falta a Puigdemont. No creo, pues, que la sangre acabe llegando al río el día 20, fecha límite para presentar enmiendas —reenmiendas más bien— a la Ley de Amnistía. El maniaco de ese Falcon que simboliza mejor que nada su compulsivo amor a la poltrona tiene un objetivo: superar los siete años de permanencia en Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero y ulteriormente los trece y medio de Felipe González. Y no se parará en barras hasta conseguirlo. De momento lleva cinco largos camino de esos seis que se cumplirán el 31 de mayo, fecha en la que triunfó la cantosa moción de censura que botó de la Presidencia a un Mariano Rajoy que le había sacado la friolera de 52 escaños en las generales de 2016.
Paradójicamente, sólo Junts puede reparar el destrozo anímico que supuso para Génova 13 perder La Moncloa pese a ganar el 23-J
Tal y como titulé la semana previa a la última investidura, Sólo nos puede salvar Puigdemont. El ex president catalán que, dejémonos de tonterías, es el que verdaderamente manda en España, tiene en sus manos el botón nuclear que haría saltar por los aires la legislatura y nos libraría de este sanchismo que intenta acabar por las malas con la separación de poderes, con la libertad de prensa, con el libre mercado y con todos esos ingredientes que conforman una democracia digna de tal nombre. Resulta paradójico que quien protagonizó el 1-O sea el que puede quitarnos de en medio a un monstruo que nos conduce a Mach 10 a Venezuela con escala en México y en esa afortunadamente extinta Argentina de Cristina Fernández de Kirchner.
Y Puigdemont es igualmente la tabla de salvación de Alberto Núñez Feijóo, que ayer y anteayer ha hecho inequívocos guiños a Junts. Arriesgadísimas excusatio non petita que sólo podemos comprender los que conocemos de primera mano cómo están las relaciones entre el primer partido de la derecha española y el primero de la catalana: cada vez mejor. Paradójicamente, sólo la formación independentista puede reparar el destrozo anímico que supuso para Génova 13 perder, aun ganando, una Moncloa que tenía al alcance de la mano. Derrota consecuencia más de los errores propios no forzados que de los aciertos de un rival que tres semanas antes del 23-J se veía en la puñetera calle. Las cosas de un tan masoquista como acomplejado y torpe centroderecha, nada nuevo bajo el sol.
De ahí las sorprendentes declaraciones del presidente del PP estos días que vienen a reconocer implícitamente la exclusiva que dio OKDIARIO el verano pasado: la cita Turull-González Pons del 10 de agosto en el domicilio de un prestigioso empresario en la zona alta de Barcelona. El interlocutor por parte genovesa no fue un Daniel Sirera que pinta en esto lo mismo que yo en la NASA sino el bregado político valenciano que fue digitado tras poner bola negra Junts al inicialmente elegido: Xavier García Albiol. Negociaron la amnistía, claro que la negociaron, aunque finalmente el PP la desestimó dado el pollo que se hubiera montado en la derecha sociológica de este país, dando alas de paso a Vox. Como me suele recalcar una de mis fuentes en el más íntimo círculo de Feijóo, «era invendible». Pero ganas no les faltaron. Tampoco se les escapaba el nada baladí hecho de que la legalidad de la medida de gracia es más que discutible, tal y como les advirtieron los más conspicuos juristas propios, próximos y ajenos. Y lo de pasarse la ley por el arco del triunfo va, y mucho a Sánchez, pero no con un Feijóo educado en el más escrupuloso respeto a las reglas de juego.
A los dirigentes de Junts les podemos discutir su apego a la Constitución y al Código Penal pero no su sinceridad, su coherencia y su formalidad
También hay quien sostiene que las lisonjas populares tienen como objetivo neutralizar una posible filtración de las conversaciones por parte de Junts. Una amenaza, bidireccional por cierto, ya que provocaría un seísmo de 8,5 en la escala de Richter en el PP pero también en un PSOE que tiene tanto más que callar. Ciertamente, no lo creo, hasta ahora los Puigdemont, Turull, Nogueras y cía han sido impecables a la hora de mantener el secreto de las deliberaciones. Les podemos discutir su apego a la Constitución y al Código Penal pero no su sinceridad ni su coherencia, menos aún su formalidad. Tienen mentalidad de botiguers catalanes: ponen un precio a las cosas pero luego no chalanean, o lo tomas o lo dejas, no te vienen con culebrescas sorpresas de última hora. Las condiciones las estipuló Carles Puigdemont en su discurso del 5 de septiembre en Bruselas: básicamente, amnistía y referéndum consultivo.
Y eso que tanto los unos, socialistas, como los otros, populares, han hecho cosas que resultarían incomprensibles para un votante medio y que si salieran a la luz provocarían un pollo institucional de consecuencias impredecibles. Juan Español lleva mal eso de la realpolitik. Para nuestra grouchomarxista clase política los principios son moldeables, para el ciudadano normal, no. Servidor entiende que tanto los unos como los otros tenían la obligación de sondear al auténtico vencedor de las generales, cosa bien distinta es aceptar sus trágalas.
Alberto Núñez Feijóo es para los posconvergentes un «tío serio», apodo totalmente antitético al que han endosado a Pedro Sánchez: «El tahúr»
Pero el gran guiño llegó anoche al conocerse la cuasiabsolución de Carles Puigdemont por parte del Partido Popular. «Será difícil probarle el delito de terrorismo», opina el jefe de la oposición. Una tesis que pone en entredicho tanto las resoluciones del juez Manuel García-Castellón como la tipificación planteada por la absolutísima mayoría (un 12-3 que se parece al 12-1 de España a Malta en 1983) de la Junta de Fiscales del Tribunal Supremo el martes pasado que adelantó en exclusiva nuestra Teresa Gómez. En cualquier caso, un gesto de audacia insólito en una formación y un presidente de natural amarrateguis, que se une a ese indulto «con condiciones y no a cambio de una investidura» al más famoso vecino de Waterloo.
Alberto Núñez Feijóo es para los posconvergentes un «tío serio», apodo antitético al que han endosado a Pedro Sánchez: «El tahúr». Las relaciones están mejor que nunca, no han dejado de hablar en ningún momento, y la prueba son esos explicablemente inexplicables mensajes lanzados por Génova 13 del viernes a esta parte. O el presidente socialcomunista acepta que le saquen las 12 muelas el día 20 con la Ley de Amnistía —harto probable porque necesita más a Junts que Junts a él— o lo devolverán a toriles. En este último escenario las posibilidades de triunfo de una moción de censura liderada por el ganador de las últimas generales aumentarían exponencialmente. Moción de censura, intuyo, con la vista puesta en una nueva convocatoria electoral que presumiblemente resolvería la ingobernabilidad que dictaminaron las urnas el penúltimo domingo de julio de 2023. Claro que cualquier ecuación o hipótesis de trabajo puede implosionar si ese Bildu sin pistolas que es el BNG se sale con la suya el domingo que viene. Entonces tal vez volvamos a ese febrero de 2022 en el que el centroderecha vivió peligrosísimamente entre el orgasmo del autócrata.
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