Opinión

Las líneas rojas de las minorías intolerantes

En su obra magna Masa y poder Elias Canetti afirma que para compensar el escaso número de miembros de una muta, ésta no tiene otro remedio que hacer mucho ruido para que parezca que son muchos más de los que realmente son. «La muta consiste en un grupo de hombres excitados que nada desean con mayor vehemencia que ser más», dice el escritor sefardita. La pequeña cantidad de sus miembros es proporcional a la vehemencia empleada para hacerse notar.

Analicemos el tono de las declaraciones de estos días por parte de algunas vacas sagradas -para la izquierda, claro, lo sagrado va por barrios- como los sindicatos educativos Unió Obrera Balear (UOB) y Alternativa, la Obra Cultural Balear o el GOB que lidera el separatista Amadeu Corbera. Tras el fiasco que para sus intereses han supuesto los resultados electorales del 28M, advierten ahora de que «no tolerarán» y «no permitirán retrocesos» en materia de lengua, territorio o modelo educativo. «Seria bo que la Sra. Prohens tingués ben clares aquestes dues màximes des d’avui mateix a l’hora de prendre qualsevol decisió en matèria educativa. Estarem vigilants a qualsevol iniciativa, prests per a la negociació i llests per a la mobilització. Qui avisa no és traïdor», ha remarcado la UOB al día siguiente de la debacle del 28-M.

Los sindicatos UOB y Alternativa, nacidos al calor de la marea verde contra el TIL, son dos fuerzas en declive. La UOB obtuvo sólo 714 votos en las últimas elecciones sindicales de diciembre de 2022 perdiendo 305 respecto a 2018. Alternativa, por su parte, logró apenas 479 votos, perdiendo otros 269. Como hace diez años, tal vez estos sindicatos se estén frotando las manos para lanzarse de nuevo a la calle -y abrasar de paso al oficialista STEI- para protestar por los «atropellos lingüísticos» en ciernes y así volver a crecer en su número de apoyos, declinante desde entonces.

¿Cómo se puede «tolerar», utilizando su misma terminología, que los sindicatos educativos cuya única función debería ser la de velar por los derechos de los docentes se inmiscuyan en decisiones políticas que en nada les competen y que son jurisdicción exclusiva de los políticos? Unos sindicatos que, en lo que sí les compete, no han hecho sus deberes. Han negociado con Martí March una miserable carrera profesional de la que deberían estar avergonzados y no han abierto la boca ante el malestar del sector docente por la aplicación de la LOMLOE, sobre todo en lo relativo a la evaluación de los alumnos. Esta es otra forma ¡también! de socavar la democracia, mirar para otro lado en lo que sí te compete e invadir la jurisdicción de los políticos en lo que no te compete. El conchabeo de los sindicatos docentes con la izquierda balear es escandaloso y debería deslegitimarlos a los ojos de una ciudadanía adulta.

Estas minorías se atreven a poner «líneas rojas» a un Govern legitíma y democráticamente elegido por más de 200.000 personas entre PP y Vox y amenazan con abrir la caja de los truenos si Marga Prohens no se pliega a sus demandas. Pretenden no sólo condicionar sino determinar las políticas del Govern. Estos intolerantes, como ellos mismos se definen en su verborrea (¡no toleraremos!), se creen los únicos sabios -será por ciencia infusa- en la materia y, por lo tanto, creen estar más legitimados que nadie para decir al Govern del PP lo que tiene que hacer.

Estas minorías, subvencionadas profusamente por la izquierda cuando está en el poder, son sus fuerzas de choque a la que se deben y gracias a la que sobreviven. Correas de transmisión de los autollamados «progresistas», estos se valen de estos fanáticos de una causa para aplastar los derechos de la mayoría silenciosa y de la gente de bien que expresa su opinión con su voto pero que no está dispuesta a salir a la calle a enfrentarse con estos lunáticos absorbidos por la causa que defienden.

No hay que descartar tampoco que estas amenazas y advertencias respondan al deseo de que el ejecutivo de turno no les corte el grifo de las subvenciones y ayudas públicas sin las cuales perderían gran parte de su fuerza para hacer agit-prop, extremo que estos generosos benefactores del país nunca admitirán aunque a menudo esta sea la principal razón de fondo. Estas minorías viven de, por y para la política. Para nada más. Apenas representan a nadie, no obstante, gracias a su activismo furibundo inducen a crear estados de opinión con el beneplácito de los medios de comunicación que se sirven de ellos para amplificar determinados temas y terminar influyendo sobre la derecha política que, históricamente, nunca ha tenido redaños para resistir a sus presiones y campañas de desprestigio.

Hasta ahora el PP se ha debatido entre una mayoría de feijóos que tratan de comprar a estas minorías para silenciarlas y para que no molesten y unos pocos que abogan por que no reciban una sola ayuda pública, no sólo por el gasto en sí mismo que supone mantener estos comederos sino porque no quieren que unas colectivos radicalizados pisoteen los derechos de la mayoría que, en una democracia adulta, se pronuncia en las urnas cada cuatro años. No en los despachos, ni en los centros educativos, ni en algaradas callejeras.

Los representantes políticos se deben a las mayorías y al resultado de las urnas, no a contubernios de una minoría de extremistas. En una democracia adulta deben respetarse naturalmente los derechos de estos extremistas, ¡sólo faltaría!, en la medida en que nunca se les debe censurar para que así puedan seguir alzando la voz con total libertad en defensa de lo que quieran. Un régimen demoliberal consiste en esto, precisamente. Ahora bien, esto no tiene nada que ver con el hecho de que estas mismas minorías te marquen o te condicionen las políticas a seguir. A estas alturas, perdida la edad de la inocencia tras 40 años de autonomía, ya no valen paños calientes ni medias tintas ni alegar ignorancia. O se las compra para que no molesten o se las deja morir por inanición.

Lo que nunca puede permitir un Govern que se precie es que el GOB, la OCB o los sindicatos docentes, a quienes nadie ha elegido y a los que la inmensa mayoría de ciudadanos desprecia por otra parte, le marquen el paso con sus desvergonzadas líneas rojas.