Al pan, pan; al vino, vino y a la estatal, estatal
¿Cómo diría escuela o colegio público en inglés británico?… ¿Public school? Lo siento, se ha equivocado. Es State school.
Los autoproclamados defensores de la escuela estatal (o autonómica, siendo estrictos) cometen dos errores: el primero es defender algo que no es atacado, cuando la única red perseguida es la concertada. Pero hoy voy a hablar del segundo error, en el que caemos casi todos, llamar “pública” a lo que deberíamos llamar “estatal”.
Cuando vamos en el autobús urbano o en taxi, decimos que vamos en transporte “público”, y si nos trasladan en ambulancia estaremos usando el servicio “público” de emergencias, y las calles están limpias gracias al servicio “público” de limpieza. Así podría seguir con un montón de ejemplos en los que “lo público” lo realizan empresas privadas u ONGs, a través de un concierto o concesión. Sí, igual que la concertada con la educación.
Porque, que algo sea público, no depende de la letra del CIF de quien presta el servicio, de la titularidad de la ambulancia, del autobús o del colegio, o de la forma (directa o indirecta) que emplea la Administración para que el servicio llegue a los ciudadanos.
Que un servicio sea público depende de que exista un acceso público y un interés de la Administración competente (que lo financia o gestiona), lo preste quien lo preste (empresa, ONG o el Ayuntamiento de su pueblo) y lo llamen como lo llamen.
Pero, a veces, conviene confundir, ello no es casual. Y, para confundir, qué mejor herramienta que el lenguaje, con el que conformar nuestro pensamiento mediante conceptos y metáforas.
Así, identificamos “lo público” como algo bondadoso, participado por todos, que debemos proteger de la competencia (palabra demonizada) y frente a “lo privado”, reducido al ánimo de lucro o a lo elitista (otras palabras malditas), cuando no al low cost o a la inequidad.
A partir de ahí la liberalización de servicios y la competencia quedan proscritas. Y venga políticos que dirijan el cotarro, funcionaros que lo gestionen, y liberados sindicales que vivan de unos y de otros en su pesebre más calentito. Todo ello con el consiguiente aumento del gasto público, ya admitido, porque también es “público”.
Eso pasa en casi todos los servicios públicos, y en educación tres cuartos de lo mismo. Pero imagínese que, para poder diferenciar las dos redes (ya que ambas son públicas), las llamásemos, como en el Reino Unido, “estatal” e “independiente”; ¡qué diferente sería el debate!
Así que, dese mañana, no caiga en la trampa. Llamemos a las cosas por su nombre: al pan, pan; al vino, vino; y a la escuela estatal, estatal (o autonómica, si lo prefiere).
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