La España corrupta
No hay solución. Ni siquiera en año electoral las costumbres y los vicios cambian. Y menos, cuando la urna asoma y el escaño entra en estado de congelación. Todo lo que importa, para aquellos a los que no les importamos, se resume en sondeos, encuestas e intríngulis palaciegas. Mientras los que gestionan nuestro futuro andan decidiendo qué hacer con él, vivimos atormentados por la certeza de que una nueva era en los hábitos de consumo ha llegado, que nos toca asumir con entereza que pobreza y felicidad son sinónimos inseparables y que la eternidad ya no merece ser hipotecada entre bancos y utilitarios cuando alcanzar la otra vida depende de la cantidad de grillos y sapos que tragas en esta.
La intención de voto hacia partidos que siguen sin conocer la diferencia entre servir y servirse, usan las instituciones de manera particular y obscena y aumentan su patrimonio a costa de saquear el de los demás, se mantiene o incrementa de manera exponencial a la perpetua siesta de la que disfruta la España saqueada, esa señora que permite la corrupción porque lo lleva en la sangre, en su pícara naturaleza. Hace mucho que Italia nos superó en aquello que se vino a llamar el respeto por la cosa pública, el ejercicio ético y cívico que consistía en salvaguardar lo común de ladronzuelos y mangantes, de vividores y chupópteros que administran su cuenta corriente con la misma generosidad con la que destrozan la del resto. El sistema, al final, son los ciudadanos conformes con él. En el bel paese, parece que algunos, han despertado.
Sin embargo, en la España de primos y titos, el PSOE que ha mutilado libertades y derechos y tiene en nómina los peores escándalos de saqueo de toda la historia política contemporánea, sigue rozando los cien escaños. Por muchos titulares que salgan sobre el enésimo trampantojo socialista, al ciudadano abducido por la superioridad moral de la izquierda le da igual. Saldrán convencidos de que su voto se verá recompensado con cargos, prebendas o ayudas. Gran parte del pueblo piensa así. Esclavo de su propia servidumbre, prefiere la comodidad a la rebeldía, ser esclavo con señor a ciudadano sin reservas. La España de la dádiva permanente es una nación consumida, abonada para siempre a la miseria sistémica por culpa de quienes decidieron omitir la palabra responsabilidad de su vocabulario.
Estamos ya en ese estadio que definía Bukowski sobre la injusticia, donde la mayoría sólo habla de ella cuando le toca de cerca. Cuando no se actúa contra el que miente, roba y depreda en el ejercicio público, la complicidad es tan delictiva como la acción. Que la ministra que impulsó los mayores recortes sanitarios en la historia de España y arruinó la economía andaluza cuando fue consejera, se gaste 24.000 euros en reformar la cocina de una casa que no paga, hablo de Marisú Montero, evidencia lo antedicho: no pasa nada mientras alguien siga pagando la fiesta. A ver si nos creemos que detrás de tantas leyes en defensa de causitas inventadas, el primoroso deseo de dar el voto al primero que llega y dice ¡Viva España! o la idea de rebajar la edad para obtener tal derecho a quien no sabe ni deletrear su nombre, obedece a posiciones cívicas y éticas. La mitad de España es feliz votando lo de siempre. Y lo de siempre hace lo de siempre, lo que mejor sabe hacer.
Da igual política, que justicia o deporte. Todo está podrido y corrompido. Lo del Barcelona, que es el PSOE del fútbol, lleva años advirtiéndose con la misma eficacia con la que los españoles castigan la mentada corrupción política. En el caso Negreira, la única conclusión a partir de la principal evidencia es la siguiente: comprar al juez que dirige la proyección profesional de los jueces es comprar, por vía indirecta, a los jueces. La única sentencia admisible para quien intenta comprar y adulterar la competición es la del castigo duro y ejemplificador. Quien espere una imagen con sobres y manos agradecidas recogiéndolos, que se vaya olvidando. Hay muchas formas de amansar conciencias y voluntades. Que pregunten en Ferraz y en su delegación andaluza.
No hay solución a la España corrupta. Mientras la supervivencia de unos dependa de la falta de crítica de quienes apoyan su continuidad, el futuro será un sumario repetitivo de indignidades e indignados.
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