El lloriqueo de Pablo Iglesias
Quien haya tenido los bemoles de soportar la presentación que el otro día hizo Pablo Iglesias en Madrid a cuenta de su libro, podría extraer tres conclusiones nada despreciables que resumen la catadura de semejante personaje. En primer lugar, el tono matonista, gangsteril y cutre de alguien que ha ejercido las funciones de vicepresidente del Gobierno de España durante casi año y medio. Da la sensación de que Iglesias quisiera haber salido de la primera línea de la política activa para llevar a cabo su personal ajuste de cuentas.
Se metió con todos aquellos periodistas y medios de comunicación que precisamente se caracterizan por ejercer su función de contrapoder y nunca aceptaron plegarse ante él y hacerle el caldo gordo al líder comunista. Está claro que la concepción minimalista de la democracia que tiene Pablo Iglesias empieza y acaba donde lo hace su aspiración totalitaria de la realidad política española.
El exlíder de Podemos se jactó de contar ahora con el capital económico necesario para darse el capricho de atacar, calumniar e insultar a quien simplemente se dedique a llamar las cosas por su nombre. Es decir, a quienes digan, por ejemplo, que Podemos es un partido comunista, chavista, totalitario o golpista.
Ha sido Jaume Roures, mecenas de la extrema izquierda española, quien se ha dado el gusto de montar una editorial para publicar el nuevo panfleto de Pablo Iglesias y quien quiere seguir costeando todas las gamberradas de quien verdaderamente trató de torpedear desde dentro nuestro sistema de convivencia.
Por ejemplo, adelantó que está preparando un documental sobre ciertos jueces españoles, no sobre aquellos que han cometido ilegalidades como Baltasar Garzón y han sido apartados por ello de la vida judicial. No, sino de aquellos jueces como Manuel García Castellón a quien llamó presunto prevaricador, entre otras lindezas, por investigar supuestas irregularidades en la financiación de Podemos y el famoso robo del teléfono móvil de Dina Bousselham.
La concepción totalitaria de la separación de poderes en la mente de Pablo Iglesias es la misma que la que tienen los comunistas en Cuba o Corea del Norte, Maduro en Venezuela o los ayatolás en Irán. Para todos ellos, la justicia ha de ser un instrumento de coacción y persecución política al servicio del poder.
Al ex vicepresidente del Gobierno no sólo le hubiera gustado contar con una justicia servil y de partido, sino que otros órganos como la televisión pública española hubiera sido un instrumento a su servicio para el acoso a periodistas, opositores y miembros de lo que él llama extrema derecha, fantasmas que ve a cada minuto y hora del día.
Otro de los recursos que se han convertido en habituales para él, es la apelación constante al victimismo. Decía hace un año Pablo Iglesias que a él eso del “lloriqueo” no le iba en política, cuando precisamente él mismo reconoce que ha escrito su libro para eso, para lloriquear, para denunciar que ha sido objeto de una persecución de ciertos medios de comunicación, de periodistas y de una caterva de miembros de la extrema derecha que le obligaron a abandonar la primera línea política.
Ahora nos hemos enterado de que no fueron las urnas, la expresión de la voluntad popular quien le mandó a él de donde no tenía que haber salido. Bueno, mentira, que salió de Vallecas, no del casoplón de Galapagar que adquirió a través de una hipoteca millonaria que como comunista millonario ha pasado a ser. Pero de todo ello, de cómo multiplicó por seis su patrimonio en su paso por la política, no da detalles en su panfleto hagiográfico, no sea que alguno de los suyos se caiga del guindo.
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