Conflictos laborales a la vista
A veces, uno no tiene claro cómo funciona nuestra querida España, ésa de la camisa blanca, a veces madre y siempre madrastra. Lo que sí tiene uno meridianamente claro es que si no levantamos el vuelo, económicamente hablando, que a menudo es más bien gallináceo, es por culpa nuestra. Se avecinan, tras el desconectado y en teoría relajado mes de agosto, semanas ajetreadas y con cierto ruido social. Se reemprende la actividad entre los últimos días de agosto y primeros de septiembre, con lluvia de amenazas de conflictos laborales en forma de huelgas, y se vuelve de vacaciones con esa temerosa inquietud de qué sector no hará huelga. A mí, personalmente, me parece muy bien que cada cual se manifieste como mejor crea, que cada uno de nosotros defienda sus derechos a ultranza y que todos reivindiquemos aquello que consideramos que nos corresponde. Esto es democracia, esto es el Estado de Derecho, y las libertades son primordiales por encima de todas las cosas.
Ahora bien, cuando la huelga es sinónimo de fastidiar al prójimo, cuando la huelga solo tiene por objetivo exasperar al respetable, cuando la huelga sirve para incomodar e importunar a otros trabajadores, por cuenta ajena o por cuenta propia, que únicamente pretenden cumplir con su cometido profesional y para ello se ven obligados a desplazarse por tierra, mar o aire, y tener que sufrir cuantas humillaciones se van sucediendo en sus simples traslados para poder desempeñar sus habituales tareas profesionales, a causa de la actitud de otros trabajadores cuyo malestar lo vomitan hacia quienes, en definitiva, son sus clientes, los pasajeros y viajeros; entonces, con el debido respeto, hay que decir que la huelga deriva en salvajada, en buscar el daño ajeno y, permítame que lo diga con estas palabras, en joder al prójimo.
Por eso es necesario desde los estamentos oficiales, que son los gubernamentales, actuar con prontitud no para detener por la fuerza esos impulsos huelguistas sino para buscar soluciones que resuelvan los agravios y que todo el mundo más o menos alcance una especie de felicidad y paz laboral. Desafortunadamente, en esta España nuestra de camisa blanca, a veces madre y siempre madrastra, hoy en día no hay gobernante que gobierne salvo que sea para perseguir, acorralar y acosar al pobre empresariado y, sobre todo, a la pequeña y mediana empresa.
Conflictos laborales
Cuando regresemos de vacaciones y broten todos esos conflictos laborales que se plasmarán en duras huelgas que colapsarán la actividad económica española, que implicarán cancelaciones de viajes, con profesionales que no podrán llegar a sus destinos, que volverán a abortar las tan anheladas y merecidas vacaciones de parte de la ciudadanía, toparemos de nuevo con la ineficacia, la inanición y la incapacidad de un establishment político que se irá pasando de uno a otro la pelota de la responsabilidad de las competencias en la materia. Que si eso depende del ayuntamiento de turno, que si incumbe al gobierno autonómico, que si el asunto corresponde al gobierno central, mientras la compañía pública titular de la infraestructura con parte de la gente que trabaja en sus instalaciones haciendo huelga, se lavará las manos diciendo que el lío en cuestión no va con ella.
Esa inoperancia, esa torre de Babel que se da en la gobernanza de España, esa falta de seriedad, de diligencia y de responsabilidad que se pone de relieve, brete tras brete, impide seriamente a nuestro país saber despegar y actuar en las plenas condiciones que exige una economía moderna y competitiva. Acaso buena parte de los males que padecemos tengan su origen en esos afanes de lucro que el Estado va mostrando, por ejemplo, al privatizar tanto servicio público que, a la vista está, no puede serlo. Papá Estado, por sí o a través de la empresa pública explotadora de los servicios, acepta en el proceso de licitación la oferta más baja simplemente para ganar más dinero, y no pensando en la ciudadanía. Y con esas condiciones lo que se consigue es explotar malamente a las personas que trabajan en el servicio de que se trate. La crisis económica, desencadenante de un paro esperpéntico que abarata enormemente el coste laboral, se aprovecha por parte de los gestores públicos para ganar dinero a espuertas. Digámoslo de otra manera: no es de recibo que mientras la compañía, de propiedad pública, gane 1.164 millones de euros, los trabajadores subcontratados realicen su labor en unas condiciones de sobreexplotación y con unos salarios de miseria.
Será un otoño caliente o, incluso, un septiembre extremadamente complicado. Se otea la vuelta al quehacer cotidiano, el arranque de los colegios, se presienten todas las vicisitudes del fatídico mes de septiembre —la nevera estropeada, el calentador que no tira, la cocina que no funciona, los gastos imprevistos que sacuden nuestros castigados y empobrecidos bolsillos tras el fogoso mes de agosto…—, y, de remate, huelga va, huelga viene.
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