El lenguaje del corazón
Me sucede siempre, cuando aparecen en las reuniones de amigos o familiares, también en la política y los medios de comunicación, las discusiones sobre el aborto. Es un vértigo difícil de describir o incluso de situar físicamente en su origen, pero ahí está: el que provoca pensar que sólo podemos discutir sobre el aborto los que nos beneficiamos de que nuestra progenitora o nuestros progenitores decidieran seguir adelante y culminar el proceso de gestación dándonos a luz.
No es una cuestión sencilla. Entre sus principales aristas está la complejidad de la casuística. Jamás me atrevería a juzgar al respecto sin conocer todas las circunstancias que rodean a una decisión así. Pensándolo bien, ni siquiera osaría hacerlo teniendo una perspectiva completa de una situación determinada. Es la vida del otro, ¿cómo vamos a inmiscuirnos? Pero esa misma conclusión lleva necesariamente a otra pregunta: ¿Y si el otro es el más débil?
Eso mismo pensó Miguel Delibes al escribir en 1986 su famosa Tercera en el diario ABC, Aborto libre y progresismo, con la que se inmiscuyó valientemente en una realidad sobre la que incluso debatir empezaba ya a ser tabú para la izquierda, como lo es ahora en grado sumo. La reacción de la izquierda ante las medidas propuestas para promover la natalidad y reducir el número de abortos, ya sea mediante un plan diseñado a fondo como en la Comunidad de Madrid o a través de iniciativas de indiscutible impacto mediático como en Castilla y León, me ha llevado a recordar al maestro vallisoletano y la cristalina posición que expresaba en aquel artículo en defensa de los más débiles.
Delibes se preguntaba «en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer». «Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él», escribía. Qué duda cabe, añado por mi parte, de que el lenguaje del no nacido es el latido de su corazón.
Lo positivo de la polémica de estos días es que ha puesto en primer plano la realidad del aborto en España y la importancia de proponer medidas en defensa de la vida y a favor de la natalidad. A pesar de que tenemos un ministerio rotulado como de «reto demográfico», dudo mucho que el común de los españoles sea capaz de recordar una sola de sus propuestas en esta materia.
Para hablar y actuar en favor de lo más débiles, pero también de las mujeres y los hombres que desean tener un hijo o incrementar el número de los que ya tienen, organizó el PP de Madrid el pasado viernes en Las Rozas la segunda de las jornadas que viene celebrando de la mano de Alfonso Serrano y Rafael Núñez Huesca. Jornadas que abordan los problemas y desafíos de nuestra sociedad con expertos que no pertenecen a nuestras filas, pero que nos ayudan a tomar mejor el pulso a la realidad.
Carla I. Greciano, que dirige nuestra Secretaría de Natalidad y Familia, condujo el debate de una mesa de expertos -María Dolores Puga, Mar Angulo, María Jesús Lago, Pedro Herrero Mestre- sobre un tema que a ella le ha tocado de lleno personalmente. Esa es la razón por la que su enfoque del reto de la natalidad es tan cercano a la realidad que viven muchas mujeres en España.
Según citó la propia Greciano, España es el país en el que existe mayor diferencia entre número de hijos deseados y los que se realmente se tienen. Un estudio del INE del año pasado señala que el 54% de las mujeres con un solo hijo quisiera tener otro, recordó la diputada autonómica y candidata a la alcaldía de Galapagar.
Asumir ese enfoque es decisivo para orientar eficazmente las políticas de fomento de la natalidad. Lo es también para desactivar los efectos de ese falso progresismo, vuelvo al maestro Delibes, que estigmatiza la natalidad como algo reaccionario o incluso nocivo para la vida en el planeta. Lo cierto es que, como se puso de manifiesto en el debate que dirigió Greciano, el invierno demográfico ya está aquí y hay que cambiar prioridades ante un reto de incalculables consecuencias, no sólo para el Estado de bienestar, sino también para el futuro de nuestra sociedad, como el desarrollo emocional y afectivo de esas nuevas generaciones de «solos en casa».
Hoy, como antaño en los tiempos del oscurantismo, la educación, la información y el conocimiento siguen siendo imprescindibles para iluminar cuestiones y decisiones complejas que despiertan además tantas sensibilidades y posiciones encontradas. Hoy se comparte extensamente la certeza de que hay que frenar la crisis de nacimientos que estamos sufriendo, en paralelo a la necesidad de una mayor conciencia de lo que representa el aborto, más aún en la época de los anticonceptivos.
Toda medida en esa dirección debe ser valorada responsablemente, más allá de convertir este debate en una ocasión más para el fuego cruzado electoral, mientras el Gobierno de Sánchez aprovecha para lanzar más leña al fuego y tapar con el humo su desastrosa gestión en otros gravísimos temas de escándalo social, como es promover la excarcelación y rebajas de penas a agresores sexuales de mujeres y niños.
Es necesario seguir articulando instrumentos eficaces de apoyo a quienes dan el paso de ser madres y padres. Porque la alegría que supone traer una nueva vida al mundo ha de ir acompañada de nuestra responsabilidad y compromiso como sociedad en defensa de los más débiles y de la familia.
El reto del invierno demográfico que atenaza el futuro de España, precisa de una estrategia global que no puede esperar más. A falta de ella, la Comunidad de Madrid ha ideado ya su propia estrategia de protección a la maternidad y paternidad, junto con el fomento de la natalidad y la conciliación.
Ahí están las ayudas mensuales de 500 euros a mujeres menores de 30 años desde el quinto mes de embarazo hasta que el hijo cumpla dos años, a las que se han acogido 9.000 jóvenes en el primer año. O aumentar progresivamente hasta los 45 años la edad para someterse a tratamientos de reproducción asistida, incrementando de 3 a 4 las ocasiones para recibirlos.
Esperemos que, como en tantas otras cuestiones, el Gobierno de Isabel Diaz Ayuso pueda servir de modelo a escala nacional ante el inmenso descalabro social que representa menospreciar el valor de la vida y estigmatizar la natalidad.
Temas:
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