El Frente Popular asesina el periodismo
El Congreso vuelve a intentar censurar periodistas pese a que el Supremo tumbó la expulsión de OKDIARIO
Los periodistas plantan a Escrivá y Yolanda Díaz en la rueda de prensa del paro
El próximo martes, la Mesa del Congreso, plagada de frentepopulistas de todo jaez, debatirá -y con mucha seguridad aceptará- una iniciativa presentada por trece partidos, lo peor de cada casa, para expulsar del Parlamento a los periodistas incómodos, aquellos que transmiten con sus preguntas lo que opina la calle. Aunque la moción viene de los abyectos separatistas de Rufián, la han hecho suya con todo entusiasmo Sánchez y su cuadrilla de barreneros de la libertad de expresión. Se trata en suma de impedir que periodistas independientes se interesen por los grandes temas de actualidad. Por ejemplo: “¿Cuál es el precio que han pagado ustedes por el comunicado de los presos de ETA renunciado a sus homenajes” o “¿va usted, señor Sánchez, de dejar de mentir alguna vez?”. Y más cuestiones que evidentemente interesan al gran público.
La perversa idea de censurar brutalmente, expulsándoles a las tinieblas exteriores, a los que ejercen con libertad su profesión está cuajando. Tanto que se han producido dos constancias que abochornan a cualquiera que tenga que ver algo con este negocio. Los periodistas parlamentarios, creo que en su mayoría, han reaccionado increíblemente en contra de los colegas que fueron insultados, marginados y ofendidos por personajes de la calaña de Rufián. Cuando éste la emprendió contra uno de los informadores, todos se quedaron confortablemente sentados en sus asientos con una actitud -ellos que tanto abusan de la manida “solidaridad”- displicente, como si el ataque no fuera con ellos y fuera sólo contra el menesteroso “compañero” (otro término para el tinte) que tuvo la osadía de interesarse por un asunto, fuera cual fuera su cariz.
La otra realidad es la pálida respuesta de la Asociación de la Prensa, que se ha colocado de perfil en el conflicto y únicamente ha venido a recomendar que “las partes se respeten entre sí”. El hecho vergonzoso de que trece partidos, la mayoría cómplices de regímenes que encarcelan a los periodistas disidentes (veánse los casos de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte o hasta Rusia) pretendan vulnerar la libertad de expresión que ellos reclaman para vituperar, por ejemplo la Monarquía parlamentaria, sólo merece a los directivos de la prensa madrileña, una tibia regañina en forma de “hombre, trátense bien que no pasa nada”. Un horror.
Es de suponer que alguno de los proponentes de esta réplica supuestamente profesional, no han contemplado nunca cómo se la gastan los corresponsales en la Casa Blanca cuando, en uso de su acreditación, interrogan al presidente o a sus colaboradores sobre el tema que mejor les viene en gana. Tampoco saben una palabra de cómo ha reaccionado Merkel durante todos sus años en la Cancillería alemana ante las insidiosas cuestiones que le ha planteado por lo común el diario Bild. Y más próximamente: ¿por qué no acuden a las hemerotecas para comprobar cómo Suárez, Calvo Sotelo, González o Aznar, se comportaban ante los interrogantes de los periodistas? ¿Es que ni siquiera saben que uno de ellos, Iñaki Gabilondo, empezó una entrevista en Televisión Española, espetándole de este modo a un presidente, González, por otra parte, muy cercano a sus presupuestos ideológicos: “¿Es usted -le dijo- señor González, la “X” del Gal?”. O sea, ¿es usted el jefe de los asesinos del terrorismo de Estado?
Entre los partidos suscriptores de la iniciativa figura naturalmente el socio de preferencia de Sánchez: Bildu, uno de cuyos representantes en el Congreso de los Diputados es Aizpurua, una individua que, en su calidad de editora de los diarios proetarras Egin y Gara dedicó sus esfuerzos villanos durante lustros a publicitar los asesinatos de la banda y, además, y a diario, a colocar en la diana a los periodistas del País Vasco y de toda España, sobre todo, de Madrid, que daban cuenta de las actividades letales de los facciosos. Pues bien: esta propagandísta de aquella tragedia es una de las firmes apoyaturas de la moción que estudiará este martes la Mesa del Congreso, presidida, claro está, por la señora Batet, una infortunada, dócil canina a Sánchez. ¿Qué se puede esperar de esta ignominia?
Aquí, como el verso de Brecht, que no es de Brecht, se ha ninguneado, hasta hacerla invisible y corrupta, a la Monarquía, se desobedecen con la mayor de las desvergüenzas, las sentencias del Tribunal Constitucional, se desacredita con las peores invectivas al Tribunal Supremo, se inventan dosier para apartar a los discrepantes, se insulta sin piedad y con la complicidad de esa Mesa del Congreso, a los que osan denunciar las miserias del tal Frente Popular, se desarma a las Fuerzas de Seguridad, se acogota con falacias de la peor especie a los medios libres, y ahora, para completar la fechoría, se arremete, mejor dicho se intenta asesinar, la prensa libre, la opinión expresada. Nunca Fraga se atrevió a tanto.
Todo ocurre sin que las protestas de los partidos de la oposición tengan le menor cobertura en las televisiones de pago, es decir, las que están al albur de lo que dicte el poder político de la Moncloa. A los periodistas se trata de expulsarles y espero -aunque no estoy nada seguro de ello- que no se intente encarcelarles como se hace en sus naciones-fetiche de la ultraizquierda. Los periodistas del Frente Popular callan como difuntos y, eso sí, apoyan cobardemente (no se atreven a dar la cara) la infame iniciativa, mientras la sociedad en general, hibernada hasta el asco, mira a otra parte porque por el momento la villanía no va con ella. Pero no lo duden: más pronto que tarde también irá contra ella. El martes se va a consagrar en el Parlamento de esta Nación dormida, un atentado brutal no contra algunos periodistas, sino contra esta misma, sociedad porque, al fin, nosotros no somos otra cosa que transmisores de sus inquietudes. Un día nos levantaremos y comprobaremos que España ya es una franquicia de Maduro o del criminal nicaragüense Ortega. Este asesinato del Periodismo marcha por ese truculento camino.
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