La Generación del 27, castrada por decreto de Urtasun
Urtasun, ese ministro que parece salido de una asamblea de facultad perpetua, ha decidido que Ignacio Sánchez Mejías, el torero, el mecenas, el hombre culto, moderno y trágico que reunió y fundó a la Generación del 27 sobra en los fastos del centenario. Lo ha tachado del cartel, como si fuese un becerro de derechas, un macho incómodo, una sombra con estoque. Ni está ni se le espera en la Comisión Nacional para la conmemoración del Centenario de la Generación del 27: está castrado.
Porque en esta España donde las efemérides se hacen con más corrección política que con historia, se prefiere celebrar a los poetas sin recordar al hombre que los hizo grupo. Y aquí estamos: intentando celebrar la Generación del 27 sin su anfitrión, como si uno conmemorara la Última Cena sin invitar al dueño del cenáculo.
Torres y Urtasun, en plan pareja ideológica, presentaron los actos como si fueran un congreso de valores más que un homenaje literario. Llenaron el escenario de palabras como memoria, diversidad y resistencia, pero se olvidaron del vino rojo y bravo que regaba los encuentros en casa de Sánchez Mejías, aquel torero que leía a Freud y financiaba vanguardias, que moría con versos a cuestas, que era más García Lorca, Alberti o Miguel Hernández, que muchos poetas de manual.
Pero, claro, Sánchez Mejías mataba toros, y en esta España de redes sociales y ministerios de cartón piedra, eso ya le convierte en enemigo público. No importa que fuera el inspirador del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, uno de los poemas más hondos y terribles del siglo XX. No importa que fuera puente entre la España clásica y la España moderna, entre el traje de luces y el surrealismo de Dalí entre métodos paranoico-crítico, entre el redondel y la Residencia de Estudiantes.
Lo han borrado, simplemente. Como se borra hoy lo que no encaja en el catecismo ideológico del momento. Y así nos va, señor Urtasun.
Lo que Ernest Urtasun no sabe —o no quiere saber— es que la cultura no se redacta en boletines oficiales, ni se adoctrina como si fuera un panfleto. La cultura —la de verdad— es trágica, contradictoria, impura. Y eso era Sánchez Mejías: la España que sangra, pero piensa, que embiste, pero lee, aunque no sabemos cuánto lee este señor que ahora se ha impuesto marear la perdiz, es decir, marear la historia cultural de España.
Le han cancelado porque era torero. Pero era también amigo de Lorca, de Alberti, de Altolaguirre, y sin él no habría habido Generación del 27 tal y como la conocemos. Sin su dinero, sin su casa, sin su empuje. Fue mecenas, actor, escritor, y mártir del 27. Pero para este Gobierno de Pedro Sánchez y Cía, un torero culto, es como un silencio atronador: algo que no encaja en su guion.
Lo triste no es que lo borren. Lo trágico es que ya nadie levante la voz por él, salvo algunos fantasmas que aún escribimos a máquina o a fuego.
Porque el 27, sin Sánchez Mejías, es una fiesta sin anfitrión. Y eso, en esta España desmemoriada, ya no sorprende. Duele.
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