El necesario fin de la obligación de la mascarilla
La obligatoriedad del uso de la mascarilla en el transporte público y en cualquier lugar debe acabar. Quizás en un hospital, en determinados casos o en determinadas plantas pueda ser necesaria la mascarilla, cosa que ya pasaba antes del coronavirus cuando se iba a ver a un enfermo con las defensas bajas, pero no tiene ningún sentido su uso obligatorio ni en el transporte público, ni en las farmacias, ni mucho menos en las ópticas.
Es cierto que el coronavirus ha sido una enfermedad que se ha cobrado muchas vidas, pero también es cierto que, a día de hoy, su gravedad no es la misma que vivimos a comienzos de 2020: contamos con la experiencia acumulada desde entonces y, sobre todo, tenemos las vacunas, elaboradas en un tiempo récord, fruto de la ciencia y la tecnología. Pronto, contaremos con fármacos para tratar la infección por este virus, de manera que estamos dando pasos hacia la asunción de esta enfermedad como una más.
Por supuesto que una sola muerte es un drama, pues la vida humana, cada una de ellas, es irreemplazable, tragedia que es cada vez que fallece una persona por cualquier motivo; no nos olvidemos de que cada año mueren más de 120.000 personas por infartos y derrames cerebrales, según el INE; ahora bien, en términos agregados, la letalidad del virus ahora es mucho menor, tanto porque la mutación de las nuevas cepas contagian más, pero de manera menos grave, lo que nos enseñaban en biología: el virus busca sobrevivir, para lo cual, muta, haciéndose más contagioso, pero menos letal, como porque disponemos de vacunas que minimizan el daño que el virus pueda causar en nuestros organismos. No hay nada más que ver los datos para darnos cuenta de que aunque haya contagios hay una incidencia mucho menor tanto en hospitalizaciones, como en ocupación en UCI, como en fallecimientos.
Por eso, no tiene ningún sentido mantener el uso obligatorio de la mascarilla. España es la excepción en la obligatoriedad de la misma, pues la inmensa mayoría de los países no obligan a ello.
Realmente, las mascarillas no son más que un elemento que dota de autoconfianza, pero de poco más. No sirven de mucho en interiores y de nada en exteriores, y lo que hay que hacer es ir hacia la eliminación completa de su obligatoriedad en lugar de mantenerlas, como un vestigio, en los lugares mencionados, especialmente en el transporte, cuando, además, esos medios de locomoción gozan de una renovación del aire prácticamente permanente.
Siempre fueron, además, un nido de gérmenes, pero ahora más, porque como prácticamente nadie utiliza la mascarilla para otra cosa que no sea entrar en esos lugares donde se mantiene la obligación de utilizarla, la llevan en el bolsillo del pantalón, en la cartera, en el bolso, en el abrigo o en la chaqueta, doblada, con varios usos y en condiciones poco higiénicas, con lo que es peor el remedio que la enfermedad.
Por otra parte, es un desincentivo a emplear el transporte público, ya que muchas personas, para no tener que ir con mascarilla, se resisten a utilizar los medios de locomoción públicos, haciendo que tengan que gastar más dinero en sus desplazamientos, con lo que mantener la obligación de la mascarilla es, además, una medida regresiva, al tiempo que merma, así, recursos para ser empleados en otros elementos de consumo o en el ahorro.
Y adicionalmente, puede restar atractivo a España como país turístico, porque, por ejemplo, los pasajeros de un vuelo en España tienen que llevar mascarilla frente a los que viajan a otros destinos desde otros lugares. Es decir, mantener la obligación de su uso es ir contra una de las principales ramas de actividad económica.
Quien quiera llevar mascarilla, que lo haga, está en su derecho, pero que no se obligue a ello a quien, dentro de su libertad, no quiera hacerlo, porque, de lo contrario, puede tener, además, consecuencias económicas, como he mencionado para el turismo y para el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Todas las comunidades autónomas que no están controladas por el Gobierno y sus aliados deberían insistir constantemente, hasta lograrlo, en la necesidad de acabar con dicha obligación, porque es algo que no sirve para nada, limita la libertad de los ciudadanos y empobrece la economía.
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