El oro que Orlando Ortega le ganó a Willy Toledo
Finaliza Río 2016 con 17 metales y 17 historias de orgullo para España. Una de ellas la del medallista español de origen cubano, Orlando Ortega, quien, tras los 110 metros de corazón y remontada hasta su plata bailaba frente a la hinchada. Envuelto en España como si ésta fuera una sábana para auparla a hombros como a una cría ilusionada. Orgulloso de ella. Señalándole hacia arriba mientras besaba una pequeña medalla con un ancla y un timón. Su origen, su fe y su destino en aquellos dos símbolos. Cuba, la abuela que dejó, y España, donde conoció la oportunidad del triunfo y su derecho a renunciar a la falsa de los Castro: que la dignidad se logra acatando la pobreza y abandonando toda intención de prosperidad y futuro. Como consignan los propagandistas pagados con el dinero robado a aquellos que, como Ortega, tenían prohibido escapar de ella.
Ortega renunció ante el mundo a aquella mentira en pleno Mundial de Moscú. Cuando apartó al sometimiento comunista soneteado en las letras de Carlos Puebla: “Al que piense en algún mañana mejor que lo piense bien. Al que asome la cabeza, duro con él, Fidel. Duro con él”. Y lejos de aquella vida racionada y loada por Puebla, quizás desde la casa de huéspedes de El Laguito en la que Willy Toledo se hospeda cada vez que ha de yacer con genocidas latinoamericanos, éste cumplía diligentemente con su trabajo de vocero del régimen al motejar al olímpico de gusano y traidor. Cagándose literalmente en su medalla. Esputando su odio a España, aunque ofreciéndonos involuntariamente la oportunidad de asistir a la más brillante victoria de Ortega. La de acorralar, amenazar y rendir a Toledo y su mediocridad ante su talento y sus zapatillas. ¡Qué grande Orlando!… Esta vez sí tuvo la oportunidad de colgarse el oro que había deseado para España.
A Toledo le pareció miserable que Ortega escapara del régimen castrista mientras considera democrático que, en España, terroristas como Otegi defiendan que su modelo de convivencia legitima es el tiro en la nuca y que el desarme de una banda terrorista valga como promesa de campaña, porque es uno de sus temporeros. Una vez extinguida la subvención pública a los bodrios que coprotagonizaba con Alberto San Juan suplicó rápidamente su sustento vital en el mecenazgo de los Castro y en el capitalismo batasuno. Asediando a Otegi por los hoteles como aquel freaky gafapasta que solía perseguir a la Pantoja tras sus conciertos. Sacándose selfies con la manita por encima del hombro. El terrorista y el cupletista de bodrios subvencionados que, como nunca tuvo el valor para serlo, se ofreció como ministro de la propaganda a precio de saldo.
La victoria de Orlando Ortega y los otros 16 medallistas es, también, la de reducir a un bufido de resentimiento el ruido apabullante que arman los contratados para la purga moral por parte de la izquierda. Dejar en pelota picada a los que pasean el odio y la envidia ante el éxito de un compatriota. A los que vomitan las connotaciones racistas de que un inmigrante tan sólo puede salir en la foto mientras esté sucio. Cubierto de polvo, de fracaso, y de heridas infringidas por la Troika. La misericordia de Photoshop no es más que oportunismo miserable, y la defensa de los derechos humanos no es más que otra forma de lucro inventada por aquellos que sólo ofrecen caridad a aquel que huye del horror adecuado.
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