Celebrar el qué
¿Qué prefiere VD? ¿Una Monarquía como la de Dinamarca o la del Reino Unido o una República como la china, la norcoreana o las bolivarianas? ¿Una república como la francesa o la alemana, o una monarquía como las de los Emiratos Árabes, Camboya o Marruecos?
Supongo que con la pregunta ya se ha dado cuenta: lo importante no es tanto ‘república o monarquía’ como ‘qué república o qué monarquía’. Y ahora que algunos se ponen estupendos reivindicando la II República española, me pregunto qué es lo que hay que celebrar o de qué se pretende presumir.
¿De los 2500 muertos en las calles?, ¿del sectarismo y el imposible consenso que la caracterizó?, ¿de aquellos líderes más pendientes de regímenes totalitarios externos que de su propio país?, ¿de que no se aceptasen los resultados electorales?
No creo que aquella «democracia poco democrática», como la calificó Javier Tusell, sea ejemplo de nada, ni su desarrollo ni su final. Entonces, por qué sacan el tema, qué se pretende, aparte de distraernos como han conseguido conmigo.
Estamos ante una nueva y peligrosa forma de victimismo, nos quieren vender un nuevo relato lleno de agravios pendientes de reparación. De ahí al discurso revolucionario o rupturista solo hay un paso que alguno ya quiere dar.
Douglas Murray (en su libro La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura) nos cuenta que “la vida pública está llena de gente ansiosa por echarse las barricadas cuando la revolución ya ha terminado”. Para ello, habrá que exhibir virtudes y exagerar problemas, lo importante será el relato, la posverdad, no tanto la ciencia o la historia: “hemos tratado de reordenar nuestras sociedades, no a partir de lo que sabemos gracias a la ciencia, -y la historia, añado yo- sino de falsedades políticas patrocinadas por los activistas de las ciencias sociales”.
Él lo observa en las políticas de identidad -homosexualidad, feminismo, raza y trans- que son presentadas como fuente de agravios en cuya defensa no se pretende tanto “remediar, sino dividir; no aplacar, sino inflamar; no mitigar, sino incendiar”.
Algo parecido ocurre con este nuevo victimismo. Cualquier excusa es buena para sentirse ofendido (aunque sea por lo que pasó hace 90 años) y buscar nuevos culpables, especialmente si pueden servir a un fin político.
Como dice Murray sobre aquellas políticas identitarias y que también podemos adivinar en el revisionismo histórico, “una vez más, atisbamos aquí los restos de una subestructura marxista. Si no puedes gobernar una sociedad -o fingir gobernarla, o derrumbarla en el intento de gobernarla-, puedes hacer otras cosas. Puedes elegir una sociedad sensible a sus propios defectos -y, aunque imperfecta, mejor que el resto de las opciones- y sembrar en ella la duda, la división, la discordia y el miedo. Lo principal es hacer que la gente dude de absolutamente todo: que dude de las bondades de su sociedad en general; que dude de si se la trata con justicia; que dude de si existen entidades tales como los hombres y las mujeres; que dude de casi todo. Hecho esto, puedes presentarte como si tuvieras todas las respuestas”
Ahora quieren que también dudemos de la Monarquía. Si quieren hacerlo que lo hagan, pero, por favor, no me pongan de ejemplo la II República. Si lo que quieren es un remake de aquella, ¡Virgencita que me quede como estoy!
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