Partido Socialista – Partido Sanchista
Es conocido por todos que la palabra del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, tiene un valor acreditado. La semana pasada decíamos en un análisis de urgencia realizado en la misma noche electoral, que el escenario surgido de las urnas nos abocaba a una situación peor que la que había impulsado el Sr. Sánchez a repetir elecciones, dado que «no podría dormir tranquilo con Iglesias en el Gobierno, como el 95% de los españoles». Por cierto, que no se equivocaba con esta afirmación, pero parece que considera más importante poder dormir él en La Moncloa —aunque sea con Iglesias en su cama—, que no puedan hacerlo con este Gobierno el 95% de los españoles.
Sin duda, que él ha cambiado de opinión súbitamente, pero es mucho creer que el 95% de los españoles lo haya hecho también. Si para algo ha servido esta repetición electoral —aunque haya costado 140 millones de euros—, es para acreditar que su palabra no tiene valor. Que suceda esto con el ciudadano Sánchez es relativamente importante, pero tratándose de quien tiene en sus manos la máxima responsabilidad de la gobernación de España, es muy grave. Cuando en una sociedad no se distingue entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, se hace muy difícil la convivencia civilizada.
Hay quienes consideran que estamos en la época de la “post verdad” y –si alguien lo duda–, que mire al Sr. Sánchez. Tras la semana transcurrida desde las elecciones y el “preacuerdo del abrazo”, vemos que la estrategia de Moncloa ha sido taponar cualquier debate relativo a su fracaso electoral. Porque no lo duden: aunque haya ganado las elecciones, ha fracasado en el objetivo que le impulsó a repetirlas, que era obtener una mayoría clara para evitar depender de separatistas y populistas de extrema izquierda. La matemática electoral le exige ahora para la investidura la complicidad de ERC y de un gobierno de coalición con Iglesias, aunque ni una cosa ni la otra le garantizan una mínima gobernabilidad.
Por ello, además debe ir sumando al PNV y a otras fuerzas localistas, convirtiendo el Congreso en una especie de zoco en el que en lugar de debatir y votar pensando en el bien común y en el interés general de España y los españoles, se va a instaurar la cultura del cantonalismo. No es cuestión menor que los ciudadanos perciban que la manera de conseguir “influencia en Madrid” —vía inversiones y demás gabelas—, sea promoviendo partidos locales, que pueden acabar convirtiendo España y su Congreso en un sucedáneo de los reinos de Taifas. Tampoco es exagerado hablar del fin del espíritu constitucional con el que vivimos hasta que Sánchez llegó a la secretaria general de su partido. Con él se instituyó el bloqueo y la repetición electoral —desconocidos hasta entonces— y ahora se atreve a afirmar en una carta dirigida a los militantes socialistas, que «hay que acabar con esas prácticas»… ¡Que él mismo instauró desde la oposición y el gobierno!
Dado que la gravedad del diagnóstico es evidente, no es preciso añadirle más dramatismo. A la inestabilidad de un gobierno de coalición con quienes le otorgan tan solo 155 escaños —la cifra tiene gracia—, se añade que esto supondrá que tengamos como ministros del Gobierno y altos cargos de la administración, a personas que no han ocultado sus raíces políticas y sus referentes internacionales.
Por si ello fuera poco, hay que añadir que Sánchez necesita del apoyo, por activa o por pasiva, de los separatistas de ERC, con su máximo dirigente cumpliendo condena por sedición, y exigiendo «volver a Pedralbes». Es decir, necesita negociar de igual a igual con quienes quieren destruir España, y someterse a ellos para “gobernarla”. El escenario es tan surrealista, que sería para reír si no fuera porque es dramáticamente real. Por mucho menos que esto, hace tres años el PSOE obligó al Sr. Sánchez a renunciar. El drama es que ahora no existe el Partido Socialista que hemos conocido, hoy existe “su” partido, el Partido de Sánchez. Esperemos que no llegue el momento en el que tengamos que elegir entre Sánchez y España.
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