Guerra fratricida entre Junts y ERC
En febrero del 2018, el cuñado de Junqueras fue a un programa de TV3. El programa estrella del proceso: Preguntes Freqüents. Por la audiencia y por el contenido. Se emitía el sábado por la noche en prime time.
Además, aquel día conmemoraban que el líder de ERC llevaba cien días en prisión. Su cuñado reveló entonces que Puigdemont ni siquiera había llamado a la mujer de Junqueras para interesarse por su estado de ánimo.
A la audiencia casi le da un patatús. El público del programa se quedó helado. Se podía asistir como invitado. No era extraño ver a muchos de los asistentes con lazos amarillos en la solapa.
En una ocasión que invitaron a Jordi Cañas, a uno de ellos se le oyó decir: «Hijo de p ….». El entonces eurodiputado de Ciudadanos protestó en el acto. Pero curiosamente no la presentadora no escuchó el comentario.
La fría relación entre Puigdemont y Junqueras viene de lejos. En el fondo, ambos competían por el mismo cargo político -el de presidente de la Generalitat- y por el mismo espacio ideológico: la hegemonía dentro del independentismo.
El pasado lunes se vieron en Bruselas para limar asperezas y tratar de consensuar una estrategia frente a Salvador Illa. Es decir, que Esquerra no pactara con los socialistas. A pesar de que los de Junts salieron del Govern en octubre del 2022 dando un portazo. Previa consulta a sus bases. Los referéndums los carga el diablo.
La falta de química entre ambos es antigua. Basta leer la obra que Puigdemont le encargó a un amigo del alma, Xevi Xirgo. El libro, con el título Me explico se publicó en el 2020. Tiene, por si hay algún masoca por aquí, hasta edición en castellano.
Hay que decir que el autor fue espléndidamente recompensado. Xirgo, que había sido director de El Punt-Avui, ha llegado a presidente del CAC: 120.000 euros al año. Más incluso que el sueldo de un consejero de la Generalitat.
La obra son las memorias de Puigdemont sobre el proceso aunque se las escribiera otro. Pero sobre todo es un conjunto de reproches a Oriol Junqueras. Probablemente algunos hasta con cierto fundamento.
El ex líder de ERC, ahora militante raso, no ha dado su versión de los hechos. No sé si por qué no se lo ha leído o porque no ha querido entrar al trapo. Pero quien calla otorga.
Hay, en efecto, una quincena de desacuerdos, indirectas y zascas. Algunos ejemplos. El primero es el 23 de marzo del 2016, en el homenaje a las víctimas de la tragedia de Germanwings. En realidad el suicidio del copiloto del avión.
Rajoy y Puigdemont se ven por primera vez en el aeropuerto del Prat. «Junqueras se salta el protocolo y se acerca a saludar a Rajoy», lamenta el ya presidente de la Generalitat. A Puigdemont le sienta como una patada en un sitio.
Unos días después, el 5 de abril, se entera de un encuentro en secreto del líder de Esquerra con Pedro Sánchez, entonces líder de la oposición. Junqueras, vicepresidente del Govern, no le había dicho nada. Eso ya se lo toma como una deslealtad.
El 6 de mayo detectan que su número dos en el gobierno ha pedido una entrevista con el presidente valenciano, el socialista Ximo Puig. Tampoco tenía noticia de ello y, por protocolo, las entrevistas se hacen entre presidentes.
El 23 de septiembre anota que «la legislatura cuelga de un hilo». Puigdemont le culpa de una «filtración periodística» a un digital próximo a ERC. Nada menos que las líneas maestras de su discurso para la cuestión de confianza de la CUP, que es en unos días.
Confiesa que «está cansado de los silencios constantes de Junqueras, de sus dudas y de que no se pronuncie nunca». En fin, no les aburro más con la retahíla de reproches. Incluye también whatsapps que el vicepresidente no responde.
Aunque quizá el más grave -que refleja también el talante del líder de ERC- ocurre el famoso 10 de octubre del 2017. El día que Puigdemont declara la independencia durante ocho segundos.
El libro describe, con pelos y señales, la reunión del gobierno catalán antes del pleno decisivo de la tarde. Puigdemont abre un turno de intervenciones y pide que se mojen.
Van hablando todos los consejeros: Santi Vila, Toni Comín, Clara Ponsatí, Carles Mundó, Meritxell Serret, Josep Rull, Quim Forn, Meritxell Borràs, Lluís Puig, Dolors Bassa, Jordi Turull.
Al final, vistas las consecuencias penales que se pueden derivar, hasta deciden votar la declaración unilateral de independencia. Y con voto secreto. No se había hecho nunca. Se van levantando y van votando en una urna en la Sala Tàpies de la Generalitat.
Junqueras permanece sentado.
Turull, molesto, le pregunta: «Vicepresidente, ¿tú no votas?».
El dirigente de Esquerra se escaquea. «El presidente ya sabe cuál es mi opinión», contesta.
El propio Puigdemont le pincha: «Hombre, vicepresidente, ¿quieres decir?». Pero se limita a desgranar argumentos a favor y en contra de la DUI.
«Perplejos por la negativa de Junqueras a votar, salen en grupos del Consejo Ejecutivo», termina la escena.
En fin, ya ven como está el patio. Todo ello confirma que el proceso fue, sobre todo, una lucha de poder entre Convergencia -ahora mutados en Junts- y ERC. Con este personal y en semejantes condiciones era materialmente imposible que saliera adelante.
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