Jaque al Rey
Mientras cualquiera sigue espantado, un año después, por la matanza ocasionada por yihadistas radicales en La Rambla de Barcelona (España), algunos siguen buscando si son “galgos o podencos”. Semejante tragedia podemos analizarla de forma “políticamente correcta” o buscar los verdaderos hechos y consecuencias. Podemos mirar para otro lado y mostrar un hipócrita buenismo o afirmar que se pudo haber evitado, que su gestión fue un desastre, que fueron musulmanes radicales y que estos, a veces protegidos por una ceguera falsamente progre, no dejarán de tratar de exterminar la cultura y formas occidentales, nuestra tradición y nuestra historia. Pero nos encontramos hoy con la polémica de la invitación al Rey a los actos de homenaje a las víctimas de tal afrenta. Si los nacionalistas lo vetan, si Colau, indigente intelectual que regenta una de las ciudades más importantes del mundo no lo considera oportuno. Que si Sánchez, “presidente por accidente”, se empeña en que Su Majestad acuda. O “galgos o podencos”.
Felipe VI no debe acudir a un homenaje que nada tiene de tal. Porque jamás un jefe de Estado en España acudió a un homenaje a víctimas del terrorismo. Si a entierros y como representante de la jefatura del Estado, pero jamás a homenajes. ¿Son más importantes unas víctimas que otras? ¿Por qué no acudir al homenaje a Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordoñez o Miquel Buesa? Es que hay que mediatizar semejante barbarie. No importan los cerca de mil asesinados por ETA y todos aquellos, militares especialmente, que cayeron bajo la infamia de los GRAPO. Debía estar en su nómina el riesgo a perder la vida, a ser enterrados con nocturnidad y alevosía, despreciados por parte del clero vasco y de gran parte de nuestra clase política. Hoy son menospreciados por secundarios, por ser “víctimas de un conflicto entre iguales” donde no existen “vencedores ni vencidos”. No son merecedores de una falsa “igualdad” en pro de un ficticio multiculturalismo para no alentar las “bajas pasiones”, de una sociedad con un aletargado anhelo de enorgullecerse de su identidad y su cultura. Formalismo político que pastorea a la sociedad afrentando a sus verdaderos héroes.
El Rey no debe acudir porque no será un homenaje a las víctimas. Será una demostración de odio a España. Escarnio a nuestra nación, alarde y borrachera de propaganda independentista donde el Monarca será denigrado y difamado. Su Majestad debe ser consciente de que no es uno más, no es un “manifestante más”. Empujar al Rey a un escenario rayano en cuadra de porqueros supone mostrar una más que evidente debilidad del Estado ante sus engreídos enemigos mientras semejante agresión envenenada será retransmitida en directo para millones de ciudadanos. Quienes de forma ingenua consideren que semejante acto supondrá la unidad de los ciudadanos alrededor de sus instituciones y contra la barbarie están muy equivocados. Nos encontraremos ante un bosquejo de “esteladas”, abucheos al Rey y un gran escupitajo a la España de todos.
Será el falso escenario de un Rey flanqueado quizá por menores ataviadas de ropajes islamistas sin entender que la amenaza recae contra Occidente y la cultura y valores cristianos. Majestad, cada insulto a usted dirigido ofende a España. Su vocación de servicio a nuestra nación no se hace en la calle. El presunto “homenaje” solo servirá para atacar la unidad de España, a sus símbolos, a su identidad y a su soberanía. No soy monárquico, pero creo que la “majestad” reside en la dignidad, el señorío y la valentía. Empezando por la moral. Y la mayoría de los españoles estarán detrás de su Rey. Porque ya bien lo dijo Calderón de la Barca: “La majestad y la grandeza no está en ser uno señor, sino en que por tal le tengan”.
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